miércoles, 20 de enero de 2016

El arma perfecta (IV)



Capítulo 4

Antes de atracar la nave en la Estación Vashka, Orri estaba preparado. Y removiéndose en su asiento. Estaba sentado, inclinado hacia delante y sudando copiosamente, tamborileando con los dedos sobre su bolsa. Aunque no había sabido dónde iban hasta que era imposible no ver el planeta, ahora estaba claro que no quería ir en absoluto.
Bazine le señaló las manos.
-Primera regla: No parezcas preocupado. La gente sólo parece preocupada cuando está asustada o está haciendo algo malo. -Él tragó saliva sonoramente, asintió, y dejó de tamborilear-. Mucho mejor. Al menos, teniendo en cuenta dónde vamos y qué vamos a hacer, esperarán que parezcas un poco asustado.
Sin embargo, a ese ritmo, nunca iba a convertirse en material de espionaje para los propósitos de Kloda. Puede que tuviera puños e inteligencia, pero carecía de confianza y auto-control. En su primera misión, Bazine había sido fría como el hielo... y, sí, bueno, esa se le había ido de las manos y había acabado ardiendo y cubierta de sangre. Pero había tenido éxito. Y en su segunda misión, una vez se hubo curado, fue incluso más fría.
Orri, por otra parte, estaba sudando como si estuvieran de nuevo en Chaaktil, y no era sólo porque fuera de Pantora y estuviera acostumbrado a las temperaturas gélidas.
-Revisémoslo de nuevo –dijo ella, proporcionando calmadamente códigos de atraque falsificados.
Mientras él recitaba el plan, ella hizo aterrizar el Gavilán con mano firme. Vashka era un planeta aburrido pero agradable, un lugar templado de exuberantes valles verdes, montañas púrpura cubiertas de niebla, tranquilos pueblos costeros, y una gran ciudad perturbadoramente pulcra. Era donde tanto los ricos como los pobres iban a retirarse en relativa tranquilidad... y donde se enviaba a la gente a pasar periodos de convalecencia para que sus jefes o sus familiares pudieran sentir que se estaban recuperando, o pasando sus últimos días, con paz y confort, fuera de su vista y fuera de sus pensamientos. La Nueva República ofrecía cuidados privados para sus soldados viejos o heridos en el Borde Exterior, y una de esas empresas había adquirido amplias zonas de Vashka para centros de tratamiento. Y allí era donde se dirigían...
-Ahí está. El Centro Médico Uno de Ciudad Vashka. El mayor centro médico del planeta y el hogar de la sala del servidor principal –dijo Orri, señalando la elevada torre blanca-. Lo sé. Esa parte es fácil. Es entrar y salir lo que me preocupa.
-Tú haz tu parte, y yo haré la mía.
Bazine sostuvo en alto una jeringuilla y le ofreció una sonrisa exageradamente brillante para que hiciera juego con su disfraz: una peluca de ondulantes rizos rubios, labios y sombra de ojos de color dorado, y la clase de atuendo que las chicas llevan en las ciudades seguras bajo el control de la Nueva República cuando quieren lucirse.
-Ahora estás aún más terrorífica –dijo Orri, frotándose las manos en las perneras para secarse el sudor-. Por favor, ¿podemos terminar con esto?
-Primero vamos a hacer un pequeño desvío. Limítate a actuar con normalidad. –Le observó por un instante, advirtiendo sus ojos dilatados y sus manos temblorosas-. Con normalidad para alguien que no esté a punto de sufrir un ataque cardiaco, claro.
Descendieron por la rampa, y Bazine dio a sus pasos un bamboleo adicional. Orri se detuvo a ver cómo la rampa se cerraba tras ellos y tuvo que apretar el paso para llegar junto a ella.
-Camina con aire casual –susurró-. Sólo estamos en la ciudad para visitar a mi abuela. Era una soldado de asalto temible. No aprueba nuestra relación.
