miércoles, 10 de febrero de 2010

La aprendiza (y IV)

El sordo zumbido en los oídos de Jaina aumenta rápidamente hasta convertirse en un aullido estridente y luego se disipa en un estallido agudo y súbito. Se sentó de golpe, sintiéndose aturdida y desorientada. Tras un instante, recordó su misión, y los dolorosos tumbos que los habían llevado hasta allí.
Miró a su alrededor. El hapano había recuperado la consciencia. Se apoyaba pesadamente contra el ahora vacío depósito de refrigerante, mirándola con horror no disimulado. Los ojos de Jaina se apartaron rápidamente de su mirada acusadora. Cuatro guardias yacían dispersos por el suelo. Kyp Durron estaba arrodillado junto a uno de ellos, bombeando rítmicamente el pecho del hombre con ambas manos. De pronto el cuerpo del guardia se estremeció, y el color azulado comenzó a desvanecerse de su rostro.
El Maestro Jedi se puso en pie y tendió una mano a Jaina. Ella la tomó y permitió que la levantase.
-Guau -dijo, observando a los guardias abatidos por la Fuerza-. ¿Quién ha hecho esto, tú o yo?
-Tenemos que continuar -dijo Kyp, ignorando su pregunta-. Cuanto más tardemos, menos oportunidades tendremos de salir andando de aquí.
Jaina asintió.
-Antes de que nos vayamos, necesito que me enseñes cómo borrar memorias. No deben recordar que nos han visto aquí.
Cuando él no respondió, ella continuó con su argumentación.
-El científico es un prisionero político. El secreto es vital, no sólo para que podamos llevar a nuestro prisionero a donde necesita ir, sino también para evitar más respuestas reaccionarias ante los Jedi.
Kyp se mantuvo en silencio unos instantes.
-No.
-¿No? -repitió ella, incrédula-. Dijiste que nadie podía saber esto.
-Y me mantengo en ello. Pero lo haré yo mismo.
Ella alzó una ceja desafiante.
-¿Cuál es el problema? ¿No es la clase de lecciones que tenías en mente?
-Un aprendiz debe aprender de un Maestro, no repetir sus errores.
-Esto no es distinto de los pequeños trucos mentales Jedi que todos los Jedi usan sin el menor asomo de culpa -afirmó ella-. Y tú eres mucho mejor con ello que la mayoría. Si quisiera convertirme en cantante de baladas, estaría viajando con Tionne. Tú quieres ganar la guerra contra los yuuzhan vong. Por eso estamos aquí. Enséñame.
El Maestro Jedi dejó escapar un profundo suspiro. Hizo una mueca como para tomar fuerzas ante un trabajo desagradable, y entonces se dejó caer sobre una rodilla.
-Observa, siente y sigue -le indicó, y entonces se inclinó sobre uno de los prisioneros.
Jaina sintió como el poder del Jedi de más edad alcanzaba la mente del hombre. Kyp formó la imagen de un sol brumoso matutino, apenas visible sobre los horizontes boscosos de Gallinore... más o menos la hora cuando aterrizaron, recordó Jaina. Por medio de suaves y fríos golpes, Kyp barrió la memoria desde ese momento al actual. Después, salió, como un ladrón escabulléndose de una casa saqueada.
Lentamente Kyp rompió el contacto con el guardia caído y alzó sus ojos hacia los de Jaina. Su rostro seguía pálido por la caída heladora, y las profundas sombras bajo sus ojos los hacían parecer de un verde más vivo. El poder en ellos, aunque se iba desvaneciendo, era a la vez inquietante y atrayente.
-Ahora tú.
Jaina asintió y tocó con la Fuerza a otro guardia. Pero en lugar de visualizar el sol de la mañana, ella se enfocó en la imagen de un cronómetro. Lentamente lo obligó a retroceder, eliminando momentos de la vida de ese hombre.
Cuando la tarea estuvo hecha, miró al Maestro Jedi. El la estudió durante un instante, con expresión inescrutable.
-Tienes un don para esto -dijo al fin-. Buen control. Muy preciso. Encárgate de ese, yo me ocuparé del otro. Acabemos con esto.
Momentos después estaban de nuevo camino al laboratorio de Sinsor Khal. Jaina colocó su mano en el lector de palmas, y la puerta se abrió. Un hombre de complexión débil y delgada levantó la mirada de su trabajo. A primera vista no había nada particularmente inusual en él. Su cabello color arena estaba ordenadamente cepillado, y su barba corta y cuidada. Llevaba una bata roja de laboratorio marcada por algunos puntos oscuros.
-¿Profesor Khal? -preguntó Jaina.
-Yo soy. Y tú debes de ser la joven protegida de Ta'a Chume -dijo con tranquilidad-. Bienvenida.
Se adelantó, extendiendo una mano como saludo. De cerca, ella pudo notar el débil aroma cobrizo que emanaba de las vestiduras rojas, y se dio cuenta de que el color había sido elegido por motivos prácticos, o tal vez por camuflaje. Se trataba de un hombre que trabajaba con sangre, y su bata roja de laboratorio servía al mismo propósito en ese lugar que los trajes de vuelo en la superficie.
Jaina tomó la mano de Sinsor Khal, advirtiendo al hacerlo que el científico era más alto que ella, pero no mucho más. Podía mirarle directamente a la cara sin tener que echar para atrás la cabeza... una experiencia poco usual para la pequeña joven.
El científico no le devolvió su examen minucioso. De hecho, sus ojos nunca se posaron sobre ella o sobre los dos hombres tras ella. Obviamente era consciente de su presencia, pero parecía extrañamente ajeno. La mayor parte de la gente habría comentado algo acerca de sus ropas mojadas, de su apariencia desaliñada. Curiosa, Jaina le tocó con la Fuerza. Había poco que leer. Sinsor Khal estaba extrañamente cerrado a ella. La única percepción que pudo percibir fue una curiosidad neutral, desprovista casi de cualquier aderezo emocional y muy diferente de cualquier respuesta humana que hubiera encontrado anteriormente. Tal vez para él no eran personas, sino especímenes...
