Capítulo 6
Lo triste fue que Orri Tenro ni siquiera supuso un
desafío. No hizo falta ningún plan elaborado, ni el contenido de una ampolla
disuelto en una sofisticada bebida, ni tejido impregnado en veneno en una caja
de pañuelos. Su acercamiento sirvió de prueba final, y Orri fracasó
estrepitosamente. Bazine se limitó a caminar tras él, colocarle una cálida mano
en el hombro, y clavarle una jeringuilla en el trasero.
-¡Eh! –fue todo lo que logró decir antes de caer, de
narices, al suelo.
Si hubiera sido un espía, si hubiera tenido algún
entrenamiento real aparte de que Kloda le usara como saco de boxeo, no le
habría dejado clavarle una aguja en la carne, y mucho menos darle tiempo para
apretar el émbolo.
-Lo siento, socio –dijo, dejándolo tumbado en el suelo
sobre su espalda-. Pero el siguiente paso es trabajo para una única persona.
Comprobó sus signos vitales antes de dejar la nave y
encerrarle a salvo en su interior. Tal y como le había prometido que le pasaría
a cualquiera que se atreviera a besar sus labios pintados de negro, Orri
dormiría al menos durante medio día y se despertaría sintiendo náuseas y
mareos, como si tuviera la peor resaca de su vida. Era su veneno favorito por
un buen motivo; generalmente dejaba a la víctima incapaz de ir tras ella.
El primer punto en su trabajo era prepararse para una
misión impredecible. Le gustaban las cosas limpias, y este trabajo se estaba
convirtiendo en todo lo contrario. Sin saber a qué se enfrentaba, hizo lo que
pudo para equiparse con todos sus artilugios y armas favoritos, a los que se
sumaba ahora su nueva camisa inhibidora de sensores. Ocurriese lo que ocurriera
en la Instalación 48, no habría ninguna grabación de una mujer conocida como
Bazine Netal infiltrándose en el edificio, tan sólo un borrón ondulante donde
debería estar ella. Así que, al menos, Orri servía para dos cosas. Tal vez le
dejara vivir después de todo.
Su siguiente parada fue robar un deslizador terrestre de
dos asientos de un gigantesco aparcamiento; demasiado fácil cuando el
propietario había dejado el ticket de salida sobre el asiento del pasajero. El
empleado saludó con la mano a la hermosa mujer de ondulado cabello rubio y
luego, cuando estuvo fuera de su vista, Bazine se quitó la peluca y aceleró
hacia los límites de la ciudad, a las coordenadas que había memorizado mucho
antes, tras destruir las notas en plastifino de Orri.
El pobre idiota ni siquiera comprendía lo peligroso que
era ir dejando pruebas.
Cuanto más se alejaba el deslizador de Bazine de la
ciudad, más tranquilo y hermoso se volvía el planeta. Idílico, incluso. Largas
franjas de caminos ornamentales de gravilla unían entre sí instalaciones de
retiro y centros médicos dispersos, rodeados de cuidados terrenos ajardinados.
No había cultivos ni granjas; Vashka estaba reservado a los seres racionales, y
carecía casi absolutamente de industria y agricultura en un esfuerzo de
mantener intactos el clima y el ecosistema. La megafauna original del planeta
había sido eliminada para asegurar la seguridad de sus nuevos habitantes,
aunque se había permitido que florecieran los helechos gigantes, los girasoles
y las bamboleantes palmeras... pero en ordenadas hileras. Una gran pérdida de
carne y cuero, en opinión de Bazine, pero la ausencia de tráfico y testigos
hacía más fácil su trabajo, así que no iba a quejarse por ello.
Las coordenadas estaban más lejos de lo que había
esperado, y cuando Bazine se acercó a lo que en otro tiempo había sido la
Instalación de Retiro 48 del Valle de Vashka, hacía horas que no pasaba cerca
de ningún edificio. Aunque había esperado que fuera otro edificio más de la
Nueva república, lleno de líneas suaves y brillantes ventanas, lo que vio eran
picos dentados y una extraña silueta con forma de castillo alzándose sobre la siguiente
colina. Detuvo el deslizador en la cima y miró al valle bajo ella. Pocas veces
quedaba sorprendida y perpleja, pero algo en la Instalación 48 parecía fuera de
lugar, con un extraño y cálido brillo dorado bajo el sol de la tarde. Cuando
observó movimiento en un lateral, descubrió por qué.
El edificio había sido colonizado.
Ya no era un centro gubernamental.
Era una colmena.
***
Desde más cerca, reconoció a los insectos gigantes que
iban de un lado a otro afanosamente en su hogar robado. Apidáctilos vashkanos,
unos de los habitantes de la megafauna original del cálido planeta. Cuando
revisó la tableta de datos del Gavilán
en busca de información sobre Vashka, los apidáctilos, o dacs, aparecían incluidos
en la página de “Riesgos de Seguridad” para los turistas que fueran de visita.
