domingo, 7 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #2: Celestiales (III)

Capítulo 3
En su tercer día entre los recién llegados, Adari aprendió a hablar.
Había pasado el primer día completo después del aterrador encuentro durmiendo, si se le podía llamar así a una somnolencia febril y de pesadilla interrumpida por breves retazos de delirio. Varias veces, había abierto los ojos sólo para cerrarlos rápidamente al ver a los extranjeros pululando a su alrededor.
Pero estaban cuidando de ella, no acosándola... tal y como descubrió la segunda mañana, al despertar entre una manta increíblemente suave y el áspero suelo. Los recién llegados habían encontrado un lugar apartado y seco para ella, con varias figuras sentadas para vigilarla. Adari bebió el agua que le ofrecieron, pero eso no le devolvió la voz. Aún le zumbaba la cabeza, y su mente estaba aturdida por el asalto anterior. Ninguna palabra de su vocabulario acudió cuando las llamaba. Se había olvidado de cómo se hablaba.
Korsin estaba sentado junto a ella cuando finalmente lo recordó. Él llamó a Hestus, una figura del color del óxido con una máscara brillante que cubría parte de su rostro quemado por ácido. Casi parecía que formaba parte de su rostro... algunos pedazos se ocultaban bajo su piel. Adari se estremeció de miedo, pero Hestus simplemente se sentó con calma, escuchando cómo Korsin trataba de hablar con ella.
Y hablaron. Con dificultad, al principio, con Hestus interviniendo ocasionalmente para repetir alguna nueva palabra keshiri que ella dijera, seguida por el equivalente en su propio lenguaje. Adari estaba maravillada. Las palabras keshiri que Hestus pronunciaba sonaban exactamente igual a como las había dicho ella... incluso con su misma voz. Korsin había explicado que el “oído especial” de Hestus le proporcionaba ese talento, ayudándole a acelerar el intercambio de información.
Adari estaba interesada en ese intercambio, pero la mayor parte de la información circuló en el sentido opuesto. Consiguió saber que la gente que Korsin lideraba había salido realmente de la concha plateada, y que ésta había caído de algún modo desde el cielo. También estaba claro que, tan poderosos como eran, ahora no tenían medios de abandonar la montaña, rodeada como estaba de agua y terreno impracticable. Korsin escuchaba con interés mientras ella hablaba acerca de Kesh y los keshiri, de los uvak y los pueblos del continente. Sólo mencionó a los Celestiales una vez, antes de detenerse con embarazo. No sabía quienes eran los recién llegados, pero se avergonzaba de sacar el tema.
Ahora, en la tercera tarde desde su llegada, Adari hablaba cómodamente con los recién llegados; e incluso ella misma había aprendido algunas palabras en su lenguaje. Eran algo llamado “Sith”, y Korsin era “humano”. Repitió las palabras.
-Prestas mucha atención -dijo Korsin, animado.
También dijo que otros habían trabajado con ella mientras dormía -no dijo cómo- tratando de mejorar la comunicación. Ahora estaban progresando rápidamente, y no todo era gracias a ellos. Incluso alterada, Adari seguía siendo lista.
-Nuestra preocupación más inmediata, Adari Vaal -dijo Korsin, vaciando un brillante sobre de polvos en una copa para ella- debe ser alcanzar el continente.
Allí no había suficiente comida ni refugio para su gente, y la montaña tenía escarpados precipicios sobre el mar de abajo. Su uvak podría haber proporcionado una salida para algunos, pero Nink, tan temeroso de los recién llegados como de las formas de vida salvajes nativas de la montaña, había pasado los últimos días más arriba, muy lejos de su alcance.
Bebiéndose el caldo -era saciante, no como el potaje de su madre, pensó-, Adari luchó como el problema. Nink podría volver cuando lo llamase, pero sólo si estaba sola en un espacio despejado. Podría volar a tierra y volver con ayuda.
-Aunque no podré llevar a nadie conmigo. -Nink podría no aparecer si estaba acompañada, y en cualquier caso un jinete novato nunca podría llevar un pasajero-. Tendré que ir sola. Pero volveré tan pronto como pueda.
