A veces ganas...
Paul Danner
Tovric no podía
creer lo fácil que había sido... Estaba sentado en la mesa de Corte del
Mentiroso, viendo cómo el crupier repartía una nueva mano de cartas a cada
jugador con un giro dramático. Aparentó examinarlas, pero su atención estaba
entrada en el ser a su izquierda.
El centro de
atención del embajador Kollrin era las cartas que había recibido, y a juzgar
por el modo en que cayeron sus carrillos, el resultado no era bueno. El orondo
sullustano dejó escapar un suspiro, como si deseara que mejoraran de repente.
Tovric sonrió,
divertido. Como la mayor parte de políticos, el embajador podía mentir igual de
fácil que respiraba, pero Kollrin no tenía buena cara de sabacc. No era de
extrañar que ese montón de forraje de bantha no hubiera ganado aún ni una sola
mano...
-Supongo que hoy
no es mi día –dijo Kollrin de pronto.
Sorprendido en
sus pensamientos, Tovric recuperó rápidamente su compostura, mostrando su
simpatía hacia el embajador con un movimiento de cabeza. ¡Si supieras la razón que tienes!
Kollrin dejó sus cartas sobre la
mesa.
-Será mejor que lo deje mientras
todavía estoy en el lado luminoso. De todas formas, se me está haciendo un poco
tarde.
El embajador bostezó mientras
recogía sus fichas, señalando a su guardaespaldas de seguridad privado que lo
escoltara de vuelta a su habitación. El guardia dejó su puesto en la entrada y
comenzó a moverse por el abarrotado casino.
Tovric tenía que actuar
rápidamente. Deslizó una mano en su bolsillo, sacando un bolígrafo estándar del
bolsillo de su abrigo. Pulsó un pequeño botón de control, y una hoja
monomolecular de 30 centímetros de largo salió de su punta. Para que luego digan de la cacareada
plantilla de seguridad del As de Sables, pensó mientras se preparaba para
golpear el carnoso cuello del embajador.
Kollrin vio el destello de la
hoja, pero era demasiado tarde. Las fichas cayeron de sus manos y sus ojos se
abrieron por la sorpresa.
-Esto es por todos los que has
sentenciado a muerte –exclamó Tovric mientras lanzaba la hoja hacia delante.
De pronto, de la nada, una mano
agarró la muñeca del aspirante a asesino. El agarre era tan fuerte como el
duracero, Tovric pensó que le había atrapado un droide.
Tovric se volvió y vio que en
realidad era un humano quien le había sujetado. Delgado y fibroso, el hombre
aún podía aplastar sin demasiado esfuerzo la muñeca de Tovric. Vestía una
armadura negra con una capa escarlata, pero lo que atrajo la atención de Tovric
fueron los ojos. El espejo de sus pupilas devolvía a Tovric el reflejo de su
propio terror.
El dolor del brazo hizo que el
asesino cayera de rodillas, y el hombre rodeó con su otra mano el cuello de
Tovric.
-Nadie muere aquí a menos que yo
lo desee –dijo el hombre con una voz que sólo era poco más que un susurro,
completamente desprovista de emociones.
El asesino comprendió de pronto
a quién estaba mirando.
Dunan Par’Ell.
Tovric se encontró mirando de
nuevo esos horribles ojos... Y lo último que vio fue su imagen reflejada
mientras perdía el conocimiento.
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