lunes, 18 de enero de 2016

El arma perfecta (II)



Capítulo 2

Bazine no respondió de inmediato. Esperaba más detalles. Lo que obtuvo fue una cuenta atrás.
-Diez. Nueve. Ocho.
Se acercó al droide y agitó su bláster.
-Detente. Dime más.
El droide se puso en pie entre dolorosos chirridos.
-O lo acepta o lo rechaza. Siete. Seis.
En la experiencia de Bazine, cualquier cuenta atrás que comenzara en diez y terminara en cero involucraba una explosión. Tenía exactamente seis segundos para decidir qué era más peligroso: aceptar un trabajo desconocido propuesto de forma singular por una fuente no identificada, o esperar a ver cuánto daño podría causar a la cantina un oxidado droide explosivo... y cuánto podría aguantar su armadura.
-Cinco. Cuatro. Tres.
-Está bien. Aceptaré el trabajo. Lo acepto. Pero deja ya de contar.
El droide quedó en silencio y se sentó pesadamente en la cama como si el hecho de formular una respuesta fuera extenuante.
-Su aceptación ha sido registrada. Permanezca a la espera.
Con un zumbido y una sacudida, el droide proyectó un tembloroso holograma flotando frente al rostro de Bazine. La figura estaba encapuchada, naturalmente, y su voz estaba tan bien modulada que Bazine no pudo adivinar, su especie, edad o género.
-Bazine Netal. Recuperarás un estuche metálico que estuvo en posesión del soldado de asalto imperial TK-1472. Nombre humano: Jor Tribulus. Los datos más recientes de Tribulus lo identifican como paciente en el Centro Médico Uno de Ciudad Vashka. Sus registros están almacenados en los bancos de datos de la instalación bajo el mayor nivel de encriptación. Su paradero actual es desconocido, pero sospechamos que permanece en Vashka, posiblemente sufriendo inestabilidad psicológica. Recupere el estuche y envíe un mensaje encriptado en este dispositivo usando el potenciador planetario principal que se le proporciona.
El brazo del droide se extendió, y sus oxidados dedos se abrieron rechinando para revelar un comunicador tan fino y de alta tecnología que en sí mismo podría servir de sobra como pago por un trabajo normal, incluso uno que la llevara fuera del planeta. Bazine entrecerró los ojos.
-¿Cuál es la paga?
La figura holográfica hizo una pausa como si pudiera oírla, aunque obviamente era una grabación.
-Se preguntará cuál será el pago. Entregue este estuche, y no tendrá que volver a trabajar de nuevo. –Ella frunció el ceño, y la figura soltó una risa tenebrosa-. Pero lo hará de todas formas, ¿verdad? Es difícil perder los viejos hábitos. Puede quedarse con el comunicador.
El holograma terminó, y la figura desapareció.
Bazine tomó el comunicador, colocándolo en su sitio detrás de su oreja.
-Una cosa más, Srta. Netal –susurró la voz, clara y nítida por el altavoz-. Hay otra facción buscando el estuche. Su adversario será astuto e igualmente inteligente; únicamente se le conoce por el nombre clave Narglatch. Evite ser detectada y elimine a cualquiera que se le oponga. Cubriremos su rastro. Buena suerte. –Bazine estaba a punto de decir a la voz dónde podía meterse a su Narglatch, cuando ésta añadió, casi demasiado bajo para poder oírse-. Ah, sí. Y el droide se autodestruirá en treinta segundos.
Considerando que la cantina de Suli era la base de sus actuales operaciones en Chaaktil, no estaba dispuesta a asumir que el mecanismo de autodestrucción del droide fuera un asunto pequeño y limitado a él, como una granada EM. Agarrándolo del brazo que le quedaba, lo hizo girar sobre sí misma, y, con todas sus fuerzas, lanzó hacia la ventana el montón de metal oxidado. El cristal barato se hizo añicos cuando el droide cayó a la calle, oscura y vacía. Bazine lo siguió saliendo por la ventana, bajó deslizándose por una cañería, y salió corriendo.
Para cuando la explosión iluminó la noche, estaba corriendo tan rápido como podía hacia el espaciopuerto, dejando tras de sí únicamente una peluca negra desechada.
Fuera quien fuese su nuevo empleador, era muy... teatral.