No importaba lo que hiciera la Nueva República, no importaba qué venenos
extendieran o cuántas colmenas quemaran, no podían erradicar por completo a las
primitivas bestias insectoides. Los apidáctilos no eran precisamente amistosos:
Eran del tamaño de un humanoide pequeño, revestidos de quitina acorazada, y
provistos de dos pares de alas y aguijones venenosos. No era de extrañar que la
instalación de retiro hubiera cerrado.
Bazine dejó su deslizador oculto bajo una palmera caída,
arrancó una de sus hojas gigantes para usarla como camuflaje, y avanzó
lentamente hacia la gigantesca colmena. Las puertas delanteras estaban
abiertas... y estaban siendo usadas por ajetreados insectos que entraban y
salían en dos filas interminables. La mayor parte del edificio había sido
cubierta por pesada cera dorada que brillaba, casi translúcida, bajo el sol. Celdas
hexagonales cubrían las esquinas y el tejado, apilándose hacia arriba formando
puntas parcialmente fundidas. Lo que en otro tiempo fueron ventanas, ahora
estaba firmemente sellado. Entrar no sería fácil, pero no iba a irse sin
averiguar qué había ocurrido con Jor Tribulus... y ese estuche de acero. Orri
había dicho que los servidores de datos estarían bien protegidos, y no tuvo más
remedio que desear que tuviera razón. El rastro de su presa estaba frío.
En cada una de las cuatro esquinas del edificio, había un
gigantesco montón de basura cuidadosamente apilada, y Bazine corrió a la sombra
del más próximo. De cerca, vio un batiburrillo de desechos humanoides,
incluyendo sillas, teclados y droides, todo mezclado con pedazos de cera pardusca,
pedazos de húmeda pelusa blanca, y las piernas y mandíbulas dentadas, a rayas
negras y amarillas, de generaciones de dacs muertos. Un fuerte zumbido apartó
su atención del edificio, hacia uno de los insectos, que volaba directamente
hacia ella llevando entre sus mandíbulas una cáscara de huevo vacía del tamaño
de un saco de dormir. Bazine se quedó inmóvil, sosteniendo la hoja de palmera
para ocultar su cuerpo, deseando saber más acerca de cómo veían el mundo esas
criaturas, y si la considerarían un enemigo, una fuente de comida, o un mero
inconveniente.
La experiencia le había enseñado que habitualmente era
una de las dos primeras.
Por suerte, el apidáctilo no se fijó en ella, pero Bazine
tuvo una breve oportunidad para estudiar su fisionomía mientras encajaba
cuidadosamente la cáscara en el puzle de basura y salía volando. Su conclusión
fue que los dacs eran máquinas de matar voladoras, y quiso entrar y salir del
edificio lo más rápidamente posible sin acercarse a ningún otro.
No podía recordar si esas criaturas tenían mejor visión
por el día o por la noche, o si tenían algún tipo de sentido del olfato, y
cuando trató de buscar información en su tableta de datos, únicamente encontró una
jovial entrada acerca de los usos para la miel y la cera. Obligada a elegir
entre enfrentarse a esas criaturas a la luz del día o en la oscuridad, donde
posiblemente ellos tendrían ventaja incluso si usaba sus gafas de visión
nocturna, eligió el día. Una colmena oscura como boca de lobo llena de bichos
asesinos no era apetecible. Lo que necesitaba era una distracción.
Levantando un pie, Bazine pulsó el cerrojo que liberaba
el detonador térmico oculto en el elevado tacón de la plataforma de su bota.
Pulsó el interruptor con el pulgar, tomó impulso, y lanzó la esfera de metal
hacia un afloramiento de cera brillante en la parte delantera del edificio. Tal
y como esperaba, el radio de la explosión creó un enorme agujero esférico por
el que comenzó a gotear la miel... y atrajo a toda la colmena de apidáctilos
furiosos, que llegaban desde todos lados en una masa negra y amarilla que se revolvía frenéticamente. En cuanto la
puerta delantera quedó despejada, dejó caer la hoja de palmera y corrió, se
lanzó de cabeza, y aterrizó rodando sobre sus rodillas, finalmente en el
interior del último hogar conocido de TK-1472.
***
El silencio fantasmal en el interior del edificio de
ambiente dorado no duraría, lo que significaba que Bazine no tenía mucho
tiempo. Trató de orientarse entre las ruinas de un vestíbulo lleno de suaves
sillas de plástico y trotó hasta los restos de un mostrador principal. Todo lo
que podía transportarse por seres racionales o insectos había sido retirado;
sólo quedaban los muebles firmemente sujetos al suelo y las paredes. Todas las
pantallas de los ordenadores estaban destrozadas, y el mostrador estaba cubierto
de cristal gris. Esperaba encontrar un mapa o un libro de registros, pero todo
parecía ser digital, lo que significaba que no tenía forma de acceder al
sistema. Por un breve instante, deseó haber traído a Orri. Pero entonces se
imaginó un dac agarrándole la espalda del chaleco y levantándolo por los aires,
entre gritos. Estaban mucho mejor con él durmiendo en el Gavilán.
