jueves, 18 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón (III)

Capítulo Tres
Los Sith se basaban en la glorificación del individuo y la subyugación de los demás. Esto tenía sentido, tal como la joven Seelah veía la vida en el palacio de Ludo Kressh.
Lo que no tenía sentido era por qué tantas personas de su pueblo -¡de su propia familia!- abrazaban las enseñanzas Sith sin tener la menor esperanza de poder avanzar. ¿Por qué un Sith viviría como esclavo?
No era así para todos. En el esquema general de las cosas, el Imperio Sith llevaba descansando en paz desde hacía años, pero un imperio de Sith es un imperio de esquemas más pequeños. A las órdenes de Kressh, la recién llegada a la edad adulta Seelah había visto a su maestro enfurecerse por las acciones de Naga Sadow. Ella había visto a Sadow en compañía de Kressh en varias reuniones, y casi todas ellas habían acabado en un estallido de furia. Los dos líderes diferían en todo, mucho antes de que el descubrimiento de una ruta espacial que conducía al corazón de la República los pusiera a discutir por la futura dirección del Imperio Sith.
Sadow era un visionario. Sabía que el aislamiento permanente era prácticamente imposible en un Imperio que comprendía tantos sistemas y tantas rutas hiperespaciales potenciales; la Caldera Estigia era un velo, no un muro, y podía ver las oportunidades a través de ella. Y en el entorno de Sadow, Seelah había visto muchos humanos y miembros de otras especies con estatus aparente. Incluso se encontró una vez con el padre del capitán Korsin.
Para Sadow, el contacto con lo nuevo era una cosa deseable... y los extranjeros podían ser tan Sith como cualquiera nacido en el Imperio. Para Kressh, que pasaba sus días en la batalla y sus noches trabajando duro en un aparato mágico para proteger a su joven hijo de todo mal, no podía haber un destino peor que escapar de la cuna cósmica de los Sith.
-¿Sabéis por qué hago esto? -habría preguntado Kressh una vez. En su borrachera de ira, había conmocionado a toda la casa, incluída Seelah-. He visto los holocrones... sé qué espera más allá. Mi hijo se parece a mí... al igual que el futuro de los Sith.
”Pero sólo mientras permanezcamos aquí. Allí fuera -escupió las palabras entre gotas de saliva y sangre-, allí fuera, el futuro se parece a vosotros.


En una ocasión, Adari Vaal le había dicho a Korsin que los keshiri no tenían un número lo bastante grande para describir su propia población. La tripulación del Presagio había tratado de hacer estimaciones en sus primeros años en Kesh, sólo para encontrarse con más pueblos más allá del horizonte. Tetsubal, con dieciocho mil residentes, había sido una de las últimas ciudades censadas antes de que los Sith finalmente se rindieran.
Ahora se habían vuelto a rendir. Los muros de Tetsubal estaban llenos de cadáveres, haciendo imposible un recuento de los cuerpos. Cuando llegaron aquella noche a lomos de uvak, Seelah, Korsin y sus acompañantes pudieron verlos a todos desde el cielo, cubriendo los caminos de tierra como ramas después de una tormenta. Algunos se habían derrumbado junto a las puertas de sus chozas de brotes de hejarbo. Pronto pudieron ver que el espectáculo era el mismo en el interior.
Lo que no vieron fue supervivientes. Si existía alguno, se estaba escondiendo muy bien.
Dieciocho mil cuerpos era una buena estimación.
Lo que fuera que había sucedido, ocurrió rápidamente. Una niñera había caído, sujetando aún al niño en un abrazo letal. Surcos de agua corrían por las calles, provenientes del acueducto; varios keshiri habían caído dentro y se habían ahogado justo junto a sus flotantes baldes de madera.
Vivo y solitario estaba Ravilan, nervioso e inquieto sobre a la puerta de la ciudad que permanecía cerrada. Había mantenido su posición en Tetsubal durante toda la tarde, y por eso aún lucía peor aspecto. Korsin se acercó a él en cuanto desmontó.
-Comenzó después de que me reuniese con mis contactos de aquí -dijo Ravilan-. La gente comenzó a desplomarse en los restaurantes, en los mercados. Luego comenzó el pánico.
-¿Y dónde estabas durante todo esto?
Ravilan señaló al círculo de la ciudad, una plaza con un inmenso reloj de sol muy parecido al de Tahv. Era la estructura más elevada de la ciudad, aparte del sistema de poleas accionado por uvak que alimentaba al acueducto.