Orri reprimió una risa, y Bazine le tomó del brazo y le hizo girar una esquina oscura.
-El centro médico está por allí –dijo Orri, señalando.
-Pero estamos buscando a gente que haga tratos en el mercado negro, ¿recuerdas? Por aquí –respondió ella, guiándole por una serie de callejones cada vez más oscuros-. ¿Ves esos símbolos de grafiti?
Conforme caminaban, ella le explicó qué significaban los distintos símbolos y cómo evitar zonas bajo el control de las bandas callejeras, frecuentando sólo terrenos comunes. Le dio indicaciones acerca de posturas y qué decir a cualquiera que pudiera desafiarle, cómo desenvolverse en esa delgada línea entre pertenecer a las calles y andar pidiendo pelea. Él iba asintiendo, hacía las preguntas adecuadas, y escuchaba cuidadosamente mientras ella interrogaba a un toydariano sospechoso acerca de la nueva tecnología de tejido deflector y llevaba cabo un duro regateo por una camisa ligeramente rasgada, con patrones negros y grises. Bazine no pudo evitar advertir la sonrisa de Orri cuando ella amenazó con destripar al mercader si su mercancía resultaba ser falsa.
-Eso fue absolutamente informativo –dijo mientras regresaban a las calles principales de Ciudad Vashka-. E impresionante.
Bazine se alisó las mangas de su nueva camisa y sonrió ligeramente.
-Ese es el único cumplido que aceptaré.
El centro médico principal fue fácil de encontrar; era uno de los edificios más grandes y destacables de la ciudad, pintado de un blanco brillante con el universal símbolo rojo brillando con luces de neón en lo alto. Sin embargo, Orri caminaba demasiado rápido e intencionadamente hacia él, y Bazine constantemente tenía que detenerse a mirar escaparates o a retocarse el cabello como ardid para ralentizarle. Quedó complacida al descubrir que el tejido deflector cumplía su cometido; cada vez que se detenía frente a la cámara de una tienda, la imagen mostraba a Orri... y una ligera ondulación donde debería haber aparecido ella. Pero antes, necesitaba que se le viera y le grabaran, así que se quitó la camisa por la cabeza, la dobló en un pequeño cuadrado, y la introdujo en su bolso.
-Me estaba dando calor –dijo alegremente cuando Orri la miró de forma inquisitiva.
Cuando estaban sólo a escasas manzanas del centro médico, Bazine se detuvo en una esquina y fingió leer un menú.
-¿Te apetecen unas chuletas de nerf con un buen vino corelliano, querido? –preguntó.
Orri la miró como si hubiera perdido la razón.
-¿Qué? ¿Ahora?
Con una sonrisa, Bazine extrajo la jeringuilla de su bolsillo, quitó el capuchón con los dientes, se la clavó en el muslo, y arrojó la aguja por la boca de alcantarillado más cercana. En cuestión de segundos soltó un gemido y se desmayó. Orri apenas logró sostenerla y ayudarla a caer con poca elegancia al suelo. Tenía los músculos tensos, la cabeza hacia atrás, y se le marcaban los nervios del cuello.
-¡Ayuda! –exclamó Orri, mirando frenéticamente a todos lados en la ajetreada esquina-. ¡Que alguien nos ayude! No sé... ¡no sé qué pasa!
Pronto quedaron rodeados por preocupados viandantes octogenarios. Una ambulancia aulló en la distancia, dirigiéndose hacia ellos a toda velocidad haciendo destellar sus luces rojas. En ese momento, Bazine estaba sufriendo convulsiones, con los dientes apretados, como si estuviera teniendo un ataque, mientras Orri se arrodillaba a su lado, fingiéndose perfectamente indefenso y apropiadamente asustado. Una humana con inmaculado uniforme blanco salió de un salto, con un droide médico GH-8 blanco y plateado flotando a su lado.
-¿Qué ocurre? –preguntó la mujer mientras el droide escaneaba el cuerpo de Bazine.