Rápidamente retiró su mano e hizo un gesto hacia el alto hapano.
-Este hombre tiene el implante.
-Ponedle allí -dijo, señalando.
“Allí” era una mesa larga, rodeada por un pequeño canalón e inclinada ligeramente hacia un par de desagües.
Kyp lanzó una mirada de duda hacia Jaina,
-Todo irá bien -aseguró ella.
El prisionero no compartía su optimismo. La lucha para ponerlo encima de la mesa terminó abruptamente cuando Sinsor Khal colocó una pequeña arma con forma de bláster contra el hombro del hombre y apretó el gatillo. El hapano se derrumbó delante de la mesa.
-Muy bien -anunció el científico-. Todo listo para una rápida vivisección y una puesta a punto general. Es un modo de hablar -añadió alegremente, como si percibiera la nube de tormenta que comenzaba a crearse en el ceño fruncido del rostro de Kyp.
Jaina y Kyp trabajaron juntos para subir al hombretón sobre la mesa. Al enderezarse, con las manos en la base de su espalda dolorida, Jaina sintió un relámpago de poder mental, una fuerza de la mente extrañamente similar a la de un Jedi. Se giró hacia ello y quedó mirando directamente al rostro de Sinsor Khal. El científico la estaba mirando, realmente mirándola, con una intensidad que sugería que veía cosas que el resto de la gente no podría siquiera sospechar.
-Te conozco -anunció.
Jaina negó con la cabeza.
-Por lo que Ta'a Chume dijo, usted ya era huésped del gobierno de Gallinore antes de que yo aprendiera a andar. Nunca antes he estado en Gallinore.
Una extraña sonrisa apareció en el rostro de Sinsor Khal. Alzó una mano, con la palma hacia arriba. Una pequeña y afilada herramienta se alzó de la bandeja y se depositó en su mano con facilidad pasmosa. Jaina quedó boquiabierta, pero el científico apenas parecía advertir su propio logro.
-No he dicho que nos hayamos encontrado -especificó el Jedi fracasado-. He dicho que te conozco.
Kyp comenzó a avanzar. Jaina le puso una mano en el hombro.
-Tenemos que volver -dijo con suavidad-. Aún tenemos algún trabajo que hacer para asegurarnos de que no hay ningún registro de nuestro paso.
Tras un momento de duda, Kyp muestra su acuerdo con un movimiento de cabeza. Dejan a su prisionero al dudoso cuidado de Sinsor Khal y deshacen sus pasos a través de los pasillos, buscando a todos aquellos con los que se habían encontrado. El Jedi de mayor edad insistió en hacer la mayor parte del trabajo. Jaina se contentó con dejarle hacer lo que desease. Hoy ya había llevado sus poderes de la Fuerza a nuevos niveles, y las palabras del científico resonaban en sus pensamientos como risas burlonas. No podía ignorarlas, no podía negarlas... no considerando la tarea que aún tenía ante ella.
Finalmente Kyp volvió a la nave, dejando que Jaina se ocupase de Lowbacca. Al entrar en el centro de investigación, todo el frío y el dolor de los túneles parecieron volver a ella, concentrándose en un frío nudo en la boca de su estómago.
Lowbacca seguía sentado ante su terminal, con su rostro peludo absorto en ella. La científica de pelo oscuro se había aburrido de su tarea y estaba sentada cansinamente en otra estación de trabajo. Una débil sonrisa asomó a los labios de Jaina. El wookiee adoraba los ordenadores. Probablemente habría perdido la noción de las horas que habían pasado desde su llegada. De algún modo, eso hacía su tarea más fácil.
Jaina se colocó tras él y se agachó, apoyando su barbilla sobre el hombro de él. Sus ojos se cerraron y tomó una lenta y tranquilizadora bocanada de aire. El húmedo aroma familiar del pelaje wookiee llenó sus sentidos. Se extendió con la Fuerza y por un momento saboreó la sólida y leal presencia que era Lowbacca. El único amigo que verdaderamente confiaba en ella, el único Jedi que la miraba y veía a la Jaina que una vez había sido.
Discretamente le deslizó un holocubo. El wookiee transfirió rápidamente la información necesaria y se lo devolvió. Cuando él lo deslizó en la mano de Jaina, ella tomó su inmensa garra y la mantuvo agarrada por un instante. Él inclinó la cabeza a un lado y le dirigió una mirada de curiosidad. Su nariz se arrugó ante el olor del refrigerante que había calado en su traje de vuelo casi seco.
-Es una larga historia -dijo suavemente-. Necesito que entres en los registros de seguridad. Nunca he estado allí. Haz que sea cierto.
El wookiee asintió y borró las pisadas con unos pocos y diestros movimientos. Cuando un gruñido de satisfacción anunció su éxito, Jaina le alcanzó por el vínculo que los unía y llevó a su mente una imagen de un reloj de sol wookiee. Lenta e inexorablemente, obligó a las sombras a retroceder.
Unos instantes más tarde, Jaina se enderezó y se giró hacia la científica. El asombro y luego la preocupación asomó al delgado rostro de la mujer. De pronto Jaina se dio cuenta de los húmedos rastros de lágrimas en sus mejillas. Se las limpió, del mismo modo que había limpiado las últimas horas de la memoria de Lowbacca.

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