Mercancías valiosas
Paul Danner
Divv lanzó una
nerviosa mirada a la alcoba oscura. Los parpadeantes pulsos de una docena de
lucecitas traicionaron la presencia de uno de los dos guardaespaldas
principales de Vocta. Haelon Tice tenía tantas partes cibernéticas que el tipo
ofrecía una huella energética característica. El asesino palpitaba como
cualquier otra máquina.
Y si Tice estaba
presente, entonces R’Kayza no podría estar demasiado lejos. Tan solo la idea
del buscador gand mirándole desde las sombras hizo que un escalofrío recorriera
la espalda de Divv. Tragó saliva sonoramente y trató de concentrarse en el ser
detrás del elegante escritorio de mármol negro.
Por desgracia, la
visión de Yin Vocta no era particularmente tranquilizadora. El señor del crimen
anomid estaba envuelto en una de las túnicas oscuras que tanto gustaban a su
especie. La voluminosa capucha de la túnica mantenía oculto el rostro de Vocta,
aunque sus grandes ojos plateados parecían brillar bajo la tenue luz luma.
-¿Tienes la
información que requiero?
La voz de Vocta
era sorprendentemente suave y fluida, considerando que estaba sintetizada
mecánicamente a través de una máscara vocalizadora.
-Por supuesto,
Lord Vocta.
El anomid tendió
una mano de seis dedos, envuelta en un guante de cuero flexible.
-Por favor,
Divv... Nada de formalidades. Mi autoestima no está tan baja para que necesite
apoyarla con pretenciosos títulos ceremoniales.
Divv asintió
rápidamente.
-Lo que me
recuerda... ¿Cómo le va a Jabba? –Vocta comenzó a reír entre dientes-. El Gran
Hinchado, el Terror de Tatooine... Ojala cayera víctima de una exótica e
insoportablemente dolorosa enfermedad. –El anomid hizo una pausa, añadiendo un
tono de esperanza-. ¿No ha sido así, verdad?
-No –consiguió decir
Divv frunciendo los labios-. Pero en una extraña coincidencia, uno de sus
catadores recientemente ha contraído algo similar a lo que acabas de describir.
Sin embargo, Jabba goza de bastante buena salud.
Vocta soltó un
bufido de desdén.
-Que el lado
oscuro se lo lleve, a él y a su horrible pequeño mono-lagarto. –Extendió una
mano enguantada-. Pero hasta ese día, supongo que tendré que conformarme con infligir
heridas menores en su persona.
Divv sonrió,
extrayendo una tarjeta de daros de su bolsillo y ofreciéndosela a Vocta.
-El nombre de
cada uno de sus espías en Lianna. Como prometí.
Vocta levantó la
tarjeta por encima de su hombro con aire casual.
-Mátalos a todos
por mí, ¿quieres?
Divv habría
jurado no ver ningún movimiento, pero de pronto la tarjeta de datos desapareció
en las sombras. R’Kayza, pensó, y el sentimiento de ansiedad regresó por un instante.
Cuando los dos asesinos salieron de la sala para llevar a cabo las órdenes de
su señor, Divv recuperó la compostura.
-Ciertamente, no pierdes el tiempo...
–dijo Divv con una risa nerviosa.
-Desperdiciar mercancías valiosas
no es bueno para el negocio –dijo Vocta, y luego añadió con un guiño-: A menos,
por supuesto, que pertenezcan a otra persona.
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