martes, 19 de enero de 2016

El arma perfecta (III)



Capítulo 3

Orri Tenro no apareció hasta que Bazine hubo programado las coordenadas en la nave guantelete de Kloda, el Gavilán. Mientras observaba cómo su nuevo inconveniente subía corriendo por la rampa, mochila pesada en mano, se dio cuenta de que Kloda debía de haber planeado eso muy a propósito. Si Bazine hubiera visto primero a Orri, Kloda nunca habría conseguido que ella le dejara subir a la nave.
-Siento haber llegado tarde. Soy Orri. Kloda dijo...
-No me importa lo que dijera Kloda. Abróchate.
Ella indicó el asiento vacío con una inclinación de cabeza.
Él se sentó, mirándola confuso.
-Kloda no dijo que fueras una mujer.
En respuesta, Bazine activó los impulsores y aceleró con bastante fuerza para hacer que su nuevo cargamento cayera hacia atrás y se golpeara la cabeza con un satisfactorio ruido sordo.
-¡Auh! ¿A qué venía eso?
-Me dio la impresión de que estabas a punto de piropearme.
Él se frotó la nuca y se abrochó el arnés. En primer lugar, él también era atractivo y no se molestaba en ocultarlo, igual que ella. La típica piel azul pantorana, ojos amarillos, cabello blanco con reflejos lavanda recogido en una coleta. Sin tatuajes faciales, lo que sugería que no valoraba su familia, o no tenía ninguna. Vestía más elegantemente que la mayoría de los estudiantes que se entrenaban con Kloda, pero al menos su camisa, pantalón, botas y chaleco eran prácticos. Nada de túnicas holgadas ni estúpidos sombreros. Llevaba un bláster colgando en la parte baja de su cadera, y Bazine se preguntó si sabría cómo usarlo.
-¿Cuánto tiempo llevas entrenando con Kloda? –preguntó.
-Unos cuantos años. Dicen que es el mejor.
-Lo es. Y él dice que eres un buen rebanador.
Eso hizo que él mostrara una sonrisa perezosa.
-Tiene razón.
-¿Qué me dices de los datos de un centro médico?
-Dame una forma de entrar, y puedo darte cualquier cosa que quieras. Puedo descubrir si tu senador favorito tiene alguna enfermedad venérea. ¿Esta misión secreta de entrenamiento trata de eso?
Bazine se detuvo antes de llegar a soltar una risita entre dientes.
-No exactamente. Mira, una de las cosas de realizar un trabajo es que tienes unas pautas mínimas y no conoces la gran partida que se está jugando; sólo tu pequeño fragmento. Así que voy a decirte exactamente lo que necesito que hagas, y tú vas a asegurarte de que tienes lo que necesites para hacerlo oculto en ti. ¿Tienes alguna ropa menos llamativa?
Él soltó un bufido.
-¿Y tú?
-Por supuesto. Puedo desaparecer. Puedo ser cualquiera. Ni siquiera Kloda me reconocería, y él me crió. Esos son los cimientos de cualquier trabajo; pasar inadvertido.
-¿Con una cara como la tuya? Lo siento, pero no me lo trago.
Ella volvió la cabeza, apuñalándolo con la mirada. Si estaba tratando de ligar con ella, estaba fracasando. Mantuvo la mano en alto y agitó sus dedos de uñas negras.
-¿Cuánto estarías dispuesto a apostar?