Orri sacudió la cabeza.
-No lo sé. Íbamos a entrar a comer, y se desmayó... sin más. ¿Qué le pasa?
-Sustancia no identificada –dijo el droide con voz tranquila-. Se recomienda quelación y remplazo de fluidos de inmediato.
La humana asintió y extrajo una camilla de la ambulancia flotante.
-Puedes montar atrás –dijo a Orri, quien se puso en pie y continuó sin ser de ninguna utilidad. Juntos, la mujer y el droide alzaron el cuerpo rígido de Bazine y lo deslizaron en el vehículo que aguardaba. Orri subió para sentarse en el banco junto a ella, con una mano en la camilla pero decididamente no lo bastante cerca para tocar a Bazine, como si siguiera aterrorizado por ella incluso cuando parecía estar moribunda. El viaje fue curiosamente tranquilo y extrañamente rápido. Momentos después descendieron una rampa hacia las frías entrañas inferiores del centro médico.
La puerta trasera se abrió, y fueron engullidos por un torbellino de ruidos y sonidos metálicos. La camilla avanzó rápidamente por el pasillo mientras un trío de droides médicos flotaban a su lado, anclados a su estructura, y realizaban diversas pruebas. Orri trotaba a su lado, observando como el cuerpo de Bazine se estremecía y temblaba.
-¿Esta persona ha estado expuesta a productos químicos tóxicos o alimentos extraños? –preguntó un droide.
-No –dijo Orri, ligeramente sin aliento mientras giraban por retorcidos pasillos-. Simplemente se desplomó.
-Sin identichip –dijo un droide.
-Esto es altamente inusual –señaló un droide con casi la misma voz.
-Lamento las molestias –replicó Orri.
El cuerpo de Bazine sufrió una convulsión, y su mano golpeó con fuerza la muñeca de Orri. Estaba pasando junto a la zona principal de recepción y sus conjuntos de ordenadores, cosa que debería haber sabido, ya que se suponía que él tenía que estar pendiente de eso en lugar de estar pendiente de ella. Ella había olvidado a propósito decirle que permanecería consciente y con mente lúcida mientras los productos químicos hacían que su cuerpo se sacudiera, pero el golpe captó su atención. Él alzó la mirada, volvió a mirar a Bazine, y asintió.
-Creo que voy a vomitar –dijo, cubriéndose la boca con la mano-. ¡Luego te encuentro!
Mientras salía corriendo por el vestíbulo, un droide exclamó un número de habitación, pero Orri ya se había marchado. El efecto de la droga no se desvanecía tan rápido como Bazine hubiera querido, y estaba frustrada por sentirse tan fuera de control. Lo mejor que podía hacer era usar la poca concentración física que tenía para patear o golpear todos los instrumentos que uno de los droides extendía hacia ella mientras tomaban un ascensor hacia la zona de pacientes. La camilla avanzó suavemente a una habitación privada, completamente blanca con luces brillantes y cálidas, y la puerta se cerró con un siseo tras ellos.
-Será necesario atarla –dijo uno de los droides, cuando Bazine sintió que los últimos efectos químicos se desvanecieron. Volvía a tener el control de su propio cuerpo.
-Hoy no –dijo, incorporándose de repente.
Antes de que los droides pudieran reaccionar, se había puesto en pie, había agarrado escalpelo de la bandeja médica de un droide, con una sola mano había hecho girar la camilla sobre sí misma, había pulsado el botón de la puerta y se había deslizado al exterior, dejando a los droides sin ninguna información para identificarla. Estaban programados para curar, no para cazar, ni siquiera para dudar. Se puso la camisa de tejido deflector y caminó por el vestíbulo como una despreocupada visitante más del centro médico.
