lunes, 1 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #2: Celestiales (II)

Capítulo Dos

Una roca era una cosa sencilla, pero como le decía su abuelo, “A través de las cosas sencillas, conocemos el mundo”. Adari nunca se había avergonzado por las horas que había pasado buscando en los lechos de los arroyos, o por encontrar más interés en las astillas de una piedra rota que en las primeras palabras de sus hijos. Ella educaba a sus hijos... pero la roca le educaba a ella.
Ahora, gracias a una simple roca, estaba descubriendo más cosas acerca del mundo de las que hubiera visto nunca antes... desde lo alto, colgando del ancho lomo de Nink. Era una posición improbable para ambos, pero llevaba haciéndolo durante buena parte de la noche y parte del día. Su primer vuelo de uvak. No había sido elección suya.
Las horas después de la explosión de la montaña no habían transcurrido tan mal, pensó. Los miembros del tribunal de su audiencia habían huido a sus hogares. Ella hizo lo mismo después de que Dazh y sus cohortes se marcharan juntos, discutiendo acerca de señales y augurios.
A la mañana siguiente, en cualquier caso, había cambiando el humor de la gente del pueblo. El lejano pico Cetajan seguía humeando, pero había quedado claro que no suponía ningún peligro para Tahv o los pueblos más alejados de la cuenca. Todo el mundo podía salir con seguridad al exterior... salir al patio delantero de Adari, para expresar sus sentimientos acerca de la falta de fe de sus palabras y la ardiente adición a la linea del paisaje que estas habían causado. Los Celestiales habían escuchado. ¿Qué más pruebas hacían falta? Si los keshiri no podían silenciar a Adari Vaal, al menos se aseguraban de que sus voces fuesen más potentes que la de ella.
Estaban haciendo un buen trabajo al respecto cuando Adari envió a Eulyn y los niños fuera para que se refugiaran en casa de su tío. La creciente multitud, que seguía apedreando la casa, se había apartado para dejar que los inocentes se marchasen. Pero la turba permaneció allí durante toda la tarde lluviosa... y al anochecer, los propios Neshtovar estaba ahí fuera, con sus uvak amarrados a una distancia prudencial de la muchedumbre. Para cuando Izri Dazh subió los escalones para golpear a su puerta, Adari ya había visto las primeras antorchas encendidas en el exterior.
Eso ya había sido demasiado para ella. Las antorchas podían ser para iluminación... pero podrían haber sido para algo peor. Claramente había sobrepasado cualquier protección que la viuda de un jinete de uvak pudiera permitirse. Los keshiri no eran muy dados a la violencia, pero tampoco tenían demasiada variedad en su castigos sociales. Teniendo en cuenta que esta tampoco parecía una turba muy dispuesta a perdonar, Adari había ido presa de la desesperación a su propio patio trasero, a la parte que menos le gustaba de su legado: Nink.
Su partida por encima del tejado sorprendió a la gente casi tanto como el éxito de la maniobra le había sorprendido a ella. El uvak era el más sorprendido de todos. Con la pérdida de su jinete, Nink casi esperaba no volver a ser cabalgado nunca. Los uvak tomaban nuevos jinetes tan raramente que casi siempre eran apartados de inmediato para usarse como sementales. Al despertarse y encontrarse con Adari tratando de trepar sobre su lomo carnoso, Nink podía haber hecho cualquier cosa, ido a cualquier parte.
Y fue hacia arriba.
Había pasado el resto de esa noche a ratos gritando, y a ratos esquivando la persecución de los voladores Neshtovar. Este último desafío resultó más sencillo por la insistencia de Nink en planear lejos, hacia el océano. Esos habían sido los peores momentos para Adari, que conocía el pasado del animal. Pero algo por parte del uvak, tal vez la curiosidad, evitó que la enviase a la tumba de Zhari. Justo antes del amanecer, Nink finalmente encontró un lugar junto al mar donde posarse, y Adari se derrumbó inmediatamente, exhausta. Sorprendentemente, cuando se despertó, el uvak aún seguía allí, llenando el buche con el escaso follaje que allí había. Claramente, su casa ya no le resultaba demasiado atractiva tampoco a Nink.