***

Así comenzó la introducción de Orri al espionaje... y a perder apuestas con Bazine Netal.
Primero, ella se colocó unas gafas y un burdo mono de vuelo y le dijo que era Paf, la artillera. Tomaron una comida entera en la misma mesa, incluso hablaron de lo dura de pelar que era Bazine Netal. Luego ella dedicó unas cuantas horas a jugar al escondite con él, llamándole desde la misma sala de la nave y desapareciendo antes de que él pudiera darse la vuelta. Pronto él se quedó sin aliento, dudando de su propia cordura. Ni siquiera pareció sospechar nada cuando esa noche se encontró una twi’lek en paños menores tumbada sobre su cama.
-Soy la masajista de la nave –ronroneó- ¿Tienes alguna... tensión?
-¿Bazine sabe esto? –preguntó él.
-¿Quién es Bazine?
Él se llevó la mano a la frente como si se estuviera tomando la temperatura, dio media vuelta, y casi cae rodando por la escalera de vuelta al puente. Ya no se pavoneaba.
Una hora más tarde, Bazine se apiadó de él y le llamó para que fuera a la cabina.
-Para ser un tipo tan listo, eres bastante estúpido –comenzó a decir... con la voz de la twi’lek.
Orri gruñó.
-Sólo estamos nosotros dos en la nave, ¿verdad?
Ella asintió.
-Ya entiendo por qué Kloda te envió fuera del planeta. Muy listo con la teoría, pero te falta sabiduría callejera. De modo que vamos a empezar hablando de cómo detectar un disfraz. Luego pasaremos al maquillaje, los disfraces y la modulación de voz. –Mostró la palma de la mano-. Pero primero, págame.
Él le pasó los créditos con otro gruñido.
Fue un largo viaje, después de todo, y enseñarle no resultó tan horrible. Era inteligente, aunque ingenuo. A cambio, le ayudó a arreglar algunos de los molestos problemas de la vieja nave mandaloriana. Luces que parpadeaban, puertas que se atascaban, ese panel de la cabina que se negaba a encenderse. Le había dicho la verdad. Así como no parecía comprender a la gente, comprendía las máquinas. Bazine le dio lecciones sobre los aspectos más delicados del espionaje, al menos cuando no se relacionaban con su misión actual, y a cambio él le enseño los rudimentos de la mecánica de naves, cableados, y cómo arreglar cualquier problema común que pudiera aparecer.
-Mantener en funcionamiento una nave vieja consiste en adularla antes de que cojee –dijo, tendiendo a Bazine una llave, o intentándolo. Ella no estaba dispuesta a aceptar el aceitoso objeto hasta que encontrara unos guantes-. Durante un tiempo, trabajé en un garaje en Coruscant. Todos los mecánicos cobran de más. Saben que son lo único que hay entre tú y una muerte helada en medio de la nada, y también saben que para medrar no necesitan repetir trabajos.
Aburrida por el largo viaje, aprendió lo que pudo y almacenó la información para más tarde. Su primera compra con los créditos de esta misión sería una nave vieja pero ágil, como el Gavilán, siempre que su empleador le pagara tan bien como le había prometido. En la parte positiva, cuando Orri hablaba sobre cableados o tarjetas de datos, no le hacía preguntas sobre cómo conoció a Kloda o de dónde era. El pantorano charlatán no podía abandonar la idea de seguir de cháchara, por mucho que ella le castigara por hacerlo.
Tenía que mantener las distancias. Especialmente si Orri realmente era Narglatch.
-Te sería más útil si me dejaras saber cuál es la auténtica misión –dijo mientras estaban afinando el hipermotor, preparándose para el último tramo del viaje-. Quiero decir que buscar un número encriptado en el sistema de datos de un centro médico es un juego de niños. ¿Dónde está el espionaje? ¿Cuándo me infiltraré en alguna parte? ¿Cuándo se usan los aparatos secretos y las armas ocultas?
Bazine salió de la escotilla de mantenimiento y se sentó, molesta por la insistencia del muchacho.
-Se usan cuando tu única opción es usarlos o morir. ¿Realmente quieres saber qué se siente siendo un espía? ¿No estar nunca seguro de a quién estás ofreciendo tu lealtad, y saber que la mayoría de tus colegas morirá de forma espantosa, a menudo a tus propias manos? Muy bien. Deja que te lo enseñe. Deja de trastear con eso, inicia el salto, y observa.
Orri cerró la escotilla, hizo que la nave saltara al hiperespacio, y observó a Bazine mientras ella se quitaba, lentamente y con cuidado, la ceñida capucha negra que siempre llevaba puesta. El pantorano casi logró ocultar su espanto y su lástima al ver por qué la llevaba.
