lunes, 22 de febrero de 2010

Episodio II: El ataque de los clones - Capítulo 10 (I)

NOTA: Esta novela fue publicada en castellano originalmente por Alberto Santos Editor, y reeditada posteriormente por Timun Mas. Sin embargo, ambas ediciones tienen una grave omisión: al capítulo 10 le falta más de la mitad.
El texto en rojo corresponde a la traducción de Lorenzo F. Díaz del fragmento del capítulo que fue publicado.

Episodio II: El ataque de los clones
Capítulo 10

de R.A. Salvatore

Anakin Skywalker y Jar Jar Binks estaban parados ante la puerta que separaba el dormitorio de Padmé de la antesala, donde Obi-Wan y él habían estado de vigilancia la noche anterior. Miraron a la ventana rota que había más allá y contemplaron la línea del cielo de Coruscant, con sus interminables rutas de tráfico.
Padmé y su ayudante Dormé se afanaban en el dormitorio, preparando juntas el equipaje, y por sus rápidos movimientos, tanto Anakin como Jar Jar supieron que harían bien en mantenerse a distancia de la molesta y enfurecida senadora. Tal y como habían solicitado los Jedi, el Canciller Palpatine había intercedido para pedir a Padmé que regresara a Naboo. Ella había aceptado, pero eso no significaba que le gustase.
Padmé se enderezó lanzando un profundo suspiro, llevándose una mano a los riñones, que le dolían de tanto agacharse. Volvió a suspirar y se situó ante los dos observadores.
—Voy a tomarme una larga temporada de permiso —le dijo a Jar Jar, con voz grave y sombría, como si deseara imbuir algo de seriedad en el atolondrado gungan—. Tienes la responsabilidad de ocupar mi lugar en el Senado. Sé que puedo contar contigo, delegado Binks.
—Misa honrado —barbotó Jar Jar en respuesta, cuadrándose, pero su cabeza se tambaleaba y sus orejas se agitaban. Se podía vestir a un gungan como a un dignatario, pero no se cambiaba tan fácilmente la naturaleza de una criatura así.
—¿Cómo? —repuso Padmé, con voz dura que evidenciaba algo más que una ligera exasperación. Estaba confiando a Jar Jar algo importante, y no estaba muy contenta de verle actuar de manera tan atolondrada.
Claramente avergonzado, Jar Jar se aclaró la garganta y se estiró un poco más.
—Misa honrado de tomar esta pesada carga de vosa. Misa aceptarla con mucha... mucha humildad y da...
—Jar Jar, no deseo entretenerte más —le interrumpió Padmé—. Estoy segura de que tienes mucho que hacer.
—Sí, milady.
El gungan se volvió y se marchó tras hacer una gran reverencia, como si la usara para ocultar el hecho de que estaba rojo como un cangrejo de fuego darelliano, sonriendo a Anakin al pasar junto a él.
Los ojos de éste siguieron al gungan, pero la tranquilidad o el sentimiento de calma que pudiera sentir por ello desapareció un instante después, cuando Padmé se dirigió a él en un tono que le recordaba que la mujer no estaba del mejor de los humores.
—No me gusta la idea de esconderme —dijo enfáticamente.
—No se preocupe. Ahora que el Consejo ha ordenado una investigación, el Maestro Obi-Wan no tardará mucho en descubrir quién contrató a esa cazarrecompensas. Debimos hacer esto desde un principio. Es preferible tomar la ofensiva contra una amenaza así, y descubrir su origen, a limitarse a reaccionar ante la situación.
Quiso continuar hablando, reclamar el mérito por haber solicitado dicha investigación desde un principio, hacer saber a Padmé que él siempre había tenido razón y que el Consejo había necesitado todo ese tiempo para llegar a la misma conclusión que él. Pero podía darse cuenta de que los ojos de ella empezaban a ponerse vidriosos, así que se calló y la dejó hablar.
—Y mientras tu Maestro investiga, yo tengo que esconderme.
—Eso es lo más prudente, sí.
Padmé lanzó un suspiro de frustración.
—¡No he trabajado durante todo un año para acabar con el Acta de Creación Militar para luego no estar presente cuando se vote!
—A veces debemos olvidarnos de nuestro orgullo y hacer lo que se nos pide —replicó Anakin: era una afirmación poco convincente para venir de él y, apenas dijo esas palabras, se dio cuenta de que no debía haberlas dicho.
—¡Orgullo! Annie, tú eres joven y no tienes mucha idea de política. Sugiero que te guardes tus opiniones para otra ocasión.
—Lo siento, milady, yo sólo intentaba...
—¡Annie! ¡No!
—Por favor, no me llame así.
—¿Cómo?
—Annie. Por favor, no me llame "Annie".
—Siempre te he llamado así. Es tu nombre, ¿no?
—Mi nombre es Anakin —dijo el joven Jedi con calma, la mandíbula firme, la mirada segura—. Cuando me llama Annie es como si todavía fuera un niño. Y no lo soy.