Ahora, la segunda mañana después de la explosión, Adari pudo ver que su incontrolado vuelo nocturno le había conducido cerca de la fuente de su ansiedad. La Sierra Cetajan era una cadena de escarpados colosos tallados en la tierra... una parte prominente del paisaje cuando se veía desde el interior, pero tan inaccesible como la mayoría de los lugares de la costa occidental. Una expedición de cazadores de rocas había traído lo poco que Adari sabía acerca de ese lugar... y eso había requerido que un simpatizante Neshtovari estuviera dispuesto a ser voluntario para volar en una misión de recogida de muestras. Al ver la montaña ante ella, Adari fue poseída por la necesidad de ver la verdad de cerca. Si la explosión no fue volcánica, podría arreglar las cosas entre ella y la comunidad. Y si la montaña era volcánica de pronto, eso también le causaba curiosidad. ¿Cuál sería el proceso causante?
¿O es que los eruditos estaban equivocados acerca del origen de la sierra? ¿Acaso el jinete de uvak había tomado las muestras equivocadas?
Probablemente sea eso. La rabia de Adari creció conforme Nink ascendía. El uvak pasó limpia y cómodamente sobre la cadena montañosa preparándose para un acercamiento desde el océano. Sería poético, pensó Adari, si el único proyecto que los eruditos habían confiado a un Nesthovar hubiera acabado con información errónea. Nada de muestras de la Sierra Cetajan, pensó. ¡Ese idiota probablemente nos trajo rocas del camino de entrada a su casa! Se estremeció, y no sólo por el aire helado. ¿Por qué tenía que estar sufriendo ella por culpa de su colosal...?
De pronto estuvo a la vista la fuente de la columna de humo. Adari casi se cayó de Nink en ese momento. Estaba esperando encontrar una caldera abierta, soltando vapor como los humeantes -en realidad, humo era una denominación incorrecta- que había visto al sur. En cambio, había una gigantesca concha brillante en un saliente en el lado de la montaña que daba al mar. Esa era la palabra que vino a su mente, aunque la escala no era la adecuada: sus bordes afilados y ondulados se parecían a las de las antiguas conchas que había visto recuperar del lecho marino. ¡Pero esta concha era del tamaño del Círculo Eterno!
Y esta concha tenía humo -no vapor- surgiendo de varias fracturas. Tremendas fisuras abiertas bajo su cuerpo mostraban que había caído golpeando el suelo con cierto ángulo. Los fuegos en su interior estaban ya casi extinguidos, pero por la masa fundida pudo deducir que antes debieron ser mucho más grandes. La explosión que produjo la columna de humo que vieron desde el interior debió haber ocurrido justo cuando esa cosa aterrizó, pensó.
¿Aterrizó?
Antes de que Adari pudiera pensar en ello, sus ojos captaron movimiento. Por una de las aperturas de la concha estaba surgiendo algo, algo que golpeó la gravilla del suelo y desapareció deslizándose con el polvo. Indicó al uvak que se acercase. Un relámpago de luz carmesí apareció dentro de la pequeña nube... y en uno de sus extremos...
...un hombre.
El hombre alzó la mirada hacia ella. Tenía la piel pálida, más clara que que el keshiri más enfermo que jamás hubiera visto. Y en su mano izquierda tenía un rayo de brillante luz roja del tamaño del bastón de Izri.
¿Lo tenía en su mano... o era parte de su mano? Adari fue presa del pánico, y Nink también, alejándose con un rápido movimiento. Una violenta pero bienvenida maniobra ascendente les llevó a ambos de vuelta sobre el mar.
Adari agitó violentamente la cabeza y cerró sus ojos cuando Nink encontró un ritmo de vuelo más suave. ¿Qué era lo que había visto? Tenía la forma de un hombre, sí. Cabello más oscuro que el de cualquier keshiri... pero, ¿esa luz roja? ¿Qué era esa luz? Y había algo más moviéndose también por la montaña, algo que había visto por el rabillo del ojo. ¿Era esa concha algún tipo de nido?
Tragó saliva, con la garganta seca por el viento y la elevación. Todo eso era demasiado macabro. Misiones de recogidas de muestras, investigaciones de los Neshtovar... ninguna de sus anteriores preocupaciones era nada comparada con lo que acababa de ver. Abriendo los ojos, hizo que Nink diera la vuelta en un rizo de aproximación paralelo a la playa dentada. La concha gigante colgaba cerca del extremo de un pronunciado barranco, muy por encima de ella. Esta vez se aproximaría desde abajo, ascendiendo cuidadosamente hasta poder echar un vistazo más de cerca.
