jueves, 11 de febrero de 2010

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón (I)

La tribu perdida de los Sith #3: Parangón
de John Jackson Miller

Capítulo Uno
4.985 años ABY

El agua estaba tan templada como cualquier otro día, cayendo sobre el cuerpo de Seelah desde de la grieta en el mármol del muro. No había habido unidades sanitarias, ni ninguna otra comodidad moderna para los Sith que llevaban atrapados en Kesh desde hacía quince años estándar. Pero habían aprendido a vivir con lo que tenían.
Las brillantes gotitas de agua derretida que pendían de su piel marrón provenían de un glaciar a medio continente de distancia. Los voladores de uvak keshiri, cargando a sus bestias con inmensas barricas, habían cargado el agua desde ese lugar lejano hasta el retiro de montaña de los Sith. En el tejado, sirvientes calentaban el agua según sus especificaciones exactas, canalizándola por un sistema meticulosamente limpiado a diario de hongos y otros contaminantes.
Abajo, Seelah frotaba meticulosamente su muñeca con piedra pómez traída desde el pie de la Aguja Sessal, a kilómetros de distancia. Los artistas keshiri habían tallado las piedras con formas que a ella le gustasen. Los nativos estaban más interesados en la apariencia que en la funcionalidad... pero, en ese aspecto, tenían un aliado en ella. Seelah miró con su habitual desdén a la cabina de ducha, construida para su uso personal por sus hermanos Sith inmediatamente después de que se mudase a las cámaras del comandante Korsin. Ese lugar parecía más un tempo que un hogar.
Bueno, no podía tenerlo todo. Allí no.
Quince años. Eso era también según el calendario keshiri... ¿aunque quién podía confiar en eso? Salió goteando de la ducha, preguntándose a dónde había ido el tiempo. No a su cuerpo, según pudo ver en el colosal espejo; trabajar el vidrio era otra cosa en los que los keshiri eran buenos. Madre por dos veces, subsistiendo con comida apenas digna para animales de granja allá en su hogar, y aún así Seelah tenía tan buen aspecto como siempre. Le había costado trabajo. Pero tiempo era algo que tenía de sobra.
-Sé que estás ahí, Tilden -dijo Seelah. Tilden Kaah, su ayudante keshiri, siempre se encontraba fuera de la mirada del espejo, sin recordar nunca que ella podía sentirle mediante la Fuerza. Ahora se encontraba en la puerta, apartando sus grandes ojos opalinos y presentándole una bata con sus manos temblorosas.
Quince años no le han cambiado a él tampoco, pensó Seelah con una silenciosa risita burlona mientras agarraba la bata. ¿Pero por qué no podría mirar? Toda esa monótona piel púrpura; llamarla lavanda sería un halago. Y el pelo blanco; el color de la edad y la inutilidad. Si los keshiri encontraban antes bellos a otros keshiri, sólo era porque aún no habían visto a los Sith.
Y, además, el trabajo de Tilden consistía en adorarla. Siendo uno de los sumos sacerdotes más joven de la fe keshiri -que reconocía a Seelah y a sus compatriotas Sith como antiguos dioses de los cielos-, Tilden vivía para seguirla a todas partes. Ella disfrutaba bastante torturándolo de esa forma por las mañanas. Ella era el sacrilegio con el que él empezaba el día.
-Vuestro hijo estará cazando con los jinetes hasta la noche -dijo él-. Vuestra hija está en Tahv con los educadores que envió vuestra gente.
-Bien, bien -dijo, descartando la túnica que él le ofrecía en favor de otra más brillante-. Pasa a algo importante.
-Milady, se os espera en la sala principal esta tarde para la revisión -dijo, alzando la mirada de su pergamino-. Por lo demás, tenéis el día libre.
-¿Y el Gran Señor?
-Su Eminencia, nuestro salvador de las alturas, ha comenzado sus reuniones con sus consejeros. Las personas habituales, nacidas en lo alto como Milady. Su amigo gigante también está allí. -Bajó la mirada a sus notas-. Oh, y el hombre carmesí ha solicitado una audiencia.
