Delilah S.
Dawson
Hace mucho
tiempo, en una galaxia muy, muy lejana....
Capítulo 1
La noche era joven,
y Bazine Netal estaba de caza. Acurrucada sobre un taburete con su ajustado mono
negro que hacía juego con sus ojos, labios y cabello, examinó la sala en busca
de su contacto y sólo encontró idiotas. A menudo, torpes admiradores tomaban su
mirada gélida como una invitación. En su línea de trabajo, ser hermosa a menudo
era de ayuda. Pero también era un inconveniente.
-Buenas noches,
señorita.
Ella alzó la
mirada y frunció el ceño. Ya se había fijado antes en ese devaroniano estúpido,
cuando había sufrido una espectacular derrota al sabacc. Ahora, rezumando licor
y exceso de confianza, acercó su mano a la rodilla de Bazine, farfullando algo
sobre el calor de las arenas del desierto y las curvas de sus abundantes dunas.
Antes de que sus sucios dedos llegaran a tocarla, le dobló la muñeca como si
fuera una rama seca. Él gritó y cayó al suelo cubierto de arena, llamándole
toda clase de cosas, pero ella se limitó a bostezar y apartar la mirada.
Claramente, ese no era el hombre que estaba buscando. Los amigos del
devaroniano se acercaron rápidamente a él, lanzaron una mirada a Bazine, y
murmuraron oscuras amenazas mientras se lo llevaban; el hombre no dejó en todo
el rato de chillar como un bebé hutt. Ella se acomodó en las sombras de la
esquina, removiendo la bebida de su vaso con sus dedos de uñas escrupulosamente
pintadas de negro.
Ni siquiera
había probado la bebida, por supuesto. Nunca lo hacía.
Las bebidas
podían envenenarse en cualquier momento. Ella misma ya había envenenado una esa
noche. Los efectos no serían evidentes hasta que su objetivo estuviera de
vuelta en la seguridad de su hogar, durmiendo plácidamente. No volvería a
despertarse. Y entonces su comunicador emitiría un suave pitido, haciéndole
saber que su empleador desconocido estaba complacido y había depositado los
créditos en su cuenta.
Lo que Bazine
necesitaba en ese momento era un nuevo trabajo para mantenerla ocupada. Llevaba
horas esperando a ese nuevo contacto y ya estaba aburrida, y los hombres podían
oler su aburrimiento. Otro más apareció en el extremo opuesto de su mesa,
acariciando su bláster con los dedos.
-¿Estás sola,
dulzura? –preguntó, moviendo con su lengua un palillo de dientes.
Ella lo miró de
arriba abajo. El enclenque chatarrero humano no resultaba ni amenazante ni
atractivo. Decididamente no era su hombre. Él la miró de arriba abajo a su vez.
Botas de plataforma con tacón alto, pantalones de cuero negro que se ceñían a
sus piernas torneadas, chaqueta ceñida que ocultaba armadura y armas; no es que
él pudiera saberlo, como tampoco sabría que el sobrio corte de pelo negro era
una peluca. Cuando sus ojos volvieron a los duros rasgos de su rostro
cincelado, la miró lascivamente.
-Porque
pareces... solitaria.
-Y tú pareces un
mynock enfermo. Márchate.
Le hizo un gesto
con la mano para que se largara y se recostó en las sombras del fondo de su
reservado, colocando las piernas sobre la mesa para desanimar futuras
molestias.
-¿Te crees
demasiado buena para mí? –balbuceó él, acercando una mano temblorosa a su
bláster.
-Por supuesto
que no. Sé que soy demasiado buena para ti.
Con una sencilla
pero elegante patada, golpeó un centro nervioso en el muslo del hombre que hizo
que se derrumbara sobre el tosco suelo. Ese hombre no tenía amigos para que le
levantaran. No tuvo más opción que alejarse reptando, mientras la maldecía.
Eso, al menos,
le hizo dibujar una ligera sonrisa.
Apareció una
camarera, limpiando la mesa con un trapo húmedo mientras observaba la retirada
del chatarrero.
-Si sigues lisiando
públicamente a los clientes, Suli no te dejará cruzar la puerta –dijo la chica
duros de ojos naranjas-. No pueden dejar propina si tienen los huesos rotos.
Bazine dejó unos
cuantos chips de crédito sobre la mesa.
-No es culpa mía
si el establecimiento de Suli atraiga sinvergüenzas, Ooda.
Era lo más cerca
que llegaría a una disculpa, y Ooda asintió y recogió los créditos, que era lo
más cerca que llegaría al perdón. Las dos tenían un acuerdo tácito, aunque
llevaban años en la misma órbita. Era el mismo acuerdo que Bazine tenía con
todos sus conocidos: nada de preguntas y nada de ponerse amistoso.
-Oh, y Suli dijo
que te dijera que él llegará pronto.
Ooda se volvió
para marcharse, y Bazine la llamó.
-¿Quién?
La duros se
encogió de hombros y se alejó.
-No pregunté, no
quiero saberlo.
