viernes, 15 de enero de 2016

El arma perfecta (I)


El arma perfecta
Delilah S. Dawson

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana....

Capítulo 1

La noche era joven, y Bazine Netal estaba de caza. Acurrucada sobre un taburete con su ajustado mono negro que hacía juego con sus ojos, labios y cabello, examinó la sala en busca de su contacto y sólo encontró idiotas. A menudo, torpes admiradores tomaban su mirada gélida como una invitación. En su línea de trabajo, ser hermosa a menudo era de ayuda. Pero también era un inconveniente.
-Buenas noches, señorita.
Ella alzó la mirada y frunció el ceño. Ya se había fijado antes en ese devaroniano estúpido, cuando había sufrido una espectacular derrota al sabacc. Ahora, rezumando licor y exceso de confianza, acercó su mano a la rodilla de Bazine, farfullando algo sobre el calor de las arenas del desierto y las curvas de sus abundantes dunas. Antes de que sus sucios dedos llegaran a tocarla, le dobló la muñeca como si fuera una rama seca. Él gritó y cayó al suelo cubierto de arena, llamándole toda clase de cosas, pero ella se limitó a bostezar y apartar la mirada. Claramente, ese no era el hombre que estaba buscando. Los amigos del devaroniano se acercaron rápidamente a él, lanzaron una mirada a Bazine, y murmuraron oscuras amenazas mientras se lo llevaban; el hombre no dejó en todo el rato de chillar como un bebé hutt. Ella se acomodó en las sombras de la esquina, removiendo la bebida de su vaso con sus dedos de uñas escrupulosamente pintadas de negro.
Ni siquiera había probado la bebida, por supuesto. Nunca lo hacía.
Las bebidas podían envenenarse en cualquier momento. Ella misma ya había envenenado una esa noche. Los efectos no serían evidentes hasta que su objetivo estuviera de vuelta en la seguridad de su hogar, durmiendo plácidamente. No volvería a despertarse. Y entonces su comunicador emitiría un suave pitido, haciéndole saber que su empleador desconocido estaba complacido y había depositado los créditos en su cuenta.
Lo que Bazine necesitaba en ese momento era un nuevo trabajo para mantenerla ocupada. Llevaba horas esperando a ese nuevo contacto y ya estaba aburrida, y los hombres podían oler su aburrimiento. Otro más apareció en el extremo opuesto de su mesa, acariciando su bláster con los dedos.
-¿Estás sola, dulzura? –preguntó, moviendo con su lengua un palillo de dientes.
Ella lo miró de arriba abajo. El enclenque chatarrero humano no resultaba ni amenazante ni atractivo. Decididamente no era su hombre. Él la miró de arriba abajo a su vez. Botas de plataforma con tacón alto, pantalones de cuero negro que se ceñían a sus piernas torneadas, chaqueta ceñida que ocultaba armadura y armas; no es que él pudiera saberlo, como tampoco sabría que el sobrio corte de pelo negro era una peluca. Cuando sus ojos volvieron a los duros rasgos de su rostro cincelado, la miró lascivamente.
-Porque pareces... solitaria.
-Y tú pareces un mynock enfermo. Márchate.
Le hizo un gesto con la mano para que se largara y se recostó en las sombras del fondo de su reservado, colocando las piernas sobre la mesa para desanimar futuras molestias.
-¿Te crees demasiado buena para mí? –balbuceó él, acercando una mano temblorosa a su bláster.
-Por supuesto que no. Sé que soy demasiado buena para ti.
Con una sencilla pero elegante patada, golpeó un centro nervioso en el muslo del hombre que hizo que se derrumbara sobre el tosco suelo. Ese hombre no tenía amigos para que le levantaran. No tuvo más opción que alejarse reptando, mientras la maldecía.
Eso, al menos, le hizo dibujar una ligera sonrisa.
Apareció una camarera, limpiando la mesa con un trapo húmedo mientras observaba la retirada del chatarrero.
-Si sigues lisiando públicamente a los clientes, Suli no te dejará cruzar la puerta –dijo la chica duros de ojos naranjas-. No pueden dejar propina si tienen los huesos rotos.
Bazine dejó unos cuantos chips de crédito sobre la mesa.
-No es culpa mía si el establecimiento de Suli atraiga sinvergüenzas, Ooda.
Era lo más cerca que llegaría a una disculpa, y Ooda asintió y recogió los créditos, que era lo más cerca que llegaría al perdón. Las dos tenían un acuerdo tácito, aunque llevaban años en la misma órbita. Era el mismo acuerdo que Bazine tenía con todos sus conocidos: nada de preguntas y nada de ponerse amistoso.
-Oh, y Suli dijo que te dijera que él llegará pronto.
Ooda se volvió para marcharse, y Bazine la llamó.
-¿Quién?
La duros se encogió de hombros y se alejó.
-No pregunté, no quiero saberlo.