Aunque Orri había prestado poca atención a la distribución del centro médico, Bazine lo había estudiado bien. Se suponía que debía encontrar la salida más cercana y regresar al Gavilán tomando una enrevesada ruta. Pero no lo hizo. En su lugar, ocultó el escalpelo en la palma de su mano y deshizo el camino de la camilla, dirigiéndose al mismo conjunto de ordenadores que se suponía que debía encontrar Orri. Por un lado, no confiaba en que él lograra salir del edificio con vida y sin que le identificaran. Por otro, si era Narglatch, podría tomar los archivos de TK-1472 y llegar antes que ella al objetivo usando información que ella no podía obtener por sí misma.
Hizo una nota mental: Aprender a hackear por mí misma.
En el ascensor de vuelta al nivel principal, entraron junto a ella dos doctores y un droide médico, y ella les ofreció una tímida sonrisa y apartó la mirada, jugueteando con un rizo de su peluca rubia. Uno de los doctores le devolvió la sonrisa, lo que hizo que el otro doctor frunciera el ceño. Mientras el ascensor emitía un alegre bing, se entretuvo calculando el modo más rápido de matarlos a ambos y ocuparse del droide antes de que las puertas se abrieran. No es que fuera a hacerlo; era simplemente el modo en que funcionaba su mente, gracias a las enseñanzas de Kloda.
Fue la primera en salir en su piso, y el zumbido de los servidores y las dicharacheras voces de los droides de protocolo recepcionistas le dijeron que estaba cerca de su objetivo. Asomándose por la esquina, observó a los administrativos y a las enfermeras tecleando en el terminal de registro como su fuera un animal gigante necesitado de alimentación y limpieza constante. Los hombres y mujeres humanoides con sus holgados monos blancos y sus gorras no prestaron atención a la chica rubia aparentemente aburrida con la camisa de dibujo chillón que caminaba con todos los demás pacientes y visitantes por el vestíbulo de techos altos. No vio ni rastro de Orri en la zona, y entonces fue cuando comenzó a sospechar lo peor. Debería de haber estado allí, husmeando, haciendo su magia.
Pero no estaba.
-¿Dónde estás? –susurró por su comunicador de muñeca.
No hubo respuesta.
-¡Respóndeme!
Aún nada.
-No me importa dónde estés o qué estés haciendo, ¡haz un ruido! Respira fuerte. Lo que sea.
Al no obtener respuesta, casi abre un agujero en la pared más cercana de un puñetazo.
Existía la posibilidad de que se hubiera perdido en las laberínticas profundidades y alturas del edificio de cincuenta pisos, o que se encontrara tras una zona que bloquease las comunicaciones, especialmente teniendo en cuenta cómo la primera vez casi pasó de largo del gigantesco terminal. Y también existía la posibilidad de que ya hubiera hecho su trabajo, dejándola tirada, o que estuviera esperándola en el Gavilán con la información. Podría estar sujeto con grilletes, detenido para ser interrogado después de que alguien descubriera su torpe intento de fisgar. Pero el lugar donde seguro que no estaba era allí, donde se suponía que debía estar, y el hecho de que no respondiera al comunicador no podía ser una coincidencia. Y eso significaba que Bazine tenía que tomar una decisión.
Maldiciendo entre dientes, extrajo un burdo pincho disruptor informático de su bolsillo y lo apoyó contra el sólido mostrador pintado de verde mar. Con precisa sincronía para asegurarse de que nadie la viera, clavó el instrumento profundamente en la pared del terminal informático más cercano, y luego lo retiró inmediatamente.
Cuando el primer administrativo farfulló una maldición, Bazine desapareció.
Los efectos del pincho se extenderían, y todo el sistema estaría caído durante al menos una hora, posiblemente más. Pronto los droides técnicos pulularían por la zona, sondeando cada chip. Nadie más podría acceder hoy a los registros. Si ella no podía obtener lo que necesitaba, nadie lo haría.
Bazine salió de nuevo a la calle y se dirigió hacia el espaciopuerto y el Gavilán antes de que comenzaran a sonar las alarmas.

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