-En mi primer trabajo, Kloda me envió a robar algo a uno de sus competidores. Me dijo que me ocultara y permaneciera escondida, pero pensé que tendría mejor acceso si interpretaba el papel de mujer fatal. Tenía catorce años, y era muy orgullosa, muy vanidosa. Mi objetivo descubrió mis intenciones casi al instante. Y entonces él me enseñó su lanzallamas. –Recorrió con sus dedos las retorcidas marcas rosas de quemaduras en el lado izquierdo de su cuero cabelludo, deteniéndose en los cortos mechones de cabello negro-. Por suerte, tenía un cuchillo en cada bota, y dejé su cuerpo junto a lo que quedaba de mi pelo. Llevé a Kloda lo que quería. Pero desde entonces, aprendí a permanecer oculta.
Como si sintiera lo delicado de la situación, y lo duramente que Bazine le castigaría por mostrar lástima por ella, Orri apartó la mirada.
-Si quieres permanecer oculta, he oído hablar de una nueva tela con tejido deflector e inhibidor de sensores que te haría virtualmente indetectable, ¿sabes? Aún está en fase de pruebas, pero debería ser bastante fácil encontrarla en el mercado negro. ¿El sitio donde vamos tiene de eso?
Ella puso los ojos en blanco.
-Todos los planetas tienen un mercado negro de algún tipo. ¿Es que Kloda no te enseñó nada?
Él se ruborizó, volviéndose añil, y jugueteó con su comunicador de muñeca.
-Lo intentó. Y luego llegó a la conclusión de que tengo mala cabeza para cualquier cosa que no tenga un puerto de datos. Por eso me envió contigo. Dijo que serías severa. Y brusca. Pero no estaba realmente preparado para esta realidad. O sea que él te crió, ¿eh?
Ella se volvió para volver a ponerse la capucha.
-Si quieres llamarlo así. Mis cuentos de buenas noches fueron historias de sangrientos ataques piratas. Mis amigos fueron asesinos canosos que me enseñaron a pelear. Mi comba fue una soga de ahorcar. Pero era mejor que el orfanato.
-Suena duro.
Bazine saltó sobre la silla del piloto y dejó las piernas colgando del reposabrazos. En ese momento, decidió matar a Orri y abandonar su cadáver en los páramos de Vashka. Eso hizo que fuera más fácil hablar con él, aceptar que ya le había contado secretos que nunca antes le había contado a nadie. Responder sus preguntas era como purgar su cuerpo de veneno a través de una herida sangrante... siempre que no le mirara a los ojos y se viera reflejada en ellos.
-Es curioso. Crecí en la escuela de combate de Kloda. Mi primer año, todo lo que vi fueron botas y tobillos peludos. Me enseñó a luchar, a acechar, a cazar, a herir y a matar. Puedo robar comida, pero no sé cómo prepararla. Ni siquiera puedo mantener con vida una planta. –Sostuvo la mano en alto, mostrando las uñas negras que se volvía a pintar cada día-. No tengo mano para la jardinería... Pero soy buena en lo que hago gracias a Kloda, y eso es todo lo que importa realmente.
-¿Pero no tienes nadie que te importe... aparte de Kloda? La gente también importa.
Ella observó cómo las estrellas pasaban disparadas por el parabrisas, sintiéndose tan vacía como el espacio entre ellas.
-Nadie. Te acercas a alguien, y luego mueren o desaparecen. Les das un beso, sólo por diversión, y te atan a la cama y te roban los créditos. Son conflictivos. Imbéciles. Estúpidos. –Giró la cabeza para centrarse en Orri, como si acabara de despertar de un sueño-. Hmm. Eres muy listo. Sacándome todo esto. Aunque no es que te vaya a servir de mucho.
-No todo el mundo al que besas te ata a la cama y te roba las cosas. A menos que te vaya todo eso –dijo con suavidad, con un ligerísimo tono sugerente.
Bazine se deslizó de su asiento, se puso de rodillas, y se acercó mucho a él. Tan cerca, que sabía que él podía sentir su aliento en sus labios.
-La gente que me besa –ronroneó ella, en un susurro-, acaba en el suelo. Algunos por unas cuantas horas, otros por unos cuantos días. Algunos nunca se levantan. Lo que llevo no es barra de labios negra. Así que ni siquiera pienses en ello.
Antes de que él pudiera responder, antes de que pudiera pestañear siquiera, ella se puso suavemente en pie, se limpió las manos en las perneras del pantalón, y salió por la puerta de la cabina justo cuando la nave completaba el salto y regresaba a la realidad.
-Si te sirve de consuelo –dijo él a su espalda-, me tienes aterrorizado.
Al oír eso, Bazine sonrió sinceramente.
Sólo más tarde se dio cuenta de que ella había revelado más de lo que planeaba, y que él no había revelado... nada. Nada acerca de su historia, su hogar, sus complejos. Kloda le había dicho que Orri no tenía ningún entrenamiento, aparte del pirateo informático y la lucha. Y a pesar de ello era antinaturalmente diestro manipulando sentimientos. ¿Pero era un talento innato, o uno que había sido cultivado cuidadosamente y ocultado a propósito?
Pronto lo averiguaría. Vashka flotaba al otro lado del parabrisas. Esperando.

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