-¿El hombre carmesí? -La mirada de Seelah permanecía sobre el espumoso océano bajo ellos-. ¿Ravilan?
-Sí, milady.
-Entonces debería ir.
Seelah se estiró poderosamente antes de girarse bruscamente para buscar sus zapatos. Tilden los tenía. Eran las únicas prendas de vestir rescatadas del accidente del Presagio que ella continuaba usando. Los keshiri seguían sin conseguir fabricar calzado decente.
-Yo... yo no quería obligaros a comenzar la jornada de trabajo tan pronto -tartamudeó Tilden, abrochándole los zapatos-. Perdonadme. ¿Habéis acabado vuestro baño? Podría hacer que los guardaespaldas reciclen el agua.
-Relájate, Tilden; quiero salir -dijo ella, recogiendo su cabello oscuro con un pasador de hueso tallado, un regalo de algún noble local al que no podía recordar. Se detuvo en el pulido umbral-. Pero haz que el equipo aumente las entregas de agua... y que la traigan del lado opuesto de la cadena de montañas. La de allí es mejor para la piel.


Seelah bostezó. El sol aún no había llegado siquiera a la mitad del cielo y la pantomima diaria ya estaba funcionando a toda marcha. El comandante Yaru Korsin, el salvador de las alturas de los keshiri, estaba sentado en su viejo asiento del puente, escuchando igual que solía hacerlo en la cubierta de mando del Presagio. Pero ahora los destrozados restos de la nave yacían tras él, refugiados en una parte de la sólida estructura que no se usaba como residencia, y su baqueteado asiento estaba incongruentemente plantado en mitad de una columnata de mármol que se extendía centenares de metros. Allí, al aire libre en las alturas de los Montes Takara -recientemente rebautizados en honor de su preciosa madre, donde rayos estuviese-, Korsin atendía a su corte.
La arquitectura y el lugar resultaban un buen espectáculo para los pueblerinos keshiri que ocasionalmente volaban hasta allá. De acuerdo con lo planeado. Pero también era lo bastante grande para acomodar a todos los atolondrados suplicantes a los que Korsin quería dedicar su día. Seelah vio a Gloyd el artillero, el “amigo gigante” de Korsin, en el primer lugar de la fila, como de costumbre.
Las papadas del houk de cabeza bulbosa temblaron cuando presentó su última idea alocada: usar uno de los láseres perforadores que aún tenían carga para lanzar señales al espacio. Seelah se sintió perforada por el aburrimiento... y Korsin tampoco parecía estar entusiasmado. ¿Cuánto tiempo llevaría cotorreando Gloyd antes de que ella llegase?
-Esta vez funcionará -dijo Gloyd, transpirando por su piel moteada-. Todo lo que debemos hacer es captar la atención de un carguero de paso. De un observatorio. De cualquier cosa.
Se limpió el sudor de la frente. Seelah siempre pensó que, para empezar, la lotería genética no había sido amable con los houks. Pero ahora parecía como si la edad y el sol estuvieran causando que a Gloyd se le derritiera la piel del cráneo.
-La intensidad se disipará a la inversa del cuadrado de la distancia de Kesh -dijo una voz humana detrás de Korsin. Parrah, el navegante de apoyo del Presagio y ahora su principal consejero científico, dio un paso al frente-. No será más que ruido de fondo cósmico. ¿No te enseñaron nada en el sitio de donde vienes?
Probablemente no, rumió Seelah. Gloyd había sido un náufrago incluso antes de unirse a la tripulación del Presagio. Mientras que otros extranjeros evitaban la Caldera Estigia, el equipo de bribones de Gloyd supuso que allí debería haber algo realmente asombroso. Lo había: el Imperio Sith. Pocos de los compañeros de Gloyd habían sobrevivido al descubrimiento. Pero como artillero y soldado de infantería, había entablado combate con los Jedi muchas veces en su vida anterior, haciéndolo útil para Naga Sadow y, después, para Yaru Korsin.
¿Pero últimamente? No demasiado.
-No creo que vaya a funcionar, viejo amigo -dijo Korsin, espiando a Seelah con el rabillo del ojo y haciéndole un guiño-. Y además no podemos correr el riesgo de agotar más equipo. Ya sabes cómo va esto.