-No podía encontrar a la ayudante que venía conmigo. Subí aquí de un salto para llamarla... y para supervisar lo que estaba pasando.
-upervisar -bufó Seelah-. ¿No me digas?
Ravilan suspiró con rabia.
-¡Sí, estaba tratando de mantenerme a salvo! ¿Quién sabe qué plaga podría tener esta gente? Estuve aquí arriba durante horas, viendo cómo caía la gente. Llamé a mi uvak, pero él también estaba muerto.
-Amarrad a los nuestros fuera de los muros -ordenó Korsin. Parecía nervioso a la luz de las antorchas. Extrajo un trapo de su túnica y se lo colocó sobre la boca, aparentemente sin darse cuenta de que era el último del grupo en hacerlo. Miró a Seelah-. ¿Agente biológico?
-Yo... no sabría decirlo -dijo. Su trabajo había sido con los Sith, nunca con los keshiri. ¿Quién sabría qué podría afectarles?
Korsin tiró de Gloyd hacia sí.
-Mi hija está en Tahv. Asegúrate de que regresa a la montaña -dijo-. ¡Ve!
El houk, inusualmente agitado, salió corriendo hacia su montura.
-Podría ser un agente aéreo -dijo Seelah, caminando aturdida entre los cadáveres. Eso explicaría cómo había afectad a tantos, tan rápido-. Pero a nosotros no nos ha afectado...
Un grito les llegó desde arriba. Allí, Seelah vio lo que su explorador había encontrado bajo otro cuerpo: la ayudante perdida de Ravilan. La mujer tendría unos cuarenta años, como Seelah. Humana... y muerta.
Seelah apretó con fuerza la gasa contra su rostro. Estúpida, estúpida... ¡Soy una estúpida! ¿Ya es demasiado tarde?
-Es lo bastante tarde -dijo Ravilan, atrapando su desprotegido pensamiento. Se dirigió a Korsin-. Ya sabes lo que hay que hacer.
Korsin habló con voz monótona.
-Quemaremos la ciudad. Desde luego, la quemaremos.
-Eso no basta, comandante. ¡Tenemos que acabar con ellos!
-¿Acabar con quién? -dijo Seelah bruscamente.
-¡Con los keshiri! -Ravilan señaló a los cuerpos que los rodeaban-. ¡Hay algo que los está matando y que puede matarnos a nosotros! ¡Tenemos que eliminarlos de nuestras vidas de una vez por todas!
Korsin parecía completamente abatido.
Seelah le tomó del hombro.
-No le escuches. ¿Cómo viviremos sin ellos?
-¡Como Sith! -exclamó Ravilan-. Este no es nuestro modo de vida, Seelah. Os habéis... nos hemos vuelto demasiado dependientes de estas criaturas. No son Sith.
-Tampoco lo somos nosotros, a la luz de tu gente.
-No me vengas con política -dijo Ravilan-. ¡Mira a tu alrededor, Seelah! Sea lo que sea esto, ya debería habernos matado. Si no lo ha hecho, deberíamos tomarlo por lo que es. Esto es una advertencia del lado oscuro.
Bajo la tela, Seelah se quedó boquiabierta. Korsin volvió de pronto a la realidad.
-Espera -dijo, tomando el brazo de Ravilan-. Hablemos de esto...
Korsin y Ravilan comenzaron a caminar hacia la puerta, que en ese momento estaba siendo abierta por sus ayudantes. El propio pueblo pareció exhalar, con el aire maldito pasando por la abertura. Seelah no se movió, hechizada por los cuerpos que la rodeaban. Todos los keshiri muertos le parecían iguales, rostros púrpuras y lenguas azules, caras retorcidas en una mueca de agonía.
Su equilibrio falló, y vio a la ayudante de Ravilan. ¿Cómo se llamaba? ¿Yilanna? ¿Illyana? Seelah había comprobado el árbol genealógico completo de esa mujer el día anterior. ¿Por qué no podía recordar su nombre ahora, cuando la mujer estaba en el suelo, ahogada con su lengua, hinchada y azul...?
Seelah se detuvo.
Se arrodilló junto al cadáver, cuidando de no tocarlo. Extrajo su shikkar -la hoja de cristal que los keshiri habían fabricado para ella- y cuidadosamente abrió la boca de la mujer. Allí estaba, la lengua de un azul enfermizo, los vasos sanguíneos hinchados y reventados. Lo había visto anteriormente en humanos, en los límites de su memoria...
