Comida para bichos
Paul Danner
Hacía un frío
tan brutal que Kaori Batta había cancelado la expedición de caza. Todo el mundo
estaba más que contento por el cambio de planes. Todo el mundo, claro, excepto
Ghecharo. El arrogante noble exigía que la caza continuara según lo planeado,
alegando que su itinerario real no podía sufrir ningún cambio repentino.
Batta no estaba
de humor para discutir con ese fanfarrón engreído, ya que muy probablemente la
disputa acabaría con la sangre de Ghecharo, azul al uno por ciento, vertida por
el suelo del Emporio. Y a Exovar eso no le haría gracia.
Así que el
cazador tuvo que ceder, y decidió que la mejor línea de actuación sería salir
sólo con Ghecharo y su ayudante Kleck al feroz clima de Neftali, hasta que el
dúo comenzara a llorar para volver de cabeza al interior o se congelara como un
par de sables de helado. En cualquier caso, Batta cobraría. Aunque al cazador
generalmente le gustaba regresar con todas las personas con las que había
salido, en este caso gustosamente haría una excepción.
Batta se detuvo
en lo alto de un peñasco helado, mirando el mar de polvo blanco recién caído que
se extendía bajo él. Los aullantes vientos sacudían la capa de piel de modrol
en la que se envolvía, mientras examinaba la ladera de la montaña con un par de
macrobinoculares gastados.
Resoplando, el noble
enjuto llegó junto al cazador. Kleck, más pesado y de menos estatura, cargado
ya con la mochila y las armas de su señor, pasaba dificultades para caminar por
la gruesa alfombra de nieve. Parecía hundirse a cada paso.
-¿Y bien? –preguntó
Ghecharo, con un punto nada sutil de irritación en su voz-. Ya llevamos aquí
fuera más de media hora y no hemos visto mucho más que una rata del hielo.
Batta se
preguntó brevemente cómo sonaría la chirriante voz del noble amortiguada por
diez metros de nieve.
-La paciencia es
la mayor ventaja de un cazador.
El noble soltó
un bufido, incrementando la cualidad nasal de su voz.
-Sólo si
pretendes matar a tu presa de aburrimiento.
El habitual
estallido de risa aduladora de Kleck, que sonaba cada vez que Ghecharo trataba
de hacer un comentario humorístico, quedó misericordiosamente ahogado por los
vientos aullantes.
Ghecharo señaló
la entrada de la cueva rocosa que Batta estaba examinando en ese momento.
-Eso tiene buena
pinta.
El cazador bajó
los macrobinoculares y negó con la cabeza. Ghecharo inmediatamente desafió la
opinión de su guía.
-¿No hay señales
de modrols?
-En realidad,
hay unas cuantas. Grandes marcas de garras en la entrada y manchas de sangre en
el suelo. –Batta apartó la mirada-. Esa cueva está claramente ocupada, y tiene
lo que viene a ser una gran señal de “No molestar” en su exterior.
-¿De qué me está
hablando? Si hay un modrol ahí dentro, quiero ir y matarlo.
Batta ofreció al
noble una mirada lastimera.
-Lo que tienes
en esa cueva es un modrol herido. Uno grande, además, por el tamaño de esas
garras. De entrada, esos bichos son extremadamente peligrosos. Este está herido. Si
ahora entras en esa cueva, también se encontrará acorralado. –El cazador soltó
una risa lúgubre-. Si en el sabacc te dan una mano como esa, es momento de
plantarse. ¿Comprende?
-Oh, comprendo perfectamente... Comprendo
que el gran cazador galáctico, Kaori Batta, no es sino un gran cobarde. –Ghecharo
extendió su mano enguantada-. Kleck, pásame mi arma.
Obedientemente, Kleck extrajo el
pesado bláster de caza de su mochila y se la ofreció al noble.
Ghecharo alzó el arma.
-Ningún animal de la galaxia será
más astuto que yo.
Kleck sonrió ampliamente ante la
fanfarronada de su señor.
-Ven, Kleck... Hoy reclamaremos
un nuevo trofeo para mi muro.
La sonrisa de Kleck se
desvaneció abruptamente.
Ghecharo comenzó a descender
sigilosamente hacia su objetivo.
-Hacia la victoria.
