domingo, 21 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón (y IV)

Capítulo Cuatro
Seelah ya se había decidido a abandonar a Ludo Kressh antes de que este ejecutase a su familia. Había sido una trivialidad; se había herido el tobillo en una batalla, y ella no había conseguido detener la infección. Mató al padre de Seelah la primera noche, y eso hizo que ella se afianzase más en su decisión. Seelah encontró su oportunidad de marcharse pocos días después, cuando uno de los equipos mineros de Sadow se detuvo en Rhelg para repostar. Para entonces, ya no tenía a nadie a quien dejar atrás.
Devore Korsin había sido su medio de escape. Ella vio su inmadurez y su temeridad, pero también vio algo con lo que poder trabajar. Él, también, luchaba contra las cadenas invisibles que limitaban su ambición. Podía ser su alidado. Y al servicio de Sadow, al menos, algo podría ocurrir... mientras Devore no lo estropease.
Y si lo hacía, bueno, siempre quedaba su hijo...

Los sables de luz relampagueaban en la noche de la montaña... pero no en la plaza principal. Seelah caminaba tranquilamente por la oscura columnata, ornadas ahora con decoraciones añadidas: las tentaculadas cabezas de los Cincuentaysiete, clavadas en estacas a intervalos regulares.
Estaba el joven centinela de la torre, atrapado y asesinado. Nunca abandonó su puesto. A la derecha estaba Hestus, el traductor; Seelah había estado involucrada personalmente en su captura. Korsin dijo que por la mañana volvería donde Hestus, para retirarle los implantes cibernéticos. Quién sabe, podría haber algo de utilidad en ellos.
Ahora podía sentir a Korsin y sus principales lugartenientes al otro lado del muro exterior, conduciendo al resto a un último enfrentamiento junto al precipicio donde el Presagio casi encuentra su fin. No se ofrecería cuartel; podía imaginarse a Korsin arrojando por el acantilado a cualquiera que se rindiese.
Bueno, tiene experiencia en ello.
El silo de piedra del jefe de los establos se alzaba ante ella. Los recintos de los uvak se extendían en todas direcciones desde ese núcleo central, donde los ayudantes keshiri ayudaban a lavar a las apestosas bestias. Los keshiri se habían ido esa noche, según pudo ver al entrar en la sala redonda. En el centro, vigilado sólo por un guardia en las sombras, colgaba inerte, pero aún vivo y respirando, el cuerpo de Ravilan. Fuertes cuerdas de fibra tejida por los keshiri enlazaban sus brazos abiertos a cornisas elevadas a ambos lados de la estructura. El dispositivo estaba diseñado para impedir que los uvak se escapasen durante el baño. Ahora estaba realizando la misma función para Ravilan, con sus pies colgando a escasos centímetros del suelo. Seelah retrocedió unos pasos cuando un chorro de agua surgió de ranuras en la parte superior de la torre, casi ahogando al prisionero.
El flujo se detuvo un minuto después, pero aún pasó más tiempo antes de que el agotado Ravilan notase la presencia de su visitante.
-Todos muertos -dijo con voz ahogada-. ¿No es así?
-Todos muertos -dijo ella, acercándose a él-. Eres el último.
Ravilan fue atrapado pronto, cuando su pierna mala le falló por última y definitiva vez.
Ravilan negó con la cabeza.
-Sólo lo hicimos una vez -dijo, con una voz que sonaba como si tuviera piedras en la garganta-. En Tetsubal. Esas otras ciudades... No lo sé. Nunca lo planeamos...
-...para -dijo Seelah.
Había sido sorprendentemente fácil, una vez que se dio cuenta de la treta de Ravilan en Tetsubal. El único elemento era el tiempo. Regresó al retiro de la montaña por la noche y convocó a sus ayudantes de más confianza en el hospital. Poco después de medianoche, sus lacayos estaban e el aire, dirigiendo a sus criaturas hacia las ciudades de los lagos del sur que se había encargado visitar el día anterior a la gente de Ravilan. Su hospital contenía la única otra fuente superviviente de silicato cianogénico; ahora estaba en los pozos y acueductos de las ciudades de los lagos... y en los cuerpos de los keshiri muertos. El tiempo era el elemento clave... pero había tenido ayuda coordinándolo todo.
-¿T-tú has hecho esto? -Ravilan tosió y consiguió emitir una débil risita-. Diría que es la primera vez que te gusta una de mis ideas.
-Cumplió su objetivo.
La retorcida sonrisa de Ravilan se desvaneció.
-¿Qué objetivo? ¿Genocidio?
-¿Ahora te preocupas por los keshiri?
-¡Sabes a qué me refiero! -Ravilan se revolvió en sus ataduras-. ¡Mi gente!
Seelah puso los ojos en blanco.
-Aquí no está pasando nada que no hubiera terminado pasando en el Imperio. Sabes cómo marchaban las cosas. ¿De parte de quién estabas, de todas formas?
-Naga Sadow no quería esto -dijo Ravilan con voz rasposa-. Sadow apreciaba el poder cuando lo veía. Apreciaba lo viejo y lo nuevo. Nos apreciaba...
Ella hizo un gesto al guardia... y otra aplastante columna de agua golpeó a Ravilan.
Esta vez le costó más tiempo recuperarse.
-Podría haber funcionado -dijo entre jadeos-. Podríamos haber funcionado... juntos, como los Sith y los Jedi caídos de la antigüedad. Si tan sólo nuestros hijos... mis hijos... hubieran vivido... -Ravilan alzó la vista, con el agua chorreando de su rostro hundido-. Tú. -Seelah fijó su silenciosa mirada en los surtidores, aún goteantes, cerca del techo, en lo alto-. -repitió, más alto-. Tú dirigías la maternidad. Tú y tu gente. -Su rostro se retorció en un grito agónico. El futuro de su gente ya había sido suprimido, mucho antes-. ¿Qué hiciste? ¿Qué nos hiciste?
-Nada que con el tiempo tú no nos hubieras hecho a nosotros. -Caminó hacia las sombras, cerca del guardia-. Nosotros no somos tus Sith. Somos algo nuevo, una oportunidad de hacer las cosas bien. Una nueva tribu.
-Niños... ¡bebés! -Abatido, Ravilan gemía-. ¿Qué... qué clase de madre eres?
-La madre de un pueblo -dijo, mirando hacia al guardia en las sombras-. Ahora, hijo mío.
El guardia avanzó unos pasos... y Ravilan vio la forma animal de Jariad Korsin acercándose a él, con la hoja alzada, y el rostro de ojos salvajes de su padre bajo el cabello negro azabache. El adolescente saltó hacia el prisionero, clavándole una vibrohoja dentada sin remordimiento. Al final, sacó su sable de luz y cortó a Ravilan en canal en un violento relámpago carmesí.
-Hoy has cambiado el mundo -dijo Seelah, acercándose a su hijo y asociado. Él había sido clave para coordinar la jugada de la noche anterior, llevando a sus cómplices donde a ella le convenía. Era justo que hubiera tomado parte de este momento.
El chico jadeó, mirando su víctima en el suelo.
-Él no es a quién quería matar.
-Sé paciente -dijo Seelah, revolviéndole el cabello-. Yo lo he sido.