Adari pronto descubrió que su plan, aunque razonable, era completamente inadecuado para un jinete novato. Nink se resistió a sus ordenes, llevándola en una ruta en espiral ascendiente que le revolvió el estómago. Mareada, luchó por mantener la mirada en la parte superior del precipicio. La figura de antes estaba allí, sin la brillante luz roja. Pero sosteniendo otra cosa...
Algo pasó zumbando junto a ella, descendiendo a tal velocidad que Nink recogió sus alas asustado. Adari se deslizó de verdad esta vez, cayendo hacia atrás. Agitándose frenéticamente en su caída, agarró el pie con forma de garra del uvak con una mano... y desesperadamente lo rodeó con el otro brazo.
-¡Nink!
Trató de mirar hacia arriba, pero Nink ya se estaba moviendo, alejándose del risco y de sus extraños sucesos tan rápido como sus alas de reptil podían llevarles. Colgando, vio que Nink se dirigía hacia la seguridad del lugar en el que se habían posado anteriormente, alejado de la cadena montañosa. Obviamente había tenido suficientes sorpresas en un día.
Y ella también. Pero al menos ella se estaba acostumbrando a las sorpresas.
O eso pensaba.


Poco antes de que el sol se deslizase tras el océano occidental, observó cómo los últimos jirones de humo desaparecían de la cima de la montaña. Adari no creía que pudiera persuadir a Nink para volver a subir allí antes de que su odre de agua se agotase. Las raciones de remolacha brekka seca ya se habían agotado. Había salido huyendo tan rápidamente que no había rellenado su mochila de expediciones.
Ahora, sentada en una cornisa rocosa y observando la puesta del sol, dibujaba un continente invisible sobre su rodilla, preguntándose lo lejos que tendría que volar para alcanzar un asentamiento que no hubiera oído hablar de su situación. Probablemente ese lugar no existía. Los Neshtovar no eran sólo los guardianes de la paz y los legisladores, también eran el sistema de comunicaciones en ese apartado mundo de Kesh. Los jinetes del circuito ya habrían echo correr la noticia desde Tahv a los jinetes ancianos de cada pueblo. Había escapado, pero la libertad no era ninguna liberación para ella.
Liberación.
La palabra le llegó con el viento. Ni siquiera era una palabra, realmente... al menos no una que hubiera escuchado anteriormente. Una extraña y melódica combinación de sílabas que no significaba nada para su oído. Y a pesar de ello su mente la reconoció como un concepto familiar: liberación.
Instintivamente, volvió la mirada hacia el pico misterioso, que se ocultaba en las sombras. Algunas luces brillaban en la oscuridad, cerca de su gigantesca base. Fuegos... pero no los fuegos incontrolados que debían haber estado presentes en la cima del monte. Esos fuegos habían sido creados a propósito.
Adari se puso en pie de un salto, y al hacerlo el odre de agua se le cayó por el borde de la cornisa de roca. ¡Los Neshtovar! ¡Le habían perseguido, y habían acampado, y por la mañana la encontrarían! No se molestarían en descubrir lo que ella había visto en lo alto de la montaña, no cuando ella había empeorado su delito al atreverse a montar en Nink.
Una brisa estaba soplando hacia el mar desde la dirección de la montaña. Fresca, relajante. Liberación, llegó la palabra de nuevo. Le siguió otro sentimiento, complejo, y enfático: Somos tuyos... y tú eres nuestra.
Adari trató de luchar contra sus desconcertantes lágrimas y caminó hacia el uvak durmiente. El viento se alzó de nuevo.
Ven a nosotros.


Se había equivocado al ir allí. El cielo le había dicho que lo hiciera, pero eso no se parecía a ningún tipo de liberación que Adari conociera.
Arrugó la nariz ante la fetidez. El barranco estaba oscuro, pero estaba claro que algo horrible se había quemado allí. Ni siquiera los pozos sulfurosos del sur olían tan mal. Volvió la mirada a Nink, que bostezaba en el bosque negándose a seguirla más lejos. Qué animal más listo.
Los fuegos activos estaban más adelante, más allá de los árboles sobre la colina. El aire la acariciaba conforme trepaba. Lo que fuera que estuvieran quemando, no era lo mismo que se había quemado en el barranco.