Bazine también tenía un acuerdo con Suli. Él le enviaba trabajos, y a cambio ella actuaba como portera no oficial, haciendo salir sin escándalo a cualquiera que causara problemas. Incluso los borrachos más violentos la seguían al exterior con la promesa de un beso. Técnicamente, había dicho al propietario de la cantina que esperaría para lisiar a los clientes hasta que estuvieran fuera, en un callejón trasero privado. Buscó a Suli en el bar, hizo contacto visual, e indicó que había comprendido con la más ligera de las inclinaciones de cabeza.
La noche fue pasando, y el contacto no aparecía. Rechazó amablemente a siete sinvergüenzas más, y vio el doble de malas manos de sabacc, cuando algo cayó tintineando en su vaso, haciendo que el líquido ambarino salpicara sobre la sucia mesa. Levantó la cabeza de golpe, buscando la fuente de la interrupción. El escenario no había cambiado. Ni un solo par de ojos nuevo la observaba; tampoco había extraños dando vueltas alrededor de su mesa mientras practicaban malas frases de ligoteo en voz baja. Conocía ese bar, y conocía a todos los demás mercenarios, y reconocía a la mayoría de esos indeseables, incluso si ellos no la reconocían a ella, gracias a una galería rotatoria de disfraces. Pero nunca antes había tenido pretendientes que trataran de captar su atención haciendo caer una llave de habitación en su vado.
Miró disimuladamente a izquierda y derecha antes de lanzar el codo, vertiendo la bebida.
-Ups.
Metió un dedo por el aro de la llave, esforzándose por que no se corriera la tinta de anguila rishi de color negro mate con la que se había pintado los dedos para enmascarar sus huellas dactilares. HABITACIÓN 3, decía la etiqueta. Podía ser una invitación. Podía ser el trabajo. En cualquier caso, iba a averiguarlo. Arrastrando su taburete, se puso en pie y estiró las piernas, reajustando su austero pero exquisito atuendo mientras comprobaba sutilmente sus armas. Bláster chato: comprobado. Hoja fina: comprobada. Pequeños detonadores termales ocultos en las plataformas de sus botas: comprobados. Siete cuchillos arrojadizos cosidos en su chaqueta: comprobados. Fuera cual fuese el motivo por el que el huésped del hotel esperaba pagarle, iba a llevarse una sorpresa con su colección de trucos.
Se dirigió al largo pasillo en el que se encontraban el más que asqueroso lavabo y la puerta a las escaleras. Nunca había visitado la zona de alojamientos del segundo piso del bar, sabedora de que era utilizada por las bailarinas y los grandes jugadores, ya fuera juntos o por separado. La escalera era estrecha y apestaba a sudor y a cosas peores, y desenfundó su bláster mientras subía, con cuidado de no tocar la sucia barandilla.
Apuntando su bláster a cada lado del pasillo, no encontró nada a lo que mereciera la pena disparar. Puertas numeradas idénticas desfilaban por el panelado color arena, con diversos sonidos susurrando o golpeando rítmicamente tras ellas. Se detuvo ante la puerta número tres. Con la espalda pegada a la pared, acercó su oreja al plastiacero y no escuchó nada en el interior. Llamó dos veces, rápidamente, y ralentizó su respiración, con el bláster en alto, mientras esperaba una respuesta. No hubo ninguna.
Qué poco hospitalario.
Con el bláster en una mano, y la pasada de moda llave en la otra, preparada para salir corriendo o disparar, abrió la puerta y la abrió de una patada. Había esperado fuego de bláster, la carcajada de un enemigo, o los suaves sonidos de una banda de jatz y los piropos de un idiota, pero lo que obtuvo fue el silencio absoluto. Sacando un pequeño espejo de uno de sus bolsillos, lo usó para examinar la habitación por la puerta abierta.
Una figura solitaria estaba sentada en la cama deshecha, completamente inmóvil. Incluso en la tenue luz, pudo darse cuenta de que era un droide de protocolo, y no uno de los nuevos y lujosos. Este era esquelético y le faltaba un brazo, un mísero esbozo de ser racional. El resto de la habitación estaba ligeramente raro, con toallas en el suelo y sillas volcadas, como si la persona que le había dado la llave lo hubiera hecho al salir corriendo.
-¿Hola? –preguntó, con voz grave para parecer seductora.
No hubo respuesta. No sabía si se encontraba más intrigada o molesta. Desde luego, se estaba aburriendo en el bar y estaba esperando una misión, pero su trabajo le gustaba igual que su atuendo: ordenado, sin tonterías, que encajase, y preparado para quemarlo si tenía que salir corriendo.
Volvió a deslizar el espejo en su bolsillo y tomó su hoja. Con ambas armas desenfundadas, entró en la habitación, preparada para lo peor.
La oxidada cabeza del droide de protocolo, se levantó con un ruido de carraca para examinar su rostro.
-Saludos, Bazine Netal –dijo con una voz monótona, gris y carente de alma-. Tengo un trabajo para usted. ¿Acepta?

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