miércoles, 13 de enero de 2016

La historia de Exovar y el AT-AT

La historia de Exovar y el AT-AT
Paul Danner

Bueno, allí estaba yo, agazapado sobre la rama del árbol leñoscuro, a veinte metros –bueno, más bien veinticinco- sobre el suelo de la frondosa jungla. Todo lo que tenía era mi fiable cortador láser, y, permíteme que te lo diga, a ese pequeñín le quedaba menos de media carga. Estoy allí esperando, tan quieto como puedo, cuando de repente ese gran “¡BUM, BUM!” resonando a mi alrededor. Entonces la tierra comienza a temblar, y en la distancia escucho cómo la vegetación y los árboles caen aplastados convertidos en astillas para el fuego.
La peor parte era la espera y, no me importa decírtelo, por un microsegundo estuve a punto de renunciar, dar media vuelta, y dirigirme a pastos más verdes. Pero entonces vi esa monstruosidad metálica avanzando torpemente por la hermosa pluviselva que acababa de descubrir y me dije: “Esto no es lo correcto. De ningún modo voy a huir como un rodiano y dejar que esos feos impes transformen mi bosque en alguna guarnición prefabricada.”
La furia superó al miedo. Aunque cada impacto de las piernas del leviatán hacía crujir mis dientes, me preparé para tomar la ofensiva. Cuando ese grande y viejo AT-AT pasó por debajo, dejé escapar un grito de guerra wookiee y salté sobre su lomo.
Bueno, me sentía como una pulga de sangre en un hutt. Hasta donde alcanzaba la vista, todo era carcasa acorazada... Sin ningún otro recurso, levanté mi cortador láser -¿Ya he mencionado que sólo le quedaba un cuarto de carga?- y lo clavé en el costado de la bestia. Bueno, para mi disgusto, no hizo ni la más mínima marca en la superficie de duracero. Las cosas parecían desalentadoras, por decirlo suavemente.
Entonces recordé uno de los viejos dichos de mi abuelo: Muchacho, solía decirme, sin una buena cabeza sobre los hombros, es como si no tuvieras cabeza. Por lo que puedo recordar, el abuelo solía darle bastante al lum, pero el dicho hizo que se me ocurriera una idea. Corrí a la parte delantera del AT-AT y, por supuesto, el conducto que conectaba la cabeza del monstruo con su cuerpo era un clásico fallo de diseño imperial rogando por ser explotado.
Clavé mi cortador láser en la cima del cuello y salté, deseando que esta vez la Fuerza favoreciera a los locos. Al caer, el precioso y pequeño rayo láser continuó cortando, rebanando el cuello de la bestia como si fuera un sable de luz en miniatura. Todo el lado izquierdo quedó suelto y no pude evitar lanzar un grito de victoria. Por supuesto que el grito se volvió un poco más agudo cuando el rayo de mi cortador se quedó sin resistencia. De repente, esa vieja urraca amargada llamada gravedad me llamó a casa para cenar, y todo lo que iba a servirme era un poco de agradable tierra dura.
Cerré los ojos y me preparé para reunirme con mis ancestros perdidos hace tiempo, cuando de repente escucho un enorme “SPLASH” y me encuentro hundiéndome en algo grande y azul. Envuélveme en pieles y llámame wookiee si no aterricé en el pequeño estanque más hermoso en el que jamás hubieras puesto tus oculares... Supongo que la Fuerza realmente me acompañaba. Allí estoy, braceando para volver a la superficie del agua, cuando me encuentro con un espectáculo capaz de encender el corazón de un engendro Sith.
La cabeza de ese AT-AT viejo y feo colgaba formando un ángulo perpendicular con el resto del cuerpo, cuando “BUM”, el bruto se encuentra con el árbol leñoscuro más grande que jamás hayas visto. Hubo un gran chirrido –a mí me sonó como un herglic perdiendo su último crédito al sabacc- y entonces ese robusto caminante imperial sigue caminando, solo que sin cabeza. Sin nada que lo controlara, esa monstruosidad de cuerpo viró sin control y cayó rodando por una caída muy pronunciada.
En cuanto a la cabeza, ahí estaba, perfectamente quieta y silenciosa, a unos diez metros de distancia. Un par de impes salieron tambaleándose como si estuvieran de permiso y acabaran de dar la hora de cierre en el bar local. Tratando de ser un buen vecino, corrí hasta allí y me aseguré de dar la bienvenida a los muchachos. Incluso llevé a cinco de mis amigos más allegados para echarles una mano... bueno, más bien un puño.
Sin nada más de lo que preocuparme por el momento, examiné el pedazo que quedaba de tecnología imperial –era bastante robusto para haber sobrevivido a esa caída- y comenté para mí:
-Bueno, supongo que esta vez he ganado por una cabeza.

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