Reticentemente, Kleck levantó su
carga, siguiendo al noble a trompicones.
Batta observó la escena en silencio,
llegando a la conclusión de que la carrera militar de Ghecharo debía haber sido
de naturaleza honoraria.
El cazador se encogió de
hombros, soltó la correa de su propio zurrón y dejó que se deslizara al suelo.
Descolgó el Depredador de su espalda. El gran rifle de caza daba una sensación
de seguridad en sus manos.
Mientras Ghecharo y Kleck
alcanzaban la boca de la cueva, Batta comenzó a desmontar su arma. El cazador
sólo se detuvo para ver si los imperiales serían tan estúpidos como para
activar una fuente de luz antes de entrar en la oscura caverna.
Kleck extrajo una lumalámpara de
su gigantesca mochila, sosteniéndola en alto como si fuera una baliza de
señales.
Batta se permitió soltar un
único y muy sufrido suspiro mientras descendía con calma por la ladera,
volviendo a montar su rifle mientras caminaba.
Los dos hombres desaparecieron
en el interior de la cueva, y en ese mismo instante el viento amainó, como si
tratara de escuchar lo que ocurriría después.
Batta había vuelto a ensamblar
por completo el Depredador y estaba acercándose a la boca de la cueva cuando
los primeros gritos estridentes resonaron en el interior. Los alaridos fueron
acompañados por horribles sonidos de desgarros, tirones, y cosas húmedas
impactando en el suelo.
El cazador extrajo un paquete de
energía nuevo de un bolsillo de su mono corporal de temperatura controlada. El
grueso material negro era similar a lo que los soldados de asalto llevaban bajo
su armadura.
Acababa de encajar el paquete en
la empuñadura de su rifle cuando escuchó el sonido de alguien que corría por la
cueva, jadeando en busca de aire. Rápidamente le siguió un escalofriante rugido
de furia.
Batta sostuvo con calma el
Depredador en sus manos, sintiendo su peso familiar.
Segundos después, Kleck salió
como una exhalación de la cueva, tan pálido como la tundra helada que le
rodeaba. Todo lo que quedaba de la gigantesca mochila eran las correas que
llevaba al hombro y un trozo de tela desgarrado. Con ojos vidriosos, pasó
corriendo junto a Batta y se desplomó en la nieve, completamente sin aliento.
Incapaz de moverse, Kleck se tapó los ojos y comenzó a gimotear.
-¡Viene hacia aquí!
Batta se llevó el rifle al
hombro y apoyó una rodilla en el suelo. El cazador tomó una larga y profunda
bocanada de aire y se quedó completamente inmóvil. Un observador casual habría
pensado que estaba tallado en el hielo.
En ese momento, salió el modrol.
Con fácilmente cinco metros de alto, el pelaje blanco de la criatura tenía la
marca de recientes heridas de garras; la criatura debía de haber tenido hace
poco una disputa con otro de su especie. Aullando de rabia, la bestia se fijó
en Batta y atacó, mostrando los colmillos mientras alzaba sus garras como
cuchillas.
El modrol se acercó a cinco
metros...
Batta no se amilanó, y su único
movimiento fue alzar la punta del rifle.
Cuatro metros...
-¡Dispare! –gritó Kleck.
Tres metros...
El cazador cerró el ojo derecho,
enfocando con mecánica precisión el ojo izquierdo en el objetivo que le atacaba.
Rodeó el gatillo con el dedo.
Dos...
Batta arrugó la nariz con el
fétido olor del aliento de la criatura.
Uno...
El Depredador cobró vida con un
rugido, y el eco del disparo resonó por todo el valle.
El modrol dio un paso más, y
luego cayó, aterrizando a los pies de Batta.
Y todo quedó en silencio.
Batta se puso en pie y se colgó de
los hombros el enorme rifle.
Kleck seguía tendido sobre el
estómago en la nieve. Levantó la mirada con completo asombro cuando el cazador
pasó a su lado.
-¡Eso ha sido increíble!
-No, sólo ha sido mi trabajo. –Batta
comenzó a subir al risco nevado-. Espero que haya aprendido algo de esta
pequeña excursión, Sr. Kleck. Aquí fuera, en el mundo salvaje, hay una línea
realmente fina entre cazador y comida para bichos.
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