Todos lo sabían. Incluso mientras construían su refugio de piedra para el Presagio en los meses siguientes al accidente, la tripulación había ido extrayendo equipo regularmente. Parte de ello esperaban hacerlo funcionar de nuevo con algunas piezas fabricadas; el resto estaba disponible para usar inmediatamente. Y lo usaron.
Eso había sido un error. Resultó que en Kesh no podía encontrarse ningún metal. Los Sith habían abierto y desgarrado la superficie, usando la mayor parte de sus municiones de supervivencia sin ningún resultado. Por arriba, Kesh era un lugar agradable a la vista... pero por debajo, parecía no ser más que una bola de barro. Gran parte del equipo que funcionaba con energía interna chisporroteó y murió. Aún peor, algo del campo electromagnético de Kesh estaba interfiriendo con todo, desde las ondas de radio hasta la generación de electricidad. Los sables de luz aún funcionaban -y eso gracias a los cristales Lignan-, pero los náufragos, intrépidos como eran canibalizando el material, no iban a ser capaces de reinventarlo todo. Simplemente, no tenían las herramientas necesarias.
-Lo comprendo -dijo Gloyd, aparentando menos altura que antes-. Ya me conoces. Estoy construido para la lucha. Este pacífico paraíso me está volviendo...
-Yo sé de algo contra lo que podemos luchar -dijo Seelah, con su caftán agitándose mientras se ponía en pie y rodeaba a Korsin con un brazo-. Creo que los he visto preparando la comida en el salón principal.
Korsin sonrió.
Gloyd miro fijamente a la pareja durante un instante antes de ponerse a reír a mandíbula batiente.
-¿Qué puedo decir? -dijo, dándose golpecitos en la tripa y girándose-. La dama me conoce bien.
Korsin miró más allá de la mole que se retiraba para ver otra figura.
-¡Ravilan! ¿Cuál es tu siguiente plan maestro para sacarnos de esta roca?
-Nada en ese sentido -dijo Ravilan. El hombre carmesí de la descripción de Tilden avanzó unos pasos y observó educadamente a su líder-. Hoy no.
-¿En serio? Vaya, nos estamos haciendo viejos. La mente olvida cosas.
-La mía no, comandante.
Ravilan se pasó el dedo por el tentáculo de su mejilla derecha; una expresión de estar meditando entre los Sith rojos. Hizo que a Seelah se le pusiera la carne de gallina. Agarró más fuerte a Korsin. Anteriormente intendente del cuerpo adicional de guerreros massassi del Presagio, Ravilan había quedado sin misión después de que su carga muriera durante sus primeros días en Kesh. Desde entonces, se había encargado de una serie de extraños trabajos. Aún más importante, se había convertido en portavoz de los Cincuentaysiete -los miembros supervivientes de la tripulación cuyo linaje con la especie de Sith de piel roja permanecía pura- y de aquellos que, como Gloyd, estaban menos interesados en vivir en Kesh que en abandonarlo.
Pero el grupo de Ravilan cada vez se debilitaba más. Su gente no había simado la cantidad de cincuenta y siete desde su llegada. Una docena había caído debido a un accidente o incompetencia profesional, y ninguno de los hijos de la gente de Ravilan había vivido más de un día. Kesh no había sido igual de amable con todos sus huéspedes. Mientras que en general los motivos para querer irse se desvanecían, los suyos eran cada vez más fuertes.
Pero, aparentemente, eso no le había llevado hoy ante Korsin.
-Hay otra cosa -dijo Ravilan, mirando a Seelah-. La gente al servicio de tu... tu esposa ha estado tratando de documentar los ancestros de toda nuestra tripulación. Se han vuelto bastante insistentes -añadió, arqueando el zarcillo de una ceja.
Sintiendo que el agarre de Seelah se apretaba aún más, Korsin se alzó.
-Tu gente no tiene que preocuparse de eso, Rav. Sólo la tripulación humana.