Bazine también
tenía un acuerdo con Suli. Él le enviaba trabajos, y a cambio ella actuaba como
portera no oficial, haciendo salir sin escándalo a cualquiera que causara
problemas. Incluso los borrachos más violentos la seguían al exterior con la
promesa de un beso. Técnicamente, había dicho al propietario de la cantina que
esperaría para lisiar a los clientes hasta que estuvieran fuera, en un callejón
trasero privado. Buscó a Suli en el bar, hizo contacto visual, e indicó que
había comprendido con la más ligera de las inclinaciones de cabeza.
La noche fue
pasando, y el contacto no aparecía. Rechazó amablemente a siete sinvergüenzas
más, y vio el doble de malas manos de sabacc, cuando algo cayó tintineando en
su vaso, haciendo que el líquido ambarino salpicara sobre la sucia mesa. Levantó
la cabeza de golpe, buscando la fuente de la interrupción. El escenario no
había cambiado. Ni un solo par de ojos nuevo la observaba; tampoco había
extraños dando vueltas alrededor de su mesa mientras practicaban malas frases
de ligoteo en voz baja. Conocía ese bar, y conocía a todos los demás
mercenarios, y reconocía a la mayoría de esos indeseables, incluso si ellos no
la reconocían a ella, gracias a una galería rotatoria de disfraces. Pero nunca
antes había tenido pretendientes que trataran de captar su atención haciendo
caer una llave de habitación en su vado.
Miró
disimuladamente a izquierda y derecha antes de lanzar el codo, vertiendo la
bebida.
-Ups.
Metió un dedo
por el aro de la llave, esforzándose por que no se corriera la tinta de anguila
rishi de color negro mate con la que se había pintado los dedos para enmascarar
sus huellas dactilares. HABITACIÓN 3, decía la etiqueta. Podía ser una
invitación. Podía ser el trabajo. En cualquier caso, iba a averiguarlo.
Arrastrando su taburete, se puso en pie y estiró las piernas, reajustando su
austero pero exquisito atuendo mientras comprobaba sutilmente sus armas.
Bláster chato: comprobado. Hoja fina: comprobada. Pequeños detonadores termales
ocultos en las plataformas de sus botas: comprobados. Siete cuchillos
arrojadizos cosidos en su chaqueta: comprobados. Fuera cual fuese el motivo por
el que el huésped del hotel esperaba pagarle, iba a llevarse una sorpresa con
su colección de trucos.
Se dirigió al
largo pasillo en el que se encontraban el más que asqueroso lavabo y la puerta
a las escaleras. Nunca había visitado la zona de alojamientos del segundo piso
del bar, sabedora de que era utilizada por las bailarinas y los grandes
jugadores, ya fuera juntos o por separado. La escalera era estrecha y apestaba
a sudor y a cosas peores, y desenfundó su bláster mientras subía, con cuidado
de no tocar la sucia barandilla.
Apuntando su
bláster a cada lado del pasillo, no encontró nada a lo que mereciera la pena
disparar. Puertas numeradas idénticas desfilaban por el panelado color arena, con diversos sonidos susurrando o golpeando
rítmicamente tras ellas. Se detuvo ante la puerta número tres. Con la espalda pegada
a la pared, acercó su oreja al plastiacero y no escuchó nada en el interior.
Llamó dos veces, rápidamente, y ralentizó su respiración, con el bláster en
alto, mientras esperaba una respuesta. No hubo ninguna.
Qué poco
hospitalario.
Con el bláster
en una mano, y la pasada de moda llave en la otra, preparada para salir corriendo
o disparar, abrió la puerta y la abrió de una patada. Había esperado fuego de
bláster, la carcajada de un enemigo, o los suaves sonidos de una banda de jatz
y los piropos de un idiota, pero lo que obtuvo fue el silencio absoluto.
Sacando un pequeño espejo de uno de sus bolsillos, lo usó para examinar la
habitación por la puerta abierta.
Una figura
solitaria estaba sentada en la cama deshecha, completamente inmóvil. Incluso en
la tenue luz, pudo darse cuenta de que era un droide de protocolo, y no uno de
los nuevos y lujosos. Este era esquelético y le faltaba un brazo, un mísero
esbozo de ser racional. El resto de la habitación estaba ligeramente raro, con
toallas en el suelo y sillas volcadas, como si la persona que le había dado la
llave lo hubiera hecho al salir corriendo.
-¿Hola? –preguntó,
con voz grave para parecer seductora.
No hubo
respuesta. No sabía si se encontraba más intrigada o molesta. Desde luego, se
estaba aburriendo en el bar y estaba esperando una misión, pero su trabajo le
gustaba igual que su atuendo: ordenado, sin tonterías, que encajase, y
preparado para quemarlo si tenía que salir corriendo.
Volvió a
deslizar el espejo en su bolsillo y tomó su hoja. Con ambas armas
desenfundadas, entró en la habitación, preparada para lo peor.
La oxidada
cabeza del droide de protocolo, se levantó con un ruido de carraca para
examinar su rostro.
-Saludos, Bazine
Netal –dijo con una voz monótona, gris y carente de alma-. Tengo un trabajo
para usted. ¿Acepta?
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