martes, 23 de febrero de 2010

Episodio II: El ataque de los clones - Capítulo 10 (y III)

Posiblemente, el sector industrial de Coruscant albergaba los muelles de cargueros más grandes de toda la galaxia, con una línea de gigantescos transportes llegando continuamente, inmensas grúas flotantes listas para reunirse con ellos y descargar los millones de toneladas de suministros necesarios para mantener con vida la ciudad-planeta, que ya hacía mucho tiempo que había llegado a estar tan poblada que no podía mantenerse con sus propios recursos. La eficiencia de esos muelles era poco menos que asombrosa, y aún así el lugar siempre estaba abarrotado, y a menudo se formaban atascos debido al gran número de naves atracadas y gruas flotantes.
También era un lugar para que pasajeros vivos, la plebe de Coruscant, tomasen pasajes baratos en los cargueros que salían del planeta, miles y miles de personas buscando escapar del total frenesí en el que se había convertido el planeta.
Mezclados en esa muchedumbre, Anakin y Padmé iban caminando, vestidos con simples túnicas y pantalones marrones, al estilo de los refugiados del Exterior. Caminaban hombro con hombro hacia la salida de la lanzadera cuando se aproximaron al muelle y la pasarela que les llevaría a uno de esos mastodónticos transportes. El capitán Typho, Dormé y Obi-Wan les esperaban en esa puerta de salida.
—Cuídese, milady —dijo el capitán Typho con genuina preocupación. Estaba claro que no le entusiasmaba la idea de permitir que Padmé saliera fuera de su vista y su control. Le pasó a Anakin un par de pequeñas bolsas de equipaje, haciéndole al joven Jedi un gesto de confianza con la cabeza.
—Gracias, capitán —respondió Padmé, mostrando la gratitud en su voz—. Cuide bien de Dormé. No estáis libres de peligro.
—¡Conmigo está a salvo! —dijo rápidamente Dormé.
Padmé sonrió, apreciando el pequeño intento de relajar el ambiente. Luego abrazó con fuerza a su doncella, apretando aún más fuerte al notar que Dormé comenzaba a sollozar.
—Todo irá bien —susurró Padmé al oído de la otra mujer.
—No es por mí, milady. Me preocupa usted. ¿Y si ven que ha abandonado la capital?
Padmé se apartó de ella y consiguió sonreír mientras miraba a Anakin.
—Pues mi protector deberá demostrar su calidad.
Dormé soltó una risita nerviosa y limpió una lágrima de su ojo mientras sonreía y asentía.
A un lado, Anakin mantenía su sonrisa en su interior, conscientemente decidido a mostrar una postura que rezumase confianza y control. Pero en su interior estaba emocionado por escuchar cumplidos hacia él por parte de Padmé.
Obi-Wan rompió esa cordialidad, apartando al joven Padawan a un lado.
—Quedaos en Naboo —dijo Obi-Wan—. No atraigáis la atención sobre vosotros. No hagas nada sin haberlo consultado antes conmigo o con el Consejo.
—Sí, Maestro —respondió obedientemente Anakin, pero en su interior estaba hirviendo, deseando golpear a Obi-Wan. ¿No hacer nada, absolutamente nada, sin consultarlo antes, sin pedir permiso? ¿Es que no había demostrado ser un poco más emprendedor, un Padawan digno de confianza?
—Milady, llegaré al fondo de este complot con presteza —escuchó que Obi-Wan decía a Padmé. Anakin estaba furioso por dentro. ¿No había sido ese exactamente el curso de acción que él había sugerido a su Maestro desde el primer momento que habían sido asignados a cuidar de la seguridad de la senadora?
—Muy pronto estará de vuelta —le aseguró Obi-Wan a Padmé.
—Agradeceré su rapidez, Maestro Jedi.
A Anakin no le gustó escuchar a Padmé hablar de ningún tipo de gratitud hacia Obi-Wan. Al menos, no le gustaba en absoluto que Padmé elevase la importancia de Obi-Wan por encima de la suya propia.
—Ya es la hora —dijo, avanzando con paso firme.
—Lo sé —le respondió Padmé, pero no parecía complacida.
Anakin se recordó que no debía tomárselo personalmente. Padmé sentía que su deber estaba allí. No le entusiasmaba la idea de tener que escapar del planeta... y no le entusiasmaba la idea de dejar a otra de sus queridas doncellas en su lugar en la línea de fuego, especialmente con las imágenes de Cordé muerta tan frescas en su mente.
Padmé y Dormé se abrazaron de nuevo. Anakin tomó las maletas y abrió la marcha al exterior del autobús deslizador, hacia un andén donde R2-D2 esperaba.
—Que la Fuerza te acompañe —dijo Obi-Wan.
—Que la Fuerza te acompañe, Maestro. —Anakin sentía cada palabra de esta frase. Quería que Obi-Wan descubriera quién estaba detrás de los intentos de asesinato, que volviera a hacer que la galaxia fuera segura para Padmé. Pero tenía que admitir que deseaba que no ocurriera demasiado rápido. Ahora mismo, su deber lo ponía justo junto a la mujer que amaba, y no estaría muy contento si su misión resultase ser corta, si el deber lo alejase de ella una vez más.
—De repente, siento miedo —le dijo Padmé mientras se alejaban, dirigiéndose al gigantesco carguero estelar que los llevaría a Naboo. Detrás de la pareja, rodaba R2-D2, silbando alegremente.
—Yo también. Es mi primera misión en solitario. —Anakin se giró hacia ella, cruzando su mirada con la de Padmé, y sonrió ampliamente—. No se preocupe. ¡Tenemos a R2!
Una vez más, el comentario frívolo ayudó a aligerar el ambiente.
En el autobús, esperando a que les llevase de vuelta a la ciudad principal, el trío que quedó atrás observaba cómo Anakin, Padmé y R2-D2 se mezclaban con la muchedumbre del vasto espaciopuerto.
—Espero que no se le ocurra hacer ninguna tontería —dijo Obi-Wan. El mero hecho de que hablase tan abiertamente acerca de su estudiante mostraba al capitán Typho lo mucho que el Caballero Jedi había llegado a confiar en él.
—A mí me preocuparía más que ella hiciera algo, no él —replicó Typho. Negó con la cabeza, con expresión seria—. No es de las que siguen órdenes.
—Compañeros de viaje afines —observó Dormé.
Obi-Wan y Typho se volvieron para mirarla, y Typho nuevamente agitó la cabeza con desesperación. Obi-Wan no estaba en desacuerdo con la observación de Dormé, por muy inocentemente que lo dijera. Padmé Amidala era realmente testaruda, con mentalidad fuerte e independiente, y siempre dispuesta en confiar en su propio juicio antes que en el de los demás, sin importar su posición o su experiencia.
Pero de la pareja que acababa de dejar el autobús deslizador, ella no era la más cabezota.
Y eso no era un pensamiento reconfortante.

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