-¡No lo hará!
Adari conoció la voz incluso antes de levantar la mirada. La vociferadora. La madre del niño pequeño salió corriendo la hoguera ardiente.
-¡Nos abandonará!
Korsin se levantó y se llevó aparte a la mujer. Adari escuchó un intercambio de palabras acaloradas que no le eran familiares. Pero cuando le indicó a la mujer que le marchase, dijo unas palabras que Adari pudo reconocer.
-Nosotros somos su liberación, y ella es la nuestra.
Adari miró a la mujer, que aún la observaba desde la distancia.
-No le gusto.
-¿Seelah? -Korsin se encogió de hombros-. Está preocupada por su pareja... perdido en el lugar del accidente. Y con un niño, está ansiosa por abandonar esta montaña. -Sonrió, ofreciéndose para ayudar a Adari a levantarse-. Como madre, estoy seguro de que lo entiendes.
Adari tragó saliva. No había mencionado a sus hijos. Se dio cuenta de que apenas había pensado en ellos desde que había llegado entre los recién llegados. Agitando la cabeza por la culpa, se dio cuenta de algo más: que los keshiri podrían no hacerle caso.
Korsin no parecía sorprendido... ni alterado.
-Eres lista, Adari. Conseguirás que te escuchen. -Cubrió suavemente sus hombros con la manta azul celeste bajo la que había dormido-. Quédatela -dijo-. El sol se pondrá pronto. Pasarás frío en tu viaje.
Adari miró a su alrededor. Seelah estaba de pie, con furia silenciosa, en el mismo lugar de antes. Los demás que Korsin le había presentado miraron a su líder con nerviosismo; Ravilan, con su papada de tentáculos rojos, intercambió una mirada de preocupación con Hestus. Incluso el inmenso Gloyd, quien, a pesar de su bestial apariencia , era claramente el mayor aliado de Korsin de los presentes, se apartó incómodo. Pero nadie le impidió abandonar el campamento.
Cuando una fuerte mano la detuvo al borde del claro, se sorprendió al ver a quién pertenecía: a Korsin.
-En cuanto a los keshiri -dijo Korsin-. Nos has hablado acerca de Tahv, tu ciudad... parece ser de buen tamaño. ¿Pero cuántos son los keshiri? ¿Cuántos keshiri hay en total, quiero decir?
Adari respondió inmediatamente.
-Somos innumerables.
-Ah -dijo Korsin, suavizando su postura-. Quieres decir que nunca han sido contados.
-No -dijo Adari-. Quiero decir que no tenemos un número tan grande.
Korsin quedó inmóvil, endureciendo el agarre sobre su brazo. Sus ojos oscuros, ligeramente más pequeños que los de un keshiri, se enfocaron en la espesura a lo lejos. Ella nunca le había visto perder los nervios. Si eso era lo que había pasado, duró menos de un segundo antes de que retrocediera un paso.
-Antes de que te vayas -dijo, encontrando un árbol en el que apoyarse-, cuéntame lo que sepas sobre los Celestiales


Korsin había llamado Presagio a la nave en la que habían llegado. La palabra no sólo existía en la lengua keshiri, sino que era una de las favoritas de los Neshtovar desde hacía mucho tiempo. Al ver lo que estaba pasando ahora en la plaza conocida como Círculo Eterno, Adari supuso que incluso los jefes de los jinetes de uvak se habían percatado de la ironía.
Había vuelto con Korsin tan sólo un día después, justo una semana después de que el Presagio colisionase con la montaña... y con su vida. Había sido sencillo para ella atraer a los jinetes de uvak hasta allí; tan pronto como las patrullas les detectaron a Nink y a ella, les siguieron durante todo el camino hasta la Sierra Cetajan. El lugar había sido el escenario de varias sorpresas en los últimos tiempos, pero ninguna superaba al momento en el que los Neshtovar se encontraron con Adari de pie, desafiante entre 240 visitantes de lo alto que la apoyaban, casi cada uno de ellos señalando su presencia con un brillante sable de luz color rubí. Ella no tenía uno de los extraños aparatos, pero parecía brillas de igual modo desde su interior. Adari Vaal, recogedora de rocas y enemiga del orden era ahora Adari Vaal, descubridora y rescatadora; respondedora de la llamada de la montaña.