-Sí, pero muchos de nosotros tenemos parte de sangre humana -dijo Ravilan, caminando por la columnata con Korsin. La multitud se fue; Seelah caminaba amargamente tras ellos-. Y muchos de los tuyos tiene parte de la nuestra. La mezcla de la linea de los Jedi Oscuros con la de mis ancestros Sith es cuestión de orgullo para mi... para nuestra gente, Korsin. Dejar que alguien nos separe...
Korsin siguió caminando, disfrutando de la vista del océano, con hebras de plata en su cabello brillando al sol. Seelah aceleró su ritmo para acercarse.
-Sigue siendo un planeta extraño -dijo Korsin-. No sabemos qué mató a tus massassi cuando aterrizamos. No sabemos qué está pasando con... bueno, ya sabes.
-Desde luego que lo sé -dijo Ravilan, mirando al océano aparentemente sin verlo. Su color se había convertido en un tono granate sombrío en su estancia en Kesh, y sus pendientes y los demás adornos Sith sólo servían para hacer parecer más anodino al hombre-. Este es un mundo gobernado por la tragedia, Korsin. Para todos nosotros. Si aceptas a alguien de mi gente en la maternidad como partera, podríamos ser capaces de entender mejor...
-¡No! -dijo Seelah, interponiéndose entre los dos-. No son personal médico, Korsin. ¡En condiciones como esta, tenemos que tener ciertos controles!
Ravilan se encogió.
-Esto no es un desprecio, Seelah. Tu personal lo ha hecho muy bien desde que nuestra misión tomó... naturaleza generacional. Los Sith prosperan. -Su rostro, arrugado por la edad y la preocupación, se suavizó-. Debería ser así para todos los Sith.
Seelah miró con aire de urgencia a Korsin, quien agitó la mano como si estuviera despachando a alguien. ¿Nos despachas a los dos?, se preguntó ella.
-Hablaremos más tarde sobre ello -dijo Korsin-. ¿Había algo más?
Ravilan hizo una pausa.
-Sí... Voy a ir al sur, como pediste, a visitar los pueblos de los Lagos Ragnos. -Seelah conocía el proyecto: Los keshiri habían estando recolectando algún tipo de algas fluorescentes, y Korsin había asignado a Ravilan para que las analizase, para su uso potencial iluminando las estructuras Sith-. Hay ocho pueblos en varias superficies de agua, todas con diferentes especímenes para examinar.
-Eso es mucho territorio -dijo Korsin-. ¿Tú solo?
-Como solicitaste -dijo Ravilan-. Comienzo en Tetsubal, el más alejado.
Seelah sonrió. Era justo la clase de trabajo intrascendente que volvería loco al intendente.
-Llevate a todo tu séquito -dijo Korsin, dándole una firme palmada en el hombro a Ravilan. Korsin no se había vuelto más físicamente imponente durante su exilio, pero seguía caminando como un hombre del tamaño de Gloyd-. Es importante... e iréis más rápido si os dividís. Y todos vosotros podéis permitiros salir de estas montañas unos días. -Se acercó más a Ravilan y le habló a su oído hundido-. Y, mira... la próxima vez Seelah preferiría que te dirigieras a mí como Gran Señor.
-Eso sólo es un nombre para los keshiri.
-Y había keshiri allí. Es una orden, Rav. Que tengas un vuelo seguro.
Seelah observó como Ravilan se alejaba renqueando. Había perdido una discusión con un uvak en su segundo año allí. Era una de una serie de pérdidas... y ella no estaba por la labor de dejarle ganar una discusión ahora. Se llevó a Korsin aparte.
-¡No te atrevas a aceptar a nadie de su gente en mis salas!
-Qué guapa te pones cuando defiendes tu territorio.
-¡Korsin!
Él la miró con ojos penetrantes.
-Ya no estás viviendo en Rhelg. ¿Cuánto vas a tardar en dejar marchar el pasado?
Seelah dejó que una ardiente mirada hablase por ella... pero Korsin la ignoró. Al ver algo tras ella, sonrió y se giró para dirigirse a la muchedumbre que aguardaba.
-Siento tener que dar esto por terminado, y os agradezco a todos que hayáis venido... pero veo que ya ha llegado mi compañía para el almuerzo.
Seelah se giró.
Adari Vaal esperaba en el borde de la plaza.

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