En el claro de la colina, Adari los vio: personas. Tantas personas como las que se habían reunido en su audiencia final, sólo que agrupadas en torno a múltiples hogueras. Volvió a pensar que eran los Neshtovar, que la estaban esperando. Si se trataba de eso, entonces probablemente lo mejor era que llegase a pie. Se esforzó por distinguir sus voces conforme se acercaba. Reconoció una, pero no sus palabras. Se acercó un poco más...
...y sus pies se separaron del suelo por completo, saliendo despedida hacia un árbol. Agitándose frenéticamente, Adari golpeó con fuerza contra él, cayendo sin aliento junto a su base. Desde las sombras, unas figuras salieron corriendo hacia ella. A duras penas podía verlos; sus cuerpos no estaban iluminados por las hogueras, sino por los rayos de energía magenta que surgían de sus manos, tal y como había visto antes. Tropezó con una raíz.
-¡No!
No llegó a golpear el suelo. Una fuerza invisible la atrajo entre el laberinto de figuras, depositándola bruscamente ante la mayor de las hogueras. Alzándose, dando la espalda a las llamas, observó a los espectros que se acercaban. Eran personas, pero no como ella. No de color púrpura, sino beis, marrón, rojo, y más... de todos los colores salvo del que se suponía que debían ser. Y algunos rostros no eran en absoluto como el suyo. Pequeños tentáculos se retorcían en papadas rojas. Una figura gorda y leprosa, el doble de voluminosa que el resto y con una piel como la de Nink, estaba de pie tras todos ellos, gruñendo guturalmente.
Adari gritó... pero ellos no la estaban escuchando. Todos estaban ahora a su alrededor, hombres, mujeres, y monstruos, vociferando palabras sin sentido. Apretó sus manos contra sus oídos. No sirvió de nada. Las palabras penetraban a través de sus oídos. Penetraban hasta su mente.
Los alfileres mentales se convirtieron en navajas. Adari se tambaleaba. Los extraños avanzaron tanto físicamente como etereamente... empujando, apartando, buscando. Oleadas de imágenes aparecieron ante ella, de sus hijos, de su casa de su gente... todo lo que Adari era, todo lo que Kesh era. Aún veía las bocas moverse, pero la cacofonía ahora retumbaba dentro de su cabeza. Palabras, palabras sin significado...
...que de algún modo comenzaron a conectarse con impresiones familiares. Igual que anteriormente con la brisa, las voces eran extrañas, pero podía sentir los sonidos tomar forma alrededor de pensamientos racionales.
-Estás aquí.
-Hay más. Hay más.
-Tráelos aquí.
-¡Llévanos allí!
-¡Tráelos aquí!
Adari daba vueltas, o todo Kesh lo hacía. Sobre ella, el grupo se apartó para dejar paso a una nueva presencia. Era una mujer. De piel más oscura que los otros, llevaba a un bebé cuidadosamente envuelto en una tela roja. Una madre, pensó Adari frente el clamoroso asalto. Un signo de esperanza. De misericordia.
-¡TRÁELOS AQUÍ TRÁELOS AQUÍ TRÁELOS AQUÍ!
Adari gritó, estremeciéndose bajo las garras invisibles que le arañaban. Los demás se estaban apartando. La mujer que estaba sobre ella no. Adari se tambaleó. Creyó ver las venosas alas de Nink, alejándose volando sobre su cabeza.
Una mano apareció desde atrás sobre el hombro de la madre, apartándola. El estruendo se desvaneció en la mente de Adari. Alzó la mirada para ver... ¿a Zhari Vaal?
No, se dio cuenta, conforme sus ojos llorosos enfocaban. Era otra de las figuras extrañamente vestidas, pero corpulento y de baja estatura como su marido. Una vez se había imaginado a Zhari en el fondo del mar, con su intenso color malva perdido. Este hombre era aún más pálido, pero su oscura mata de pelo y sus ojos marrones rojizos le proporcionaban un aspecto de seguridad y confianza. Le había visto antes, en la montaña. Le había escuchado antes, en el viento.
-Korsin -dijo él, simultáneamente en su mente y con una voz tan relajante como la de su abuelo. Hizo un gesto señalándose a sí mismo-. Me llamo Korsin.
La oscuridad se cerró en torno a ella.

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