Añadid “profeta” a eso, pensó mientras observaba a la docena de veintenas de visitantes -algunos de ellos cojeando por su terrible experiencia- entrar en el Círculo Eterno. Pasaron entre multitudes de keshiri embobados y silenciosos, muchos de los cuales eran la misma gente que estaba a su puerta la semana pasada. Más adelante, en el Círculo, estaban presentes todos los Neshtovar de la región, más de los que había visto nunca. Tres días de operaciones de rescate aéreo habían traído a los recién llegados desde la montaña, y durante esos días se había extendido la voz lejos por las tierras del interior.
Los Celestiales habían llegado a Kesh.
Ninguna razón inferior podría explicar por qué los jinetes habían tomado obedientemente sus posiciones no en el Círculo Eterno propiamente dicho, sino en el perímetro alzado. Los ciudadanos habían visto el discurso de Adari desde ahí; ahora los Neshtovar la estaban viendo en el Círculo, desfilando detrás de Korsin. Tras ellos, se alineaban los visitantes, formando su propio perímetro interior sobre el que los Neshtovar se esforzaban en ver.
Izri Dazh parecía pequeño, de pie bajo la columna de tres veces su altura que servía como gnomon del reloj de sol. Normalmente, eso le hacía parecer más alto. Hoy no. Avanzó cojeando y saludó a Korsin y a sus acompañantes con zalameras palabras de alabanza antes de volverse hacia la audiencia. Esforzándose para ver por encima de la línea de visitantes, Izri hizo su declaración oficial. Estos eran los Celestiales, dijo, que habían descendido desde la misma montaña desde la que sus sirvientes habían traído la ley siglos atrás. Adari sabía que no era la misma montaña; tal vez los textos se cambiarían más adelante. Pero Izri ignoró ese detalle por el momento. Los visitantes habían establecido su identidad para satisfacción de todos los Neshtovar, dijo.
-No les creíste cuando hicieron levitar tu bastón -susurró Adari, incapaz de resistirlo.
-Eso cambió cuando me hicieron levitar a mí -dijo secamente Izri, apenas audible. Se giró para ver a los ciudadanos vitoreando... no a sus palabras, sino a Yaru Korsin, Gran Señor de los Celestiales, quien acababa de cubrir de un salto la distancia hasta lo alto de la columna.
Cuando los vítores finalmente se apagaron, Korsin habló en las palabras keshiri que su interlocutora, la honrable Adari Vaal, Hija de los Celestiales, le había enseñado esa mañana.
-Como decís vosotros, hemos venido desde lo alto -dijo, llegando a todos con su profunda voz-. Hemos venido para visitar la tierra que era una parte de nosotros, y a la gente de esa tierra. Y Kesh nos ha recibido.
Más vítores.
-Encontraremos... un templo en lo alto de la montaña del descubrimiento -continuó-. Estaremos allí muchos meses de trabajo, atendiendo a la nave que nos trajo y en comunión con los cielos. Y durante ese tiempo, estableceremos nuestro hogar aquí en Tahv, con nuestros hijos... ayudados por los Neshtovar, que han sido aquí tan buenos administradores durante nuestra ausencia. Hoy partirán de aquí, llevados por sus alas a todos los rincones de Kesh, para difundir la palabra de nuestra llegada, y encontrar los artesanos que necesitamos. -Habló sobre los aplausos-. Somos los Celestiales... ¡y volveremos a las estrellas!
Un feliz caos se adueñó de todo. El hijo menor de Adari, Tona, se apretó contra su pierna. Ella espió a su madre y a Finn en un lugar de honor justo fuera del Círculo, radiantes de alegría. Adari volvió la mirada a Korsin... y tragó saliva.
Todo era tan perfecto.
Y tan equivocado.

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