sábado, 13 de febrero de 2010

El honor de los Jedi (45)

45
Luke saca su bláster y Gideon prepara su rifle. Incluso Sidney desenfunda su pistola, aunque parece que podría usarla antes contra sí mismo que contra el enemigo.
Luke sonríe a Gideon, quien le devuelve la sonrisa.
–Matemos unos cuantos imperiales –dice.
Aunque Luke asiente con la cabeza, él no ve la perspectiva de la batalla con el mismo entusiasmo que el minero. Para él, matar a seres racionales que sirven al mal es un deber doloroso. El viejo aparentemente disfruta de lo lindo matando imperiales. Casi parece que está vengando alguna afrenta.
Sin aviso previo, Gideon sale corriendo hacia las naves. Luke y Sidney le siguen. El primer guardia les ve después de que recorrieran 10 metros. Gira la cabeza hacia sus compañeros. Gideon deja de correr el tiempo suficiente para disparar, pero 40 metros es demasiado lejos para tener un blanco fácil incluso con un rifle bláster. Su disparo da a 10 metros del guardia, creando un pequeño géiser de deshechos que llegaría a la altura de una rodilla. Las pistolas de Luke y Sidney difícilmente están a distancia de tiro, de modo que simplemente siguen corriendo.
Los cuatro imperiales se enfrentan a Gideon. Una ráfaga de destellos multicolores surge de los cañones bláster montados en sus armaduras. Los deshechos a los pies de Gideon estallan en una docena de géiseres de tres metros de alto. El minero desaparece en el interior de una tormenta de arena plateada.
Luke y Sidney se acercan a 30 metros. Luke dispara una serie de disparos a lo loco, pero sus rayos se quedan muy cortos. Los guardias responden con bolas de fuego blancas del tamaño de guisantes. Uno de los torpedos de protones en miniatura golpea a Sidney de lleno en el torso, lanzándolo de vuelta hacia el molino en un lento arco. Otro explota a los pies de Luke, rociando arena plateada sobre él en una columna de cinco metros. La onda de choque le lanza por los aires, alejándolo del lugar del impacto como un contenedor de residuos alejándose de un Destructor Estelar.
Va rebotando y dando vueltas por el montón de deshechos durante 10 metros. Cuando finalmente se detiene, sus manos están vacías y no sabe dónde buscar al enemigo. Cierra los ojos varios segundos, intentando recobrar la orientación. La cabeza le late con fuerza y sólo desea vomitar. Cuando vuelve a abrir los ojos, un par de pies blancos acorazados se encuentran a un metro de distancia. Intenta alcanzar su sable de luz.
Un golpe seco resuena en su cráneo. Su cabeza cae hacia delante y el dolor la inunda. Luego ya no siente nada.

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