-Tengo que volver -dijo Seelah, saliendo rápidamente por las puertas del pueblo-. Necesito regresar a casa... al hospital.
Korsin, que estaba dirigiendo a sus hombres para montar una hoguera, parecía confuso.
-Seelah, olvídate de que haya supervivientes. Nosotros somos los supervivientes. O eso esperamos.
Ravilan, intentando infructuosamente calmar a los uvak reunidos que Korsin había amarrado fuera de los muros del pueblo, alzó la mirada alarmado.
-Si estás pensando en llevar esta enfermedad a nuestro santuario...
-No -dijo ella-, me voy sola. Si los que estamos aquí estamos infectados, ya nada importa de todas formas. -Le arrebató a Ravilan las riendas de un uvak y le ofreció una sonrisa sin mucho entusiasmo-. Pero si no estamos infectados, es lo que tu dices. Es una advertencia.
Korsin la vio irse y regresó a la tarea de quemar el pueblo. Seelah no miró atrás, elevándose en la noche. No quedaba mucho tiempo. Necesitaba reunirse con toda su plantilla del hospital, con sus ayudantes más leales.
Y necesitaba ver a su hijo.


Cuando el alba asomó sobre las Montañas Takara, Tilden Kaah no se encontró a Seelah en la ducha... por mucho que ella ahora sintiera que necesitaba una. Seelah no había dormido en toda la noche. Cuando Korsin y Ravilan volviern al caer la noche, el refugio se había convertido en un centro de crisis.
Las comunicaciones eran el auténtico problema. Las muertes de keshiri anónimos cuasaron poca perturbación en la Fuerza para aquellos que en realidad no se preocupaban por ellos. Pero las repercusiones habían creado tal confusión en las mentes de los Sith que hasta los heraldos más experimentados estaban teniendo problemas para distinguir los mensajes. Korsin había sido cauto al llamar a su gente para que volviera de los pueblos y ciudades keshiri; hasta ahora, Tahv y el resto de las ciudades importantes no se habían enterado del desastre de Tetsubal, y no quería que una retirada en masa pusiera a los nativos en guardia. Los Sith dispersos tenían instrucciones de apartarse sin llamar la atención del contacto publico y comenzar el camino de vuelta.
Lo que había caído sobre Tetsubal aún no había golpeado las principales ciudades... pero los vuelos de reconocimiento aún estaban fuera, comprobando las zonas circundantes. Para cuando la voz se corriera hacia el interior, todos los Sith estarían a salvo en su reducto.
Seelah vio a Korsin varias veces a lo largo de la mañana mientras iba de un lado a otro. Él quería que su plantilla estableciese cuarentenas para la entrada al complejo. Ninguno de los Sith que habían quemado Tetsubal estaba mostrando síntoma alguno de enfermedad, pero había mucho en juego. Seelah tenía sus propias tareas en el hospital, y de hecho pocos de los miembros de su plantilla médica aparecían en público.
-Estamos trabajando en el problema -les había dicho.
Al llegar a casa a mediodía, Seelah vio a Ravilan de pie junto a Korsin, revisando informes. Korsin estaba demacrado por la falta de sueño... ¡su pequeño peluche púrpura no vendría hoy a comer! Pero Ravilan, a pesar de las desgarradoras experiencias del día anterior, parecía rejuvenecido; su cabeza calva mostraba un robusto color magenta.
-La cosa va mejor de lo que nos temíamos, Korsin -dijo Ravilan. Nada de Gran Señor ahora, advirtió Seelah. Ni siquiera comandante.
Korsin gruñó.
-¿Toda tu gente ha vuelto?
-Me han informado de que acaban de llegar todos a los establos. No es que sean unas vacaciones -dijo Ravilan, con sus tentáculos faciales agitándose ligeramente-, pero hay mucho trabajo que hacer. En nuestras nuevas prioridades.
Seelah alzó la mirada. Ese parecía el momento adecuado.
-¡Se acerca un jinete!
El heraldo sintió la aproximación del uvak mucho antes de que apareciera por el horizonte del sur. Se dirigió directamente hacia la columnata, el jinete posó su bestia y saltó a la superficie de piedra. Todos los ojos estaban dirigidos al recién llegado. Todos excepto los de Seelah.
-Gran Señor -dijo, falto de aliento-. Ha... ha vuelto a pasar... ¡en Rabolow!