Bazine esperaba haber tenido que colarse por los pasillos
oscuros de una simple instalación de retiro, interfiriendo la alimentación de
las cámaras mientras buscaba a Tribulus y pasaba inadvertida entre el personal
y los pacientes. Estaba entrenada para tratar con seres racionales, ya fuera
mediante el engaño o por la fuerza. Pero no sabía nada de bichos gigantes, y
apenas más que eso acerca de extraer datos de ordenadores rotos. Si el
holograma de la cantina de Suli hubiera mencionado una colmena de apidáctilos,
habría rechazado el trabajo.
Orri le había dicho que los servidores de datos
habitualmente se almacenaban en una sala subterránea, principalmente para que el
personal externo tuviera dificultades para acceder a sus registros, y para que
estuvieran a salvo de cualquier incidencia climática o de incendios. Ese era su
objetivo: llegar a la sala de datos, encontrar un modo de arrancar los
servidores, esperar que hubiera un teclado y una pantalla intactos, y teclear
en busca de lo que necesitaba. En el peor de los casos, extraería los chips de
datos y los llevaría de vuelta a la nave, para que Orri los manipulara con sus
habilidades informáticas. Todo lo que necesitaban saber era cuándo había sido
evacuado TK-1472, a dónde le habían enviado, de dónde era, o dónde estaba
enterrado. Juego de niños, esperaba.
Tenía algo de gracia que Orri quisiera aprender a ser un
auténtico espía, sin darse cuenta nunca de que principalmente consistía en
mantener la cabeza fría en momentos como este, cuando las cosas iban mal dadas.
En ese instante, Bazine necesitaba las habilidades de Orri casi tanto como las
suyas propias.
Comprobó que las puertas delanteras seguían vacías antes
de salir corriendo por el único pasillo. El corazón le latía con fuerza; sus
botas avanzaban sobre alfombras desgarradas y pedazos de cera del tamaño de su
mano mientras pasaba velozmente frente a puertas que mostraban habitaciones
llenas de celdas hexagonales. Todo estaba tintado con el mismo tono amarillo,
dorado y cálido, y un aroma empalagosamente dulce flotaba en el aire estancado.
Bazine sintió como si estuviera corriendo a cámara lenta pasando por infinitas
puertas llenas de infinitas celdas. Al darse cuenta demasiado tarde que delante
de ella el pasillo giraba abruptamente, casi choca contra otra pared llena de
esas apretadas celdas de un metro de ancho. Cara a cara con una de las cámaras,
puso la mano sobre la cera parcialmente translúcida. Al sentir cómo latía bajo
su mano, retrocedió de un salto, justo cuando una horrible larva blanca empujó
la cera, que se combó bajo su peso, y sus extraños ojos negros giraron como si
la estuvieran buscando.
Eso hizo que corriera más rápido.
El siguiente pasillo era más oscuro; ese lado del
edificio estaba en el lado opuesto del sol. Bazine tenía gafas, bengalas, y una
linterna para colocarse sobre la cabeza, pero no quería atraer la atención de
los dacs, así que siguió avanzando hasta que se quedó sin luz. Ese pasillo
parecía contener habitaciones o dormitorios para los jubilados, cada habitación
marcada con un número, algunas con apellidos que se habían vuelto ilegibles
bajo una capa de cera. Había pasamanos sujetos en las paredes, y pasó junto una
serie de horribles cuadros con paisajes interrumpidos únicamente por la oxidada
abertura del conducto de la ropa sucia. Justo delante de ella, vio una puerta
cerrada señalada como ESCALERAS.
Mientras Bazine aceleraba y corría hacia las escaleras,
un apidáctilo adulto salió de una de las puertas abiertas, haciendo zumbar sus
alas con tono inquisitivo, y se volvió hacia ella. Inmediatamente, lo supo:
Viera lo que viese la criatura, no era bueno. Su zumbido tomó un tono más
oscuro y agresivo, y apenas hizo una pausa antes de chasquear las mandíbulas y
salir volando hacia ella.
Alejándose de la puerta, retrocedió corriendo por el
pasillo. Docenas de dacs regresaban por las puertas delanteras, inclinando sus
cabezas hacia ella al oír sus pasos o el furioso zumbido que la perseguía. Con
pocas opciones, abrió de par en par el conducto de la ropa sucia y se lanzó por
él, con los pies por delante, sin saber qué se encontraría en el fondo.
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