Tilden Kaah caminaba en silencio por los caminos oscuros de Tahv, que hasta hacía poco aún no estaban pavimentados con piedra. Los Sith habían echo marchar a los demás ayudantes keshiri a primera hora de la mañana, cuando comenzó la agitación; había sido uno de los últimos en marcharse. Las calles, habitualmente pobladas por juerguistas incluso a esa hora, estaban alarmantemente tranquilas. Sólo vio a un miembro de mediana edad de los Neshtovar, montando guardia en un cruce; despojado de su uvak hacía años, parecía estar aburrido.
Tilden saludó al vigilante con un gesto de la cabeza y pasó a una plaza cerca de uno de los muchos acueductos del pueblo. Láminas de fresca agua de las montañas caían en largas medias lunas desde manantiales, una refrescante presencia en lo que estaba siendo una noche cáliente. Llegando junto a un muro de agua, Tilden se puso la túnica que llevaba, se subió la capucha, y caminó a la cascada.
O, mejor dicho, a través de ella.
Tilden caminó, goteando, por el oscuro pasaje que conducía a las profundidades de la estructura de piedra. Siguió el sonido apagado de unas voces hasta el final del pasaje. No había luz... pero había vida. Mientras se aproximaba, Tilden escuchó parloteos agónicos: las horribles noticias del sur habían comenzado a llegar. Probablemente, se esperará que los supersticiosos keshiri asuman el horror en silencio, dijo una voz desde las sombras. Probablemente se culpará a los Destructores.
-Ya está hecho -dijo Tilden a la oscuridad-. Seelah ha librado a los Celestiales de los Cincuentaysiete. De la gente que no son como ellos, sólo queda el hombre inmenso, Gloyd.
-¿Seelah no sospecha de ti? -respondió una ronca voz femenina desde la negrura-. ¿No ha leído tu mente?
-No cree que merezca la pena. Y yo no hablo más que de las viejas leyendas. Me toma por tonto.
-No puede distinguir a nuestros grandes eruditos de nuestros tontos -dijo una voz masculina.
-Ninguno de ellos puede -dijo otra voz-. Bien. Dejemos que siga así. Seelah nos ha hecho un favor, reduciendo sus números. Puede hacernos más.
Un destello cegador apareció cuando un anciano keshiri encendió una linterna. Allí había varios keshiri, apiñados en el reducido espacio... pero su atención no iba dirigida a Tilden, sino a la figura que salía de las sombras tras él. Tilden se giró para reconocer a la mujer que le había hablado en primer lugar.
-Mantente fuerte, Tilden Kaah. Con tu ayuda, y con la ayuda de todos los aquí reunidos, los keshiri terminaremos el trabajo. -La rabia brilló en los ojos de Adari Vaal-. Yo traje esta plaga sobre nosotros. Y yo acabaré con ella.

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