Seelah escuchó el jadeo de Korsin.... pero vio como los ojos amarillos de Ravilan casi se salían de sus órbitas. Al intendente le costó unos instantes recuperar su compostura.
-¿Rabolow?
-Eso está en los Lagos Ragnos, ¿no es cierto? -Seelah miró hacia Ravilan y sonrió con falsa cortesía-. Allí es donde se asignó a tu gente ayer, ¿no es así, Ravilan? Los pueblos junto a los Lagos Ragnos.
Él asintió. Todos habían estado allí cuando se habló de ello. Ravilan se aclaró la garganta, seca de repente.
-Yo... debería hablar con mi socio que acaba de regresar de allí. -Pasó a toda prisa junto a Seelah, se giró e hizo una reverencia-. Yo.. realmente debería reunirme con ellos. Comandante.
-Hazlo -dijo Seelah. Korsin no dijo nada, aún estupefacto por la noticia reciente y la coincidencia. Vio cómo Ravilan desaparecía de la vista, dirigiéndose a los establos.
-¡Se acerca un jinete!
Korsin alzó la vista. Seelah pensó que casi parecía asustado, temeroso de las noticias que el jinete pudiera traer.
Las noticias eran otra ciudad de muerte, en otro de los Lagos Ragnos. Un tercer jinete habló de una tercera. Y un cuarto. Cien mil keshiri, muertos.
Korsin tenía los ojos abiertos como platos.
-¿Algo que ver con los lagos? ¿Con esas... qué eran... algas de Ravilan?
Seelah cruzó los brazos y miró directamente a Korsin, encogido y casi a la misma altura que ella. Estaba tentada de dejar que ese momento durase...
...pero había trabajo que hacer. Llamó a Tilden Kaah.
Su preocupado ayudante apareció desde la dirección del hospital sujetando un pequeño contenedor. Ella lo tomó y le indicó que se marchase.
-¿Sabes qué es esto, Korsin?
Korsin dio vueltas al vial vacío en su mano.
-¿Silicato cyanogénico?
Era de sus suministros médicos del Presagio... y también de loas provisiones que Ravilan guardaba para las criaturas a su cargo. En su forma sólida, explicó, era usado como agente cauterizador por sanadores que trabajaban con los massassi. Ella había visto como lo usaban una y otra vez estando al servicio de Ludo Kressh. Nada más débil podía hacer nada en las pieles de esos salvajes.
-Ya es bastante malo por sí mismo -dijo-. Pero si lo alcanza la humedad, se disuelve... y se intensifica un millar de veces. Una partícula por mil millones podría hacer cualquier cosa.
Las espesas cejas de Korsin se alzaron.
-¿Qué... qué podría hacer en una masa de agua? ¿O en un acueducto?
Seelah le tomó las manos con firmeza y miró directamente a sus ojos.
-Tetsubal.
Ella explicó la historia detrás de la muerte del porteador del hospital. El robusto Gorem habñia sido asignado al equipo de Ravilan para ayudar a recuperar lo que quedaba en las destrozadas secciones del Presagio. Aparentemente había tocado una cubierta sucia del botiquín de los massassi y murió en el exterior, no poco después de lavarse las manos. La muerte no fue instantánea, pero la víctima no llegó lejos.
Ravilan debió de haber visto la muerte de Gorem, dijo ella, y se dio cuenta de que tenía una herramienta contra los keshiri. Un arma que podría obligar a Korsin y al resto de los humanos a olvidarse de construir en este mundo... y a volver a comprometerse a abandonarlo.
Y ahora cada ciudad que los miembros de los Cincuentaysiete habían visitado el día anterior habían seguido el mismo destino que Tetsubal.
Korsin se giró y estrelló su silla del puente contra una columna de mármol, haciéndola añicos. No usó la Fuerza. No le hizo falta.
-¿Por qué harían eso? -Agarró con fuerza a Seelah-. ¿Por qué lo harían, cuando resulta tan obvio que seguiría el rastro hasta ellos? ¿Tan estúpidos... tan desesperados pueden llegar a estar?
-Sí -dijo Seelah, rodeándolo con sus brazos-. Tan desesperados pueden llegar a estar.
Korsin miró al sol, descendiendo ahora hacia la montaña. Soltándola, miró a los rostros del resto de sus consejeros, todos expectantes y asombrados.
-Que vengan todos los demás -dijo-. Diles que ha llegado el momento.

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