***

Fue bastante fácil colarse en la lanzadera nocturna a Ciudad Chaako, la mayor zona metropolitana de Chaaktil. Los edificios se extendían como una enfermedad que fuera ganando cada vez más terreno en las claras arenas del planeta. No había pisado esas calles arenosas en seis años estándar, y por una buena razón. El calor del desierto y la suciedad de la ciudad formaban una combinación incómoda, y en el momento en que salió de la lanzadera ya pudo sentir Chaako colándose en sus poros a pesar del fresco de la noche. Ya estaba sudando bajo su ceñida capucha de cuero.
Bazine tenía un talento especial para ocultarse en las sombras, y se deslizó con pasos silenciosos por familiares callejones oscuros. El vagabundo envuelto en harapos que la asaltó desde un portal se llevó un golpe de su bota en la sien, y la banda que esperaba acorralarla detrás de un contenedor de basura descubrió que había desaparecido como una nube de humo. La ciudad no había cambiado mucho, pero Bazine había incrementado considerablemente sus propias habilidades desde que se había ido.
Pronto se encontró ante una puerta que le había parecido mucho más grande la primera vez que la vio, siendo una niña pequeña. Aquella vez, la había aterrorizado: un monolito de metal lleno de marcas que apenas amortiguaba los sonidos del acero chocando contra el acero y la carne golpeando la carne hasta hacerla papilla. Pintado diagonalmente con espray en lo que parecía sangre seca estaban las palabras NO PASAR. No pudo evitar sonreír. Ahora no era más que una puerta de tamaño normal, y los ruidos tras ella eran acogedores. En cierto modo, en el fondo, estaba en casa.
La puerta se abrió deslizándose antes de poder llamar.
-Bienvenida de nuevo, Conejita –gruñó una voz desde el interior.
-Yo también me alegro de verte, viejo.
Esa puerta, la puerta de Kloda, era una de las escasas entradas por las que podía entrar cómodamente sin un arma preparada en cada mano. La escuela de Kloda era un lugar seguro. Incluso a esas horas de la noche, había luchadores en la jaula y entrenando en el gimnasio, gruñendo y goteando sudor sobre las alfombras y las pesadas bolsas. Si querías aprender a combatir en Chaaktil, acudías a Delphi Kloda, antiguo número dos de Tasu Leech y el más terrible saco de músculos que jamás dirigiera los ataques del Kanjiklub. Después de perder una pierna y un ojo, Kloda ya no podía merodear por las rutas espaciales con la dignidad que requería, así que en lugar de eso se puso a enseñar a nuevos chicos cómo romper huesos.
Bajo el gimnasio, en secreto, vivían y trabajaban sus auténticos estudiantes, que aprendían bajo su tutela las más delicadas artes del espionaje. Allí era donde Bazine había crecido; ella fue su primer éxito. El día que la rescató de un orfanato en Ciudad Chaako fue el día en que comenzó su auténtica vida. Le había tirado una piedra al pasar, golpeándole justo en el parche del ojo, y le había dicho que, en ese momento, jamás se había sentido más enfadado ni más divertido. Durante años, le había llamado su pequeña Conejita, enviándole en misiones para recoger esto o escuchar lo otro. Ahora ella se daba cuenta de que desde el principio la había estado entrenando para ser la mercenaria en la que un día se convertiría.
Bazine reconoció las pisadas de su pierna metálica antes de llegar a verle, con sus grandes brazos extendidos para darle el abrazo que ella no sabía que necesitaba. El viejo pirata olía a arena y a sudor, a sangre y a sus gruesos cigarros favoritos, y ella le devolvió el abrazo dándole palmadas en la espalda antes de apartarse para mirarle al ojo bueno.
-¿Cómo va todo? –preguntó-. ¿Sigues convirtiendo la grasa en mármol?
-Déjate de tonterías, niña. No me visitas en seis años, ¿y ahora estás de cháchara? ¿A qué juegas?
Bajo la amenaza, pudo darse cuenta de que los sentimientos del anciano estaban heridos, y le ofreció una de sus escasas y someras sonrisas.
-Para ser un vejestorio canoso medio ciego, no se te escapa nada.
Como respuesta, le dio un puñetazo en el hombro, o trató de hacerlo. Pese a que era rápido, ahora ella lo era más, y conocía las señales que delataban sus movimientos. Para cuando su puño golpeó el lugar donde ella se encontraba, ya estaba fuera del alcance.
-No debería de haberte enseñado una mierda –murmuró. Dio media vuelta para volver cojeando hacia su oficina-. Ven. Tengo caf caliente. Es viejo, pero aún tiene algo de fuerza.
Ella sonrió.
-Hay mucho de eso por aquí.
-¿Sabes cuál es tu problema? No tienes nada de respeto a la autoridad. –Meneó su cabeza canosa con fingida tristeza-. Nunca lo tuviste.
Ella lo siguió al armario frío y húmedo al que llamaba oficina y se apoltronó en la misma silla decrépita en la que se había sentado el primer día que llegó allí. Entonces, sus pies colgaban del asiento. Nada en esa sala, en ese lugar, había cambiado. Por eso se había ido de allí, para empezar. Kloda cerró con un portazo y le tendió una taza caliente antes de sentarse en su maltrecha silla de cuero, recostándose contra el respaldo y cruzando sus enormes brazos.
-Suéltalo, Conejita.
-De acuerdo. Necesito una nave.
-Y quieres tomar prestado el Gavilán.
Bazine asintió.
-Tú no vas a usarlo.
-Eso no significa que esté disponible.
-Pun tú el precio, viejo.
Una ceja poblada y canosa se arqueó.
-Vaya, mira quién se cree la reina de Naboo. No quiero tu dinero, niña. Pero haré un trato contigo.
-Quiero un trato limpio. Sin preguntas.
Kloda rió hasta el punto que tuvo que limpiarse las lágrimas de debajo del parche.
-No reconocerías un trato limpio aunque te mordiera el trasero. Dinero tengo de sobra. Lo que necesito es un favor. Mira, tengo un estudiante en el sótano; se llama Orri Tenro, o eso dice. Un simpático muchacho pantorano. Muy buen rebanador. Un genio con la tecnología, puede colarse en cualquier sistema. Bastante decente en la jaula de lucha, una vez que le partí la nariz un par de veces para ponerle a prueba. Necesito que haga una misión fuera del planeta. Tengo mucho que hacer aquí para llevarle yo mismo. Necesita sentir la supervivencia del hiperespacio con raciones de nave, sobrevivir a un trabajo. Si lo llevas contigo, puedes usar el Gavilán. Pero trata bien la nave. –Dio un sorbo a su caf-. A él no me importa realmente si lo tratas bien o no. El chico está muy verde.
-¿Qué edad tiene?
-¿Cómo podría saberlo? Es un adulto, no le limpio los pañales.
Bazine soltó un suspiro. Tener una sombra en una misión de alto secreto distaba de ser un trato limpio. Necesitaba centrarse en su objetivo, no enseñar a un niño estirado cómo funcionaba el retrete de la nave. Aunque...
-¿Cómo de buen rebanador?
Kloda meneó lentamente la cabeza.
-Si es una máquina, puede entrar en ella, salir de ella, o transformarla en un arma sin ser detectado. Si necesitas información, puede encontrarla.
-Pero también dijiste que era pantorano.
-No veo por qué eso debería importar a menos que odies el color azul.
Y no importaba, en realidad no. Las personas son personas, y pueden traicionarte o morirse en tus brazos sin importar de donde fueran. Pero Pantora era la luna del helado Orto Plutonia, de donde eran originarios los narglatches, y se suponía que estaba en el punto de mira de un adversario conocido como Narglatch. Era una coincidencia demasiado grande. Pero bueno, no tenía que decir a Orri dónde iba ni por qué: podía considerar la aventura simplemente como un ejercicio en nombre de Kloda. Y si se volvía demasiado curioso o agresivo, tenía diez formas distintas de matarle usando solamente sus manos. Las demás alternativas eran robar una nave y crearse un nuevo enemigo, o pagar por un pasaje en una nave y arriesgarse a involucrar en sus negocios a idiotas incompetentes e inocentes. Al menos en este caso, tenía control completo sobre el idiota incompetente en cuestión.
-¿Aceptas? –preguntó Kloda. Siempre se ponía impaciente durante las negociaciones.
Ella le hizo esperar unos instantes más, sólo porque podía. Finalmente, asintió.
-Acepto. Pero dile al pantorano que la única función de este viaje es entrenarle. Que no sepa que yo llevo a cabo mi propio trabajo.
-Fingir que sólo eres una maestra bajo mis órdenes –dijo Kloda con una risita-. Al verte, nadie lo creería.
Ella arqueó una ceja.
-La gente creerá lo que yo quiera que crean. Siempre lo hacen.
-Aún no vas a decirme tu verdadero nombre, ¿verdad, Bazine?
Ella se puso en pie.
-Ni por asomo. Bueno, ¿dónde está mi alumno?

No hay comentarios:

Publicar un comentario