lunes, 25 de enero de 2016

El arma perfecta (y XI)


Capítulo 11

Bazine no sabía gran cosa sobre narglatches, pero sabía cómo matar a uno con el bláster de Kloda a diez metros de distancia. Como su amo, el gato era un depredador de voluntad decidida, y Bazine no confiaba en él más de lo que confiaba en Kloda. Cuando el pecho de la bestia dejó de moverse, se deslizó por la pendiente del cráter y abrió las alforjas. Pronto recuperó su hoja, sus cuchillos arrojadizos, su bláster... y el estuche.
Después de trepar fuera del cráter, se dirigió a su deslizador. Gracias a las enseñanzas de Orri y al tesoro de un muerto, fue bastante fácil arreglar los cables que Kloda había cortado y dejarlo otra vez en funcionamiento. Casi resultaba divertido; él le había enseñado a no confiar en nadie salvo en él, y pese a ello había sido el conocimiento obtenido de otros profesores lo que le había permitido vencerle.
Cuando terminó de arreglar las entrañas del vehículo, cerró el panel de acceso y activó el arranque del deslizador. La satisfacción la inundó al escuchar como cobraba vida con un zumbido y por fin pudo dejar atrás la colmena de los apidáctilos.
Pulsó el botón detrás de su oreja.
-Al habla...
-¿Bazine? ¿Eres tú?
Pulsó de nuevo el botón para apagarlo. No era la voz modulada de su empleador en el comunicador de largo alcance de su oreja. Era Orri en su comunicador de muñeca, y su voz parecía aturdida. Ella sonrió, sólo un poco. Así que había una persona –alguien a quien ella tal vez apreciara un poquito- a quien Kloda no había llegado a matar.
-Sí, Orri. Soy yo.
-¿Qué ha pasado? No logro recordar. ¿Me... me besaste?
Ella le obsequió con una risita.
-No. No te besé.
-Pero hiciste algo. Tengo una zona dolorida en... –Se aclaró la garganta-. No importa. ¿Dónde estás?
-Estoy yendo de vuelta a la nave. Debería estar allí en pocas horas. No trates de marcharte. Limítate a tomar una taza de caf y algo de comer, y no hagas ninguna tontería.
Hubo una larga pausa.
-Así que fuiste a hacer el trabajo sin mí.
Parecía abatido, como un niño al que se le habían caído los dulces en la arena.
-No te has perdido nada. Ya te contaré luego.
-¿Encontraste a nuestro hombre?
Bazine no pudo evitar menear la cabeza. Nuestro hombre. Como si fuera algo que estuvieran haciendo juntos. Como si fueran iguales. Como si él no fuera un estúpido y una molestia.
-Sí, encontré a nuestro hombre.
-¿Qué tal funcionó el tejido deflector? ¿Indetectable, verdad?
-Adiós, Orri.
Bloqueó el canal. Tenía trabajo de verdad que hacer.
Mientras conducía de vuelta hacia Ciudad Vashka y el Gavilán –ahora su nave- activó el piloto automático y colocó el estuche metálico en su regazo. Parecía haber sido arrastrado por una guerra, salpimentado con abolladuras y arañazos y algunas marcas negras que debían de ser rebotes de fuego bláster. En los bordes se había acumulado suciedad oscura, como si no hubiera sido abierto en décadas. No vio ningún tipo de cerrojo ni cerradura. Pensó en intentar abrirlo, y llegó al punto de recorrer el borde con los dedos. Después de todo, ¿qué era tan especial para que Kloda saliera de su escondite y la traicionara para robarlo? ¿Para que pasara años entrenándola, criándola, sólo con este fin? ¿Cuál podría ser “la mayor recompensa”?
En el fondo, no quería saberlo. Sólo quería el dinero.
Dejó con cuidado el estuche a su lado y activó el comunicador de detrás de su oreja para establecer una conexión de largo alcance.
-Al habla Bazine Netal –dijo-. Lo tengo.

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