Padmé hizo una pausa y lo miró de arriba abajo, asintiendo mientras lo examinaba por completo. El se dio cuenta de que había sinceridad en el rostro de ella al asentir, y su tono también se volvió más respetuoso.
—Perdona, Anakin. Es imposible negar que... que has crecido.
Anakin notó que había algo especial en la forma en que había dicho eso, una insinuación, un reconocimiento por parte de Padmé de que realmente era todo un hombre, y quizá un hombre atractivo. Eso, combinado con la pequeña sonrisa que le había dedicado, hizo que se sonrojara ligeramente, poniéndolo en tensión. Descubrió que había un adorno sobre un estante situado a su izquierda y lo cogió usando la Fuerza, haciendo que flotase sobre sus dedos, necesitado de la distracción.
Aun así, tuvo que aclararse la garganta para cubrir su azoramiento, pues temía que la voz le flaqueara al admitir que...
—El Maestro Obi-Wan no se da cuenta de ello. Critica hasta el último de mis gestos, como si todavía fuera un niño. No me escuchó cuando insistí en que buscáramos el origen de los atentados...
—Los mentores suelen fijarse en nuestras faltas más de lo que nos gustaría —admitió Padmé—. Es la única forma en que podemos crecer.
Anakin usó la Fuerza para levantar más aún en el aire el adorno redondo, manipulándolo constantemente.
—No me interprete mal. Obi-Wan es un gran mentor, tan sabio como el Maestro Yoda y tan fuerte como el Maestro Windu. Siento verdadero agradecimiento por ser su aprendiz. Pero... —Hizo una pausa y meneó la cabeza mientras buscaba las palabras adecuadas—. Pero, aunque soy un padawan y estoy aprendiendo, en algunos sentidos, en muchos sentidos, yo estoy por delante de él. Estoy preparado para las pruebas. ¡Sé que lo estoy! El también lo sabe. Cree que soy demasiado imprevisible. Pero hay otros Jedi de mi edad que ya han tenido las pruebas y las han superado. Ya sé que empecé tarde mi entrenamiento, pero él no me deja progresar.
La expresión de Padmé se tornó de curiosidad, y Anakin comprendió su desconcierto, pues también él se había sorprendido por lo abiertamente que había hablado de Obi-Wan criticándolo. Pensó que debía callarse cuanto antes, y se reprendió a sí mismo en silencio.
—Eso debe ser muy frustrante —repuso Padmé, con simpatía.
—¡Es peor! —gritó como respuesta Anakin, arrojándose voluntariamente a ese cálido lugar—. ¡Es demasiado crítico! ¡Nunca escucha! ¡No quiere entender! ¡Eso no es justo!
Habría continuado hablando, pero Padmé comenzó a reír, y eso detuvo a Anakin con la misma facilidad que un sopapo en la cara.
—Lo siento —dijo entre risas—. Suenas exactamente como aquel niño pequeño que conocí, cuando no conseguía lo que quería.
—¡No estoy lloriqueando! No lo hago.
Al otro lado de la habitación, a Dormé también se le escapó una risita.
—No lo decía para herirte —explicó Padmé.
Anakin respiró profundamente, luego soltó el aire, relajando visiblemente los hombros.
—Lo sé.
En ese momento tenía un aspecto tan digno de lástima, no patético, sino como una pequeña alma perdida. Padmé no pudo resistirse. Se acercó a él y alzó la mano para acariciarle suavemente la mejilla.
—Anakin.
Por primera vez desde que habían vuelto a encontrarse, Padmé miró realmente en los ojos azules del joven Padawan, manteniendo la mirada para que ambos pudieran ver bajo la superficie, para que ambos pudieran ver el corazón del otro. Fue un momento fugaz, porque el sentido común de Padmé se encargó de que así fuera. Rápidamente cambió el ánimo con una petición sincera pero desenfadada.
—No quieras madurar muy deprisa.
—Ya he madurado —replicó Anakin—. Usted misma lo ha dicho antes.
Terminó la frase tratando de que sonara sugerente, mientras volvía a mirar profundamente los bellos ojos marrones de Padmé, esta vez de forma más intensa, más apasionada.
—Te pido que no me mires de ese modo —dijo ella, alejándose.
—¿Por qué no?
—Porque puedo ver lo que estás pensando.
Anakin rompió la tensión, o trató de hacerlo, con una carcajada.
—Ah, ¿de modo que usted también tiene poderes Jedi?
Padmé miró un instante más allá del joven Padawan, viendo a Dormé, que estaba observando con obvia preocupación y ya había dejado incluso de ocultar su interés. Y Padmé comprendió esa preocupación, dado el extraño e inesperado camino que había tomado esa conversación. Miró fijamente a Anakin de nuevo y dijo, sin espacio para la réplica:
—Haces que me sienta incómoda.
Anakin cedió y apartó la mirada.
—Perdón, milady —dijo con profesionalidad, y se alejó unos pasos, dejándole que terminase de hacer sus maletas.
Volviendo a ser tan sólo el guardaespaldas.
Pero Padmé sabía que era algo más que eso, sin importar lo mucho que desease que no fuera así.

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