jueves, 14 de enero de 2016

Comida para bichos

Comida para bichos
Paul Danner

Hacía un frío tan brutal que Kaori Batta había cancelado la expedición de caza. Todo el mundo estaba más que contento por el cambio de planes. Todo el mundo, claro, excepto Ghecharo. El arrogante noble exigía que la caza continuara según lo planeado, alegando que su itinerario real no podía sufrir ningún cambio repentino.
Batta no estaba de humor para discutir con ese fanfarrón engreído, ya que muy probablemente la disputa acabaría con la sangre de Ghecharo, azul al uno por ciento, vertida por el suelo del Emporio. Y a Exovar eso no le haría gracia.
Así que el cazador tuvo que ceder, y decidió que la mejor línea de actuación sería salir sólo con Ghecharo y su ayudante Kleck al feroz clima de Neftali, hasta que el dúo comenzara a llorar para volver de cabeza al interior o se congelara como un par de sables de helado. En cualquier caso, Batta cobraría. Aunque al cazador generalmente le gustaba regresar con todas las personas con las que había salido, en este caso gustosamente haría una excepción.
Batta se detuvo en lo alto de un peñasco helado, mirando el mar de polvo blanco recién caído que se extendía bajo él. Los aullantes vientos sacudían la capa de piel de modrol en la que se envolvía, mientras examinaba la ladera de la montaña con un par de macrobinoculares gastados.
Resoplando, el noble enjuto llegó junto al cazador. Kleck, más pesado y de menos estatura, cargado ya con la mochila y las armas de su señor, pasaba dificultades para caminar por la gruesa alfombra de nieve. Parecía hundirse a cada paso.
-¿Y bien? –preguntó Ghecharo, con un punto nada sutil de irritación en su voz-. Ya llevamos aquí fuera más de media hora y no hemos visto mucho más que una rata del hielo.
Batta se preguntó brevemente cómo sonaría la chirriante voz del noble amortiguada por diez metros de nieve.
-La paciencia es la mayor ventaja de un cazador.
El noble soltó un bufido, incrementando la cualidad nasal de su voz.
-Sólo si pretendes matar a tu presa de aburrimiento.
El habitual estallido de risa aduladora de Kleck, que sonaba cada vez que Ghecharo trataba de hacer un comentario humorístico, quedó misericordiosamente ahogado por los vientos aullantes.
Ghecharo señaló la entrada de la cueva rocosa que Batta estaba examinando en ese momento.
-Eso tiene buena pinta.
El cazador bajó los macrobinoculares y negó con la cabeza. Ghecharo inmediatamente desafió la opinión de su guía.
-¿No hay señales de modrols?
-En realidad, hay unas cuantas. Grandes marcas de garras en la entrada y manchas de sangre en el suelo. –Batta apartó la mirada-. Esa cueva está claramente ocupada, y tiene lo que viene a ser una gran señal de “No molestar” en su exterior.
-¿De qué me está hablando? Si hay un modrol ahí dentro, quiero ir y matarlo.
Batta ofreció al noble una mirada lastimera.
-Lo que tienes en esa cueva es un modrol herido. Uno grande, además, por el tamaño de esas garras. De entrada, esos bichos son extremadamente peligrosos. Este está herido. Si ahora entras en esa cueva, también se encontrará acorralado. –El cazador soltó una risa lúgubre-. Si en el sabacc te dan una mano como esa, es momento de plantarse. ¿Comprende?
-Oh, comprendo perfectamente... Comprendo que el gran cazador galáctico, Kaori Batta, no es sino un gran cobarde. –Ghecharo extendió su mano enguantada-. Kleck, pásame mi arma.
Obedientemente, Kleck extrajo el pesado bláster de caza de su mochila y se la ofreció al noble.
Ghecharo alzó el arma.
-Ningún animal de la galaxia será más astuto que yo.
Kleck sonrió ampliamente ante la fanfarronada de su señor.
-Ven, Kleck... Hoy reclamaremos un nuevo trofeo para mi muro.
La sonrisa de Kleck se desvaneció abruptamente.
Ghecharo comenzó a descender sigilosamente hacia su objetivo.
-Hacia la victoria.
Reticentemente, Kleck levantó su carga, siguiendo al noble a trompicones.
Batta observó la escena en silencio, llegando a la conclusión de que la carrera militar de Ghecharo debía haber sido de naturaleza honoraria.
El cazador se encogió de hombros, soltó la correa de su propio zurrón y dejó que se deslizara al suelo. Descolgó el Depredador de su espalda. El gran rifle de caza daba una sensación de seguridad en sus manos.
Mientras Ghecharo y Kleck alcanzaban la boca de la cueva, Batta comenzó a desmontar su arma. El cazador sólo se detuvo para ver si los imperiales serían tan estúpidos como para activar una fuente de luz antes de entrar en la oscura caverna.
Kleck extrajo una lumalámpara de su gigantesca mochila, sosteniéndola en alto como si fuera una baliza de señales.
Batta se permitió soltar un único y muy sufrido suspiro mientras descendía con calma por la ladera, volviendo a montar su rifle mientras caminaba.
Los dos hombres desaparecieron en el interior de la cueva, y en ese mismo instante el viento amainó, como si tratara de escuchar lo que ocurriría después.
Batta había vuelto a ensamblar por completo el Depredador y estaba acercándose a la boca de la cueva cuando los primeros gritos estridentes resonaron en el interior. Los alaridos fueron acompañados por horribles sonidos de desgarros, tirones, y cosas húmedas impactando en el suelo.
El cazador extrajo un paquete de energía nuevo de un bolsillo de su mono corporal de temperatura controlada. El grueso material negro era similar a lo que los soldados de asalto llevaban bajo su armadura.
Acababa de encajar el paquete en la empuñadura de su rifle cuando escuchó el sonido de alguien que corría por la cueva, jadeando en busca de aire. Rápidamente le siguió un escalofriante rugido de furia.
Batta sostuvo con calma el Depredador en sus manos, sintiendo su peso familiar.
Segundos después, Kleck salió como una exhalación de la cueva, tan pálido como la tundra helada que le rodeaba. Todo lo que quedaba de la gigantesca mochila eran las correas que llevaba al hombro y un trozo de tela desgarrado. Con ojos vidriosos, pasó corriendo junto a Batta y se desplomó en la nieve, completamente sin aliento. Incapaz de moverse, Kleck se tapó los ojos y comenzó a gimotear.
-¡Viene hacia aquí!
Batta se llevó el rifle al hombro y apoyó una rodilla en el suelo. El cazador tomó una larga y profunda bocanada de aire y se quedó completamente inmóvil. Un observador casual habría pensado que estaba tallado en el hielo.
En ese momento, salió el modrol. Con fácilmente cinco metros de alto, el pelaje blanco de la criatura tenía la marca de recientes heridas de garras; la criatura debía de haber tenido hace poco una disputa con otro de su especie. Aullando de rabia, la bestia se fijó en Batta y atacó, mostrando los colmillos mientras alzaba sus garras como cuchillas.
El modrol se acercó a cinco metros...
Batta no se amilanó, y su único movimiento fue alzar la punta del rifle.
Cuatro metros...
-¡Dispare! –gritó Kleck.
Tres metros...
El cazador cerró el ojo derecho, enfocando con mecánica precisión el ojo izquierdo en el objetivo que le atacaba. Rodeó el gatillo con el dedo.
Dos...
Batta arrugó la nariz con el fétido olor del aliento de la criatura.
Uno...
El Depredador cobró vida con un rugido, y el eco del disparo resonó por todo el valle.
El modrol dio un paso más, y luego cayó, aterrizando a los pies de Batta.
Y todo quedó en silencio.
Batta se puso en pie y se colgó de los hombros el enorme rifle.
Kleck seguía tendido sobre el estómago en la nieve. Levantó la mirada con completo asombro cuando el cazador pasó a su lado.
-¡Eso ha sido increíble!
-No, sólo ha sido mi trabajo. –Batta comenzó a subir al risco nevado-. Espero que haya aprendido algo de esta pequeña excursión, Sr. Kleck. Aquí fuera, en el mundo salvaje, hay una línea realmente fina entre cazador y comida para bichos.

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