La historia de Exovar y el AT-AT
Paul Danner
Bueno, allí
estaba yo, agazapado sobre la rama del árbol leñoscuro, a veinte metros –bueno,
más bien veinticinco- sobre el suelo de la frondosa jungla. Todo lo que tenía
era mi fiable cortador láser, y, permíteme que te lo diga, a ese pequeñín le
quedaba menos de media carga. Estoy allí esperando, tan quieto como puedo,
cuando de repente ese gran “¡BUM, BUM!” resonando a mi alrededor. Entonces la
tierra comienza a temblar, y en la distancia escucho cómo la vegetación y los
árboles caen aplastados convertidos en astillas para el fuego.
La peor parte
era la espera y, no me importa decírtelo, por un microsegundo estuve a punto de
renunciar, dar media vuelta, y dirigirme a pastos más verdes. Pero entonces vi
esa monstruosidad metálica avanzando torpemente por la hermosa pluviselva que
acababa de descubrir y me dije: “Esto no es lo correcto. De ningún modo voy a
huir como un rodiano y dejar que esos feos impes transformen mi bosque en
alguna guarnición prefabricada.”
La furia superó
al miedo. Aunque cada impacto de las piernas del leviatán hacía crujir mis
dientes, me preparé para tomar la ofensiva. Cuando ese grande y viejo AT-AT
pasó por debajo, dejé escapar un grito de guerra wookiee y salté sobre su lomo.
Bueno, me sentía
como una pulga de sangre en un hutt. Hasta donde alcanzaba la vista, todo era
carcasa acorazada... Sin ningún otro recurso, levanté mi cortador láser -¿Ya he
mencionado que sólo le quedaba un cuarto de carga?- y lo clavé en el costado de
la bestia. Bueno, para mi disgusto, no hizo ni la más mínima marca en la
superficie de duracero. Las cosas parecían desalentadoras, por decirlo
suavemente.
Entonces recordé
uno de los viejos dichos de mi abuelo: Muchacho, solía decirme, sin una
buena cabeza sobre los hombros, es como si no tuvieras cabeza. Por lo que
puedo recordar, el abuelo solía darle bastante al lum, pero el dicho hizo que
se me ocurriera una idea. Corrí a la parte delantera del AT-AT y, por supuesto,
el conducto que conectaba la cabeza del monstruo con su cuerpo era un clásico
fallo de diseño imperial rogando por ser explotado.
Clavé mi cortador láser en la
cima del cuello y salté, deseando que esta vez la Fuerza favoreciera a los
locos. Al caer, el precioso y pequeño rayo láser continuó cortando, rebanando
el cuello de la bestia como si fuera un sable de luz en miniatura. Todo el lado
izquierdo quedó suelto y no pude evitar lanzar un grito de victoria. Por
supuesto que el grito se volvió un poco más agudo cuando el rayo de mi cortador
se quedó sin resistencia. De repente, esa vieja urraca amargada llamada gravedad
me llamó a casa para cenar, y todo lo que iba a servirme era un poco de
agradable tierra dura.
Cerré los ojos y me preparé para
reunirme con mis ancestros perdidos hace tiempo, cuando de repente escucho un
enorme “SPLASH” y me encuentro hundiéndome en algo grande y azul. Envuélveme en
pieles y llámame wookiee si no aterricé en el pequeño estanque más hermoso en
el que jamás hubieras puesto tus oculares... Supongo que la Fuerza realmente me acompañaba. Allí estoy,
braceando para volver a la superficie del agua, cuando me encuentro con un
espectáculo capaz de encender el corazón de un engendro Sith.
La cabeza de ese AT-AT viejo y
feo colgaba formando un ángulo perpendicular con el resto del cuerpo, cuando “BUM”,
el bruto se encuentra con el árbol leñoscuro más grande que jamás hayas visto.
Hubo un gran chirrido –a mí me sonó como un herglic perdiendo su último crédito
al sabacc- y entonces ese robusto caminante imperial sigue caminando, solo que
sin cabeza. Sin nada que lo controlara, esa monstruosidad de cuerpo viró sin
control y cayó rodando por una caída muy pronunciada.
En cuanto a la cabeza, ahí
estaba, perfectamente quieta y silenciosa, a unos diez metros de distancia. Un
par de impes salieron tambaleándose como si estuvieran de permiso y acabaran de
dar la hora de cierre en el bar local. Tratando de ser un buen vecino, corrí
hasta allí y me aseguré de dar la bienvenida a los muchachos. Incluso llevé a
cinco de mis amigos más allegados para echarles una mano... bueno, más bien un
puño.
Sin nada más de lo que
preocuparme por el momento, examiné el pedazo que quedaba de tecnología
imperial –era bastante robusto para haber sobrevivido a esa caída- y comenté
para mí:
-Bueno, supongo que esta vez he
